Lucas Vallecillos
aires de reconstrucción para olvidar la guerra

Beirut treinta años después

Poner un pie en Beirut es gozar del aquí y ahora, como si no hubiera un mañana. Hoy más que nunca, la capital del Líbano vive con impaciencia el presente. Después de tres décadas curando las heridas que dejó la guerra, ha recuperado su esplendor envuelta por un aire cosmopolita que nunca perdió.

Durante los años 70, cuando nadie podía imaginar la guerra que estallaría cinco años más tarde, la prosperidad iluminaba el Líbano. Y con especial brillo, Beirut. Las crónicas de la época la catalogaban como “la Suiza de Oriente” o “el París del Levante”. Después de treinta años del fin de la guerra, la ciudad ha perdido el aire inhóspito que le daban los edificios en ruinas con los muros horadados por la munición empleada en batalla, y cada vez es más difícil encontrar vestigios que recuerden la contienda. Incluso han salido movimientos sociales que solicitan la no demolición de los pocos edificios que quedan desquebrajados, como testimonios de la memoria histórica moderna del país. Una fiebre reconstructora y especuladora se ha apoderado de la ciudad, que prácticamente está totalmente remodelada, adquiriendo el esplendor pasado. El Líbano, a pesar del área convulsa en la que se encuentra, está inmerso en una estabilidad económica y social que lo han convertido en uno de los países más seguros de la zona, muy apetecible de visitar.

A caballo entre Oriente y Occidente, nexo histórico de unión entre los pueblos europeos y africanos del Mediterráneo con Asia, Beirut se ha convertido en uno de los destinos más deseados por los viajeros. Ahora está de moda. Incluso el diario que parece guiar el devenir de las tendencias mundiales, “The New York Times”, señala que es uno de los destinos imprescindibles del año.

La capital del Líbano es un compendio de experiencias que la hacen única, donde es difícil aburrirse. Casi no hay transporte público. El tráfico es terrible y el peatón, si no quiere ser arrollado, debe ceder siempre el paso a los coches, mientras que las aceras están llenas de obstáculos que hay que ir sorteando. Quizá este caos ordenado, junto con los aires hedonistas que inundan el Downtown y el barrio cristiano, es lo que engancha al viajero. La urbe emana una energía especial que dice, sin articular palabra: «He resurgido de mis cenizas y tengo ganas de devorar el presente».

Caminando por la Línea Verde. El lugar que abandera la modernidad y el futuro de Beirut es el denominado Downtown, también conocido como Beirut Central District (BCD), que durante la guerra fue el epicentro de la batalla entre las diferentes facciones dejando este antiguo y próspero distrito comercial reducido a ruinas. Aquí se hallan los vestigios más emblemáticos de la contienda, como la Línea Verde, que dividía la ciudad entre el este musulmán y el oeste cristiano; haciendo de esta zona el frente de batalla, dominado por francotiradores. También sobrevive a la especulación urbanística el imponente edificio horadado del Hotel Holyday Inn, recordando la crudeza de los enfrentamientos. El conocido popularmente como el “Huevo” es una mole ennegrecida que, durante los años 60, fue el cine más grande del país. Y la emblemática Casa Amarilla o edificio de la familia Barakat, cuya ubicación en la esquina de uno de los cruces más estratégicos de la Línea Verde, y su peculiar fachada abierta, la convirtió en el punto más codiciado del frente. Desde 2017 ha sido acondicionada y recuperada para la memoria histórica de la ciudad, convirtiéndola en un museo de la guerra y en un centro cultural donde tienen cabida todo tipo de propuestas artísticas. La Casa Amarilla se ha erigido como el testimonio por antonomasia de la contienda: solo ella sabe los horrores que han visto sus paredes y de cómo el odio, impulsado por la religión, indujo a la destrucción absoluta de la parte más bella de Beirut.

Desde mediados de los 90, los estruendos de las máquinas de hacer la guerra han sido sustituidos por el de la maquinaria destinada a la reconstrucción de un paisaje que quedó desolado. El flamante Downtown, que encandila a autóctonos y foráneos, es fruto de la reconstrucción emprendida por Solidere (The Lebanese Company for the Development & Reconstruction of Beirut Central District), fundada en 1992 por el antiguo primer ministro Rafiq Hariri. Este invirtió miles de millones de su propia fortuna en este colosal proyecto de futuro, donde se pretendía levantar una nueva ciudad de carácter residencial y comercial que, aunque no está terminada, ya es una realidad. Los locales a menudo apuntan las prácticas corruptas llevadas a cabo por Solidere para adquirir los terrenos arrasados por la contienda. Y también se quejan de la falta de carácter de una ciudad recién estrenada, que en ocasiones puede dar la sensación de un decorado; algo que solo puede solucionar el paso del tiempo, envejeciendo los edificios. Curiosamente, la retirada de los escombros para levantar la nueva ciudad condujo al afloramiento de vestigios arqueológicos del pasado que van desde la antigüedad a la época de los cruzados.

