IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Estrés y ansiedad en estas fechas

Si algo tienen estas fechas es la facilidad con la que los encuentros familiares o la gestión de todos los eventos pueden derivar en sensaciones que uno pensaría alejadas de lo que supone estar de vacaciones y reunirse con los seres queridos: ansiedad y estrés. Parecen lo mismo pero, ¿en qué se diferencian? En realidad hay una fina línea, ambas son respuestas emocionales pero normalmente el estrés está causado por un detonante externo, que puede ser muy determinado en el tiempo, como una cena o una discusión, o puede ser más largo, como la enfermedad crónica, el desempleo o la precariedad económica.

Las personas, cuando sufrimos estrés, tenemos principalmente síntomas físicos, como irritabilidad, fatiga, dolores musculares o problemas digestivos. La ansiedad se parece en esto, sin embargo, se caracteriza por ser persistente y conllevar preocupaciones excesivas que no desaparecen si el estresor externo del que hablábamos más arriba lo hace. Lo que también tienen en común es que ambas reaccionan más o menos bien a mecanismos de afrontamiento similares, como hacer ejercicio o cuidar la dieta y el descanso, y otros más específicos, como tratar de eliminar los estresores o cómo se perciben, buscar apoyo social (en particular si las personas elegidas pueden distraer pero también tener una charla empática), buscar una manera de relajar los músculos (sí, directamente los músculos, haciendo ejercicio, estirando) y la mente, a través de la meditación, por ejemplo.

También puede ayudar el contacto con la naturaleza o hacer por mantener actividades disfrutables. Si sentimos estrés por la carga de tareas, la falta de sueño sostenida o el grado de exigencia de un trabajo, esto se puede regular desde fuera intentando que las tareas sean menos, el descanso mayor o la exigencia menor, lo cual es bastante obvio. Y es que el estrés temporal es una reacción de supervivencia, una tensión que pretende dar respuesta adaptativa a un exceso de estímulos negativos pero que no se puede mantener mucho tiempo. Si se mantiene largo tiempo el cuerpo llega a enfermar, es todo bastante físico.

Sin embargo, cuando empezamos a pensar en nosotros mismos, en nosotras mismas, ante el estrés, cuando empezamos a evaluar nuestra capacidad o incapacidad de evitar esa exposición, y pasamos al diálogo interno, ahí comienza a nacer la ansiedad. Entonces, son los pensamientos los que generan la reacción física, no los eventos reales exteriores. Cuando digo “reales” no me refiero a que los pensamientos no lo sean, por supuesto que lo son, lo son tanto que lo que imaginamos se convierte en realidad a través de la reacción (real) de nuestro cuerpo ante ellos.

Cuando en nuestra mente “vivimos” historias reales en las que no podemos cambiar las cosas, en las que nuestros recursos nos son muy insuficientes para lograr dicho cambio, y lo necesitamos, es entonces cuando viene la ansiedad. De modo que poco podemos hacer en el mundo exterior para eliminar la ansiedad, lo cual sí funcionaría con el estrés. Hablar de esas realidades imaginadas, reaccionar a ellas sintiendo el poder que tenemos, es decir, hacer concreto y externo lo que por dentro vivimos como inexacto y ubicuo, es como ponerle asas a algo intangible.

Cuando sintamos ansiedad estas navidades, probablemente tenga más que ver con las “historias incompletas”, los asuntos pendientes o, en definitiva, las relaciones, que con la tarea de cocinar y organizar cenas o estancias.

Y si ese es el caso, la ansiedad se difuminará en el encuentro, mientras que el estrés lo hará al disminuir la intensidad de los estímulos que nos aprietan. La mezcla de ambas nos puede hacer pasar unos días de poco disfrute, pero las buenas noticias son que ambas hablan de algo que necesitamos que sea diferente, que ya no queremos soportar. Una toma de conciencia que no está mal para empezar el año.