Si en el artículo anterior hablábamos de reducir el consumo de carne, quizá las nuevas recomendaciones de consumo de pescado relacionadas con la cantidad de mercurio recién publicadas por el Ministerio de Sanidad y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) hayan generado cierta inseguridad en la población y esto nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta: ¿también debemos consumir menos pescado?

En este sentido, sabemos que distintos microorganismos presentes en el medioambiente son capaces de transformar distintas formas de mercurio en mercurio orgánico (comúnmente metilmercurio) que se acumula fácilmente en las cadenas tróficas. La ingesta a través de la dieta de pequeñas cantidades de metilmercurio durante largos períodos puede afectar al sistema nervioso y es común que lo ingiramos por el pescado y marisco contaminados.

Sin embargo, la propia AESAN en su comunicado, así como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, recomiendan el consumo de pescado varias veces por semana por sus efectos beneficiosos para la salud, recalcando que dichos beneficios superan de forma importante a los riesgos, siempre y cuando se observen ciertas excepciones –de pescados– y en ciertos colectivos.

En este caso, los colectivos de riesgo son muy concretos: mujeres gestantes, lactantes y niños, puesto que el metilmercurio es capaz de atravesar la placenta y la barrera hematoencefálica (además de aparecer en la leche materna) pudiendo condicionar de forma grave el desarrollo fetal o del recién nacido. Las advertencias también se refieren a unas especies de pescado muy concretas: el atún rojo, el emperador y en ciertas zonas el cazón –las especies conflictivas no son precisamente de gran consumo en nuestro entorno–.

A la luz de estos datos y de las nuevas recomendaciones de consumo, no podemos negar que tenemos un importante problema con la contaminación, que está condicionando nuestras actuales elecciones alimentarias, pero no solo eso, si no que debemos cuestionar también si es o no sostenible comer pescados y mariscos.

Lo cierto es que el crecimiento de la población humana y la intensificación del uso de los recursos para alimentos, agua, energía y bienes están comprometiendo también a las poblaciones de peces a través de una variedad de mecanismos, que incluyen la sobrepesca, la degradación del hábitat y la disminución de la calidad del agua.

Debemos ser conscientes de que la mitad de los mariscos y pescados que se consumen en el planeta ahora provienen de la acuicultura o piscifactorías. Por lo tanto, la acuicultura desempeña un papel cada vez más importante en el sistema alimentario mundial, el medio ambiente y la salud humana. Tradicionalmente, la alimentación de la acuicultura se ha basado en altos niveles de peces silvestres, lo que se ha visto que es insostenible para los ecosistemas oceánicos a medida que crece la demanda. Por ello, esta industria ha cambiado la forma de alimentar a los peces y lo hace a través de cultivos, como la soja. Sin embargo, este cambio ha vinculado fuertemente la producción de peces y mariscos con la agricultura terrestre, derivando en fuertes implicaciones ecológicas y ambientales.

De este modo, los distintos pesticidas de la producción de cultivos industriales, así como los cambios en el contenido nutricional de los productos pesqueros de cultivo debido a la composición alterada del alimento podrían afectar la nutrición y salud humana.

Esto es al menos lo que se extrae de sendos estudios de revisión como “Fishes in a changing world: learning from the past to promote sustainability of fish populations” (marzo 2018) y “Environmental health impacts of feeding crops to farmed fish” (mayo 2016).

Actualmente nos encontramos ante una situación crítica en el contexto de un sistema alimentario que está utilizando recursos acuáticos y terrestres a tasas insostenibles y que esto tiene una fuerte repercusión sobre nuestra salud y nuestro futuro; por lo que en 2020, ojalá seamos más responsables con nosotros y el planeta.