XANDRA ROMERO
SALUD

Disruptores endocrinos

La incidencia y prevalencia del sobrepeso ha experimentado un gran incremento en las últimas tres décadas afectando a casi todos los países y parece que no solo es explicable por los cambios del estilo de vida en las distintas poblaciones. Desde hace casi una década se tienen en cuenta otros factores como los disruptores endocrinos y, más concretamente, los que tienen efectos sobre mecanismos que interfieren en la obesidad.

Los disruptores o alteradores endocrinos son contaminantes ambientales, naturales y sintéticos, que se encuentran en multitud de lugares y pueden suplantar a las hormonas naturales, bloqueando su acción o aumentando o disminuyendo sus niveles. Debido a su ubicuidad, los daños que ocasionan están ligados a la dosis-efecto.

Un momento crítico es la gestación, que supone una etapa de vulnerabilidad para el feto porque su organismo está en proceso de desarrollo y cualquier alteración puede afectar su salud a corto o largo plazo. Hay cierta evidencia de que estas sustancias alteran procesos de crecimiento y diferenciación de tejidos, producen malformaciones y condicionan la duración del embarazo.

En la actualidad se ha demostrado que los disruptores endocrinos pueden ocasionar disminución de los niveles antioxidantes, diabetes y obesidad, pubertad temprana, reducción de la cantidad de esperma, enfermedades de próstata, cáncer de próstata y mama, alteraciones cromosómicas, daño cerebral, deterioro de la función inmune y cambios en el comportamiento, entre otras.

Centrándonos en la obesidad, además de los ya conocidos, últimamente se habla mucho de los Perfluoroalquilos (PFAS), que parece que actúan como disruptores obesógenos. Estas sustancias son agentes plásticos que confieren propiedades impermeables, resistentes a la grasa y antiadherentes cuando se agregan a los productos de consumo, por eso están presentes en envoltorios de alimentos y sartenes antiadherentes, entre otros. Aunque, y dada su ubiquidad pueden llegar a nosotros por diferentes vías, la ingesta dietética parece ser la principal ruta de exposición a estos compuestos. Sendas investigaciones en la materia, llevadas a cabo entre 2012 y 2016 sobre el estado de la ciencia con respecto a las concentraciones de PFAS en los alimentos y la exposición alimentaria humana a estos compuestos y sus riesgos para la salud, determinaron que el pescado y algunos mariscos parecen ser el grupo de alimentos en el que se detectan más PFAS y donde las concentraciones de estos compuestos son más altas.

Sin embargo, según la Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos (EFSA) los valores de ingesta diaria tolerable de estas sustancias son de entre 150 y 1500 nanogramos por kilogramo de peso corporal para diferentes tipos de PFAS. Esta sería la cantidad máxima que puede ingerir diariamente una persona durante toda su vida sin provocar efectos adversos en la salud.

De este modo, según afirma la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) apoyándose en el último informe de EFSA sobre PFAS de 2012, queda confirmado que la exposición a estas sustancias a través de la dieta es altamente improbable que exceda dichos valores de referencia toxicológicos, algo que ha sido corroborado también por varias revisiones científicas.

Que los disruptores endocrinos existen está claro, que provienen de elementos creados por nosotros para facilitarnos la vida, desde luego. No obstante, antes de sucumbir a la quimiofobia, tengamos en cuenta no solo las declaraciones de la autoridad para este tipo de cuestiones, la EFSA, si no también el hecho de que hasta la fecha, la mayoría de evidencias que existen del efecto de estas sustancias se basan en estudios en animales de experimentación, tanto in vitro como in vivo, pero muy pocas en humanos.

Por lo que utilicemos la menor cantidad de plásticos posibles en los alimentos que adquirimos, cómo y dónde los conservamos. Así no solo estaremos seguros de no superar la dosis diaria tolerable, si no que actuaremos en consecuencia con el medio ambiente.

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