MIKEL INSAUSTI
CINE

«La hija de un ladrón»

Siempre que una ópera prima entra a formar parte de la temporada de premios anuales arma un considerable revuelo, y “La hija de un ladrón” (2019) no ha podido empezar con mejor pie, al llevarse en Donostia la Concha de Plata a la Mejor Actriz ex-aequo para la casi debutante Greta Fernández y en Valladolid, el premio Dunia Ayaso que concede la SGAE dentro de la Seminci.

Es una sorpresa, pero hasta cierto punto. Ya se le seguía de antes la pista a la joven Belén Funes, que es otra de las muchas promesas salidas de la cantera catalana de la ESCAC, y cuya formación la completó en la escuela cubana de San Antonio de los Baños. En sus inicios ha contado con el influyente madrinazgo de Isabel Coixet, lo que le ayudó a decidirse por la autoría cinematográfica en un momento en que no lo tenía claro y pensaba ser profesionalmente una más del equipo técnico de rodaje, con lo que hemos ganado a una guionista y realizadora llamada a hacer cosas importantes.

Belén Funes incorporó a su actriz talismán Greta Fernández en el segundo cortometraje “La inútil” (2016), y ahí es donde se ganó su total confianza para pasar al largo con garantías. Lo curioso es que en su primer premiado corto, “Sara a la fuga” (2015), Biznaga de Plata en Málaga, con quien trabajó es con su padre Eduard Fernández, en el mismo rol paterno que ahora repite en “La hija de un ladrón” (2019). Y es que la película es una prolongación y extensión de aquella historia corta, sobre una menor internada en un centro de acogida y dependiente de la figura del progenitor ausente. Por lo que Fernández padre y Fernández hija estaban abocados a terminar trabajando juntos, llevando a la ficción la relación paternofilial que les une en la vida real.

Aparte de tener muy claro los actores y actrices con los que quiere trabajar, Belén Funes ya parte de un estilo cinematográfico muy definido. Sus ficciones poseen una base documental muy sólida, fruto de la correspondiente investigación sobre los temas de la realidad más problemática que trata. Para preparar los personajes de Greta y los suyos ha sondeado el terreno que iba a pisar con mujeres que viven en esas mismas condiciones de precariedad en centros de la asistencia social.

La estética de cine directo que emplea está muy influenciada por las películas de los hermanos Dardenne, y en especial por “Rosetta” (1999), fijándose mucho en el modo agobiante en que la cámara en mano perseguía cada uno de los movimientos y acciones de la actriz Émilie Dequenne, aquí traspasados a una Greta Fernández con el objetivo pegado al cogote incluso en las escenas más íntimas relacionadas con la comida o la higiene corporal. En el SSIFF Belén tuvo la suerte de poder conocer personalmente a su otro gran maestro, al veteranísimo Ken Loach.

Resulta muy sintomático que tanto el cineasta británico como la catalana aborden en sus respectivas nuevas realizaciones el fenómeno de la gig economy como una de las peores consecuencias del capitalismo salvaje. La protagonista de “La hija de un ladrón” (2019) es víctima de la temporalidad y la precariedad laboral, tanto en cuanto y de acuerdo con su formación mínima no le está permitido acceder a otros puestos que no sean los relacionados con el limpiar o el cocinar.

Su marginalidad aparece circunscrita al área más poblada de Badalona, donde sus intentos por formar una familia normal chocan con una larga sucesión de dificultades, empezando por el bebé que ha tenido con un chico que está por integrarse en un hogar.

También debe hacerse cargo del hermano pequeño y luchar por su custodia legal, ya que el padre recién salido de la cárcel lo reclama, cuando en verdad nunca se ha ocupado de sus hijos. La comunicación no fluye, porque es gente que se guarda sus sentimientos personales y no los verbaliza.

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