TERESA MOLERES
SORBURUA

Árboles y dioses

Los devotos griegos del dios Dionisio empleaban en su ritual la hiedra. La diosa Ceres, el mirto. En las fiestas del bello Adonis se tumbaban en un lecho de lechugas. El loto era la flor simbólica de los egipcios y el baobad es el árbol mítico en las culturas africanas.

Entre los judíos, Moisés escogió la acacia común o Mimosa nilotica para hacer el Arca de la Alianza porque la acacia era el árbol sagrado. Posteriormente, los francmasones primitivos también la eligieron como símbolo. Para los griegos la palmera era la representación de la victoria, quizás porque resiste cualquier embate y vuelve a erguirse. Los romanos consideraban los bosques sagrados lugares de silencio y creían que en ellos moraban los dioses mientras rendían culto a la higuera, que decían había alimentado a Rómulo y Remo, los fundadores de Roma.

En Europa, en las culturas indoeuropeas, el árbol que mejor representaba sus creencias era el roble y, en concreto, entre los celtas, sus sacerdotes o sacerdotisas, los druidas, debían tener el “conocimiento del roble”, poseyendo un sofisticado ritual para cortar el muérdago sagrado de estos árboles. Y es que el muérdago siempre verde crece sobre el árbol sin raíces con el suelo, como si fuera un enviado del cielo, escogido por los mismos dioses. El roble representaba al padre de los dioses por su grandiosidad y longevidad.

Entre los vascos, el roble Quercus robur tenía gran importancia. Bajo su sombra, en lugares escogidos, se celebraban los biltzarres que protegían sus libertades tradicionales, pero sin rendirle culto con la nobleza y el clero en salas cerradas. En el robledal de Aitze, en Uztaritze, se reunían los representantes de Laburdi; Alrededor del árbol de Gernika se celebraban las juntas de Bizkaia.

Según Darwin, los indios de América del Sur tenían el árbol Walleuche a quien veneraban con grandes gritos y, cuando perdía las hojas, colgaban de sus ramas ofrendas como cigarros, pan, carne y trozos de telas. Los más pudientes tenían el privilegio de fumar bajo sus ramas. Otro árbol venerado hasta hoy es el baniano o Ficus benghalensis, ejemplar sagrado de los budistas. Hace 2.500 años, Buda se sentó debajo de uno de ellos para meditar y alcanzar la iluminación. Todavía es costumbre plantarlo en sus monasterios.