Quizá, la mejor manera de iniciar una visita al Downtown es tomando un café en una de las terrazas de plaza Nejmeh o de la Estrella, deleitándote con una relajada contemplación del discurrir de la vida, y de la torre del reloj, diseñada en un bellísimo diseño art decó que se alza en medio de la plaza. Data de la época del mandato francés. Parte de la plaza también son el edificio del Parlamento, custodiado por soldados que no tienen a bien ser fotografiados, y las catedrales de San Elías, de la iglesia griega, y San Jorge, de la iglesia griega ortodoxa. En las inmediaciones la religión sigue presente con fuerza en la catedral San Jorge Maronita y en las imponentes mezquitas de El Omari y en la de Mohammad Al-Amine.

Esta última es conocida popularmente como la mezquita de Hariri. Está erigida a semejanza de la Mezquita Azul de Estambul y los 65 metros de altura de sus minaretes la hacen visible desde parte del Downtown. En su interior el viajero topará con una delicada ornamentación de las cúpulas que cierran la cubierta. El templo fue encargado y financiado por Rafiq Hariri, quien hizo traer desde Arabia Saudí la piedra para su construcción. A pesar de ser levantado en tan solo cinco años, el antiguo primer ministro no pudo ver finalizado su templo; murió en un atentado el día de San Valentín de 2005 con un coche bomba. Frente a la mezquita está al aire libre el mausoleo donde yace su cuerpo. Desde allí se abre un gran balcón con vistas a los vestigios del foro romano que, junto con los baños también de época romana, son los dos recintos arqueológicos más interesantes de la capital.

El Downtown también es el lugar ideal para airear una cartera llena. Es una zona elitista cuyas calles están vigiladas para que no se cuelen los mendigos o personas sospechosas de entorpecer una feliz jornada a las pudientes familias libanesas que frecuentan la zona.

Recuerdos de la guerra. Como no podía ser de otra manera, este área termina besando el Mediterráneo con un lujoso puerto que alberga yates espectaculares y restaurantes de diseño, denominado Zaitunay Bay. Llama poderosamente la atención el destartalado Hotel San Jorge, erigiéndose sobre este escaparate de la opulencia con un monumental mural que reza “Stop Solidere”. No estamos ante un hotel cualquiera, su bar era conocido antes de la guerra como el de “los espías”, muy frecuentado por los corresponsales de guerra y por los servicios secretos de todos los países que tenían algún interés en Oriente Medio. Frente a él fue detonado el coche bomba que acabó con la vida del antiguo primer ministro Rafiq Hariri.

Actualmente una gran disputa enfrenta a los propietarios del hotel con Solidere. El establecimiento siempre fue famoso por su playa particular y su acceso exclusivo a la bahía que alberga actualmente Zaitunay, un derecho al que se opone esta empresa que pretende explotar en exclusiva la bahía que domina el hotel. Dicha disputa tiene paralizado el proyecto de renovación del establecimiento. Rafiq Hariri alternaba medidas coercitivas y ofertas de compra que muchos las tildan de prácticas mafiosas, similares a las ilustradas en la película “Las manos sobre la ciudad”, de Francesco Rosi.

En estos momentos, el barrio de moda es Gemmayze, a cinco minutos caminando desde la mezquita Mohammad Al-Amin. Es el preferido de los “modernos” para cenar, comprar, ir a la peluquería o a la barbería. En torno a la avenida Gouraud se vertebra toda la oferta de ocio que brinda el barrio, que adquiere especial animación al caer el sol. Pero si buscas el alma de la ciudad, quizá la encuentres en Hamra, un barrio que para muchos recuerda al ambiente de El Cairo, con sus antiguos comercios, cafés, teatros, cines, casas de cambio, el eterno atasco de su calle principal y hoteles históricos como el Comodore. Este último fue el preferido por los corresponsales de guerra debido a que su teléfono y télex rara vez fallaban, a pesar de la escasez de energía y las malas comunicaciones debido los avatares de la guerra. Este histórico distrito financiero y comercial siempre ha sido un escaparate cosmopolita frecuentado por artistas, intelectuales y estudiantes, que es conocido por albergar las noches más movidas del oeste de Beirut.

Y si hay un lugar en Beirut donde apreciar su cara más veraz, ese es Corniche, un agradable paseo marítimo donde todo el mundo acude para pasar un rato de esparcimiento: pescando, contemplando el ir y venir de las olas, tomando un baño, fumando una narguileh o realizando una actividad deportiva. Es el lugar más alegre de la ciudad, que adquiere su momento más animado al atardecer. Una caminata desde el Hotel Palm Beach hasta la emblemática noria del Parque de atracciones Luna Park, para finalizar viendo la puesta de sol en las famosas Rocas de Rouche, es una despedida perfecta de esta mágica ciudad.