Geisel García Graña
La naturaleza y sus recursos

Surama: una inmersión macuchi en la sabana amazónica

La comunidad de Surama ofrece alternativas ecológicas a la explotación intensiva del bosque a través del turismo. Sostenibilidad, respeto de los derechos indígenas y gestión comunitaria son los ejes que permiten al visitante disfrutar de uno de los enclaves de mayor biodiversidad del mundo.

Un guacamayo rojo busca semillas en una rama a la hora en que Celine prepara el primer café. «Se llama Jacob. Es nuestra mascota, siempre viene a comer a este árbol», sonríe Celine mientras lo mira por un momento y continúa la faena. Fuera de la cocina, esperan tres turistas británicos con su guía local antes de adentrarse en el bosque para la observación de las aves.

Van vestidos de verde, con gorra, botas, binoculares y un libro sobre la vida salvaje en Guyana. «¡Mira qué belleza!», dice uno de ellos mostrando orgulloso la fotografía de un gallito de las rocas guyanesas. En la pantalla de su cámara aparece un ave roja brillante de aspecto curioso, con una cresta redonda que llega hasta el pico. «Ayer vimos al gallito, a un tucán de pico acanalado, a un arasarí verde… y hoy queremos encontrar al águila harpía… y a muchos otros», afirma con brillo en los ojos. Ha hecho un viaje de 24 horas con escalas en avión y avioneta para llegar al corazón de la sabana amazónica, el único lugar donde podría ver a estas especies.

El pueblo de Surama es un sitio privilegiado para acceder a la rica biodiversidad de este país ubicado en la costa norte de América del sur. Situado a 200 kilómetros de la capital (Georgetown), lo habita una comunidad de 300 personas, casi todas de la comunidad macuchi, que es uno de los nueve pueblos indígenas de Guyana.

Surama está delimitado por las montañas de Pakaraima y el bosque tropical del Iwokrama, uno de los pocos bosques prístinos que quedan en el mundo. Su ecolodge –alojamientos con pocas habitaciones, situados en áreas verdes que atienden a pocos huéspedes– ofrece actividades en plena naturaleza, como paseos a caballo por la sabana, observación de aves y excursiones en el bosque o en canoa por el río Burro-Burro. Se ha convertido en referencia del turismo ecológico y fue señalado en 2011 por “National Geographic” como uno de los mejores hoteles en Colombia, Guyana y Venezuela.

El bosque es nuestro supermercado. «Es muy fácil –nos explica Caroline–: ¿A dónde van ustedes cuando necesitan adquirir alimentos, ropa o medicina? Van al supermercado y los compran. De alguna manera, para nosotros, los macuchis, el bosque es eso: el lugar de donde obtenemos lo que necesitamos para vivir. El bosque es nuestro supermercado».

Caroline deja ver sus dientes blancos alternando cada frase con una sonrisa. Tiene el pelo negro largo, ligeramente ondulado, recogido en una cola, y la piel muy tostada, como la mayoría de habitantes de Surama. Va con sandalias, unos vaqueros y una camiseta con el logotipo del ecolodge. Ella nació en Surama, el pueblo que su abuelo y su tío-abuelo repoblaron con sus familias en 1974. Necesita ir cómoda, porque suele tener días largos. Por la mañana trabaja como investigadora del Consejo de Desarrollo del Distrito de Rupununi Norte, un centro creado para informar sobre la toma de decisiones de las comunidades del área, proteger el entorno natural y la cultura local. Caroline entrevista a miembros de las más de 50 casas de Surama para recoger datos sociales, económicos y ecológicos de la vida del pueblo. Por las tardes, alterna la producción de artesanía sostenible que vende en el ecolodge con las tareas domésticas y el cuidado de sus dos hijos.

Como ella, otros habitantes de Surama combinan actividades creativas, de subsistencia y de trabajo doméstico. «Así podemos lograr un equilibrio en todas las esferas de la vida», afirma Caroline.

El ecolodge supone el 75% de los ingresos de los habitantes de Surama. Este ofrece trabajo temporal rotativo a unas 70 personas, entre servicios de limpieza, cocina, guía turística y taxi. Este modelo ha permitido a los miembros de la comunidad pasar de formas más agresivas de explotación del bosque, como la caza, a otras más sostenibles, donde el cuidado de este último es fundamental. «Antes la gente de aquí solía cazar e incluso comercializaba ilegalmente animales fuera del pueblo, pero nos dimos cuenta de que esta riqueza la aprovechamos mejor si se queda aquí y la cuidamos», asegura el padre de Caroline, un agricultor de Surama. Daniel aprendió a cazar y a cultivar la tierra cuando era niño: «Antes tenías que saber todo eso si querías casarte», dice sonriendo. Hoy en día, sus nietos participan en asociaciones dedicadas a la vida salvaje, donde estudian la fauna y flora local y cómo relacionarse con ellas de una manera respetuosa.

 

Un país con un 87% de cobertura forestal. El turismo ecológico ha sido una de las soluciones de la comunidad de Surama a las necesidades económicas y la alternativa sostenible a la explotación intensiva del bosque. Guyana es un país rico en recursos naturales. Un 87% de cobertura forestal y una amplia variedad de ecosistemas permiten el florecimiento de hábitats con una gran biodiversidad. El país posee reservas de bauxita y oro, dos minerales esenciales para la economía nacional. Sin embargo, hasta el año pasado vio aumentar su ritmo de deforestación. La minería contribuye en primer lugar a la pérdida de los bosques guyaneses (en un 84%), seguida por la expansión agrícola (5,3%) y la industria maderera (2,5%).

El turismo sostenible ofrece de alguna manera respuesta a la necesidad de alternativas ecológicamente viables de explotación económica del bosque. Varios alojamientos amerindios han sido creados a partir de la inauguración del ecolodge de Surama a principios de los 90 en otros lugares privilegiados de la geografía guyanesa como Rewa y Nappi. Aunque la cantidad de visitantes a este país americano va en aumento, esta cifra fue de apenas 286.732 personas el año pasado. Los alojamientos ecológicos son, en consecuencia, una alternativa de aprovechamiento sostenible del bosque limitada en cuanto a su alcance a nivel nacional. A nivel local, no obstante, beneficia a las comunidades del territorio y ofrece al visitante una experiencia que no podría tener en otro lugar.

Amanecer en Surama. El amanecer es el momento del día más emocionante en el ecolodge. Desde las hamacas del balcón de la cabaña principal, la vista a las montañas de Pakaraima resulta todo un espectáculo. Los monos aulladores arrancan la orquesta en el bosque del Rupununi norte: aves y reptiles varios empiezan a moverse alrededor de la cabaña.

El grupo de observadores de pájaros se adentra en el bosque y Celine recoge las tazas vacías del desayuno. Jacob, la mascota de Surama, cruza el cielo, probablemente hasta el día siguiente. Son las 5.15 y empieza una jornada cualquiera en la sabana amazónica.