IKER FIDALGO ALDAY
PANORAMIKA

Captura

Uno de los grandes temas ligados a la creación ha sido la reflexión sobre la fugacidad del paso del tiempo. El anhelo de trascendencia aparece en múltiples rasgos de nuestra cultura, desde la religión a la creación literaria. El arte contemporáneo, en tanto en cuanto trabaja desde el ámbito de la imagen, siempre ha caminado alrededor de la captación del instante. Una necesidad de dominar la memoria o de simplemente detener un pequeño fragmento de vida para convertirlo en un soporte matérico tangible y, lo más importante, perdurable. Sin embargo, esa lógica se rompe con la entrada de la tecnología digital. La creación sin soporte físico parece escaparse al tacto de nuestras manos y se configura bajo un lenguaje que no garantiza su conservación.

Nuestra relación con los nuevos medios está plagada de formatos que dejan de ser legibles y de archivos cuya calidad es cada vez más baja ante los avances de la resolución de las pantallas de los dispositivos. Además de eso, tal y como advertía Paul Virilio, el desarrollo de una nueva tecnología conlleva el riesgo de su propio accidente y la cultura digital no está exenta de él. El gran colapso de internet parece sobrevolar siempre que una nueva compañía es hackeada o que un servidor que comparte millones de imágenes desaparece y, con él, aquello que almacenaba. La preservación es entonces el mayor cuidado del arte. De ahí que exista la restauración o que las pinacotecas controlen la humedad de las salas y dispongan cristales de seguridad frente a sus piezas. Si capturar el momento es imposible, cuidar aquello que lo evoca parece ser el siguiente paso.

Aitor Ortiz (Bilbo, 1971) inauguró el pasado noviembre en Kutxa Kultur Artegunea del Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera de Donostia la muestra “Gaudí. Impresiones íntimas”. Hasta el próximo 16 de febrero podemos acercarnos a esta propuesta que cuenta con 120 instantáneas que nos revelan la propia mirada de Ortiz respecto a varios edificios diseñados por el arquitecto catalán. Desde estas líneas siempre recordamos cómo la fotografía nunca es inocente ni objetiva, en tanto en cuanto existe una mirada que define el encuadre, es decir aquello que se muestra pero también lo que se oculta, y este es un ejemplo más de ello.

El blanco y negro domina la obra de este artista especialista en la fotografía arquitectónica y nos propone una experiencia que, sin duda, será capaz de alterar nuestra percepción de las construcciones que retrata. En ocasiones podremos reconocer columnas o arcos que nos resulten familiares, aunque entraremos en un estado dominado por la abstracción de las formas y los juegos de luz que conseguirá remover nuestro eje habitual.

El Museo de Bellas Artes de Bilbo propone hasta el 23 de febrero un acercamiento poco habitual a la figura del pintor Joaquín Sorolla (Valencia 1863-Madrid 1923) con “Cazando impresiones. Sorolla en pequeño formato”. La viveza habitual del trazo de Sorolla, considerado maestro en la captación de la luz, aparece remarcada en esta exposición compuesta por 186 pinturas en pequeño formato y en soportes como la tabla o el cartón que responden a diferentes épocas de su trayectoria.

El mayor atractivo reside quizás en que se trata de esbozos y apuntes que el pintor valenciano realizaba antes de convertirlos en piezas definitivas. Más allá de saciar una curiosidad por su proceso, podemos ser partícipes de la pintura en estado puro, aquella que conjuga el oficio con el talento y que sirve para retener en la mente del creador la información visual que acabará por dar forma al cuadro final y que se percata de atmósferas, texturas y luces.