IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Cuidar la vulnerabilidad masculina

Qué es la vulnerabilidad? La cualidad de ser vulnerable, es decir, ser herido, física o moralmente. Eso es, literalmente, según la RAE. Nacemos vulnerables, profundamente vulnerables, y al mismo tiempo con todo el potencial del mundo para sobrevivir, con todo lo necesario. Evidentemente no somos fuertes, intelectualmente capaces, ni siquiera resistentes a las inclemencias, pero venimos equipados con la capacidad de vincularnos, apelando a la compasión, el cariño y la protección de los adultos, mucho más fuertes y capaces. Esa vinculación asegura nuestra supervivencia hasta conseguir la propia fuerza, la propia capacidad y resistencia como para ir creciendo en autonomía.

A medida que crecemos, la probabilidad de ser heridos, heridas, va siendo menor en general, no desaparece la posibilidad, pero aprendemos a defendernos, a resistir, pero aún así seguimos necesitando mantener los vínculos, son irrenunciables. Los vínculos seguirán permitiéndonos descansar, recomponernos, explorar más allá, contribuir, avanzar… Cambiar.

Sin otra persona al lado vinculada con nosotros, con nosotras, lo anterior se transforma rápidamente en incertidumbre, desprotección, y a seguir en inmovilismo, retracción y paranoia, y, eventualmente, explosión. Pero más allá de la parte teórica, a pie de vida las conexiones entre personas son esenciales para la supervivencia, seamos hombres o mujeres. Todos y todas sabemos que existen diferencias en nuestras maneras de ver el mundo, de entenderlo y actuar en él, en nuestro físico, y en el efecto de todo ello en la vida productiva. Sin embargo, los mimbres son los mismos, las necesidades relacionales, idénticas, y el deseo de conectar, inevitable. Cuando no vivimos en la confrontación y podemos mirarnos, vemos cómo las personas nos parecemos mucho tanto en lo que nos hace felices como en lo que nos hace sufrir.

Tanto hombres como mujeres necesitamos tener cerca a alguien que nos dé seguridad, poder relacionarnos sin miedo a la crítica (que es una forma de fuerza), a la desvalorización, o la definición simplista; ambos necesitamos la valoración de quienes tenemos al lado y, tengamos o no las palabras para pedirlo o expresarlo, nos afecta e impacta.

Tanto hombres como mujeres necesitamos que la otra persona tome la iniciativa para acercarse y hacernos sentir suficientemente especiales como para que otros cambien sus planes, su inercia y quieran conocernos; es algo así como saber que tenemos nuestro sitio para los demás, que somos alguien para ellos o ellas, en lugar de la sensación de que daría igual si no existiéramos. Estas y otras son necesidades irrenunciables, que nos acompañan desde el útero y que involucran a los demás.

Tanto hombres como mujeres necesitamos poder depender de quien tenemos al lado cuando no tenemos fuerzas, no sabemos, o algo nos da miedo; depender significa confiar en que “tú lo harás mientras yo no puedo, dándome tiempo a recuperarme”, no que necesitemos quedarnos así para siempre. Tanto hombres como mujeres necesitamos también expresar nuestro afecto de la manera que sea genuina para cada cual, bien sea con una poesía o una charla profunda como con cánticos populares y abrazos rudos, y que no se nos critique o defina por hacerlo así.

Tanto hombres como mujeres necesitamos que nuestra idiosincrasia, nuestra manera de ser únicos, únicas, sea tenida en cuenta, que valga, que se respete y se celebre, que alguien lo haga… Necesitamos no ser un objeto en ningún momento, uno al que se le ponen o se le quitan cualidades, al que se usa para confirmar creencias, colmar deseos, para odiar o para recibir el dolor acumulado.

Ni hombres ni mujeres queremos ser solo un manojo de intereses del otro, o de críticas, o de temores; y claro que las personas tenemos la potencialidad de interesar y también de criticar o causar temor en un momento determinado, pero no es todo lo que somos… Somos, nosotros.