Queralt Castillo
britpop, feminismo y sexo

¿Es Caitlin Moran la mujer que todos/todas deberíamos llevar dentro?

La escritora británica vuelve con fuerza con «Cómo ser famosa», el segundo libro de una trilogía iniciada con «Cómo ser una chica». Una novela alocada, perspicaz y trepidante, ambientada en el Londres de los años noventa. Britpop, feminismo y sexo.

Caitlin Moran (Brighton, 1975) lo ha vuelto a hacer. “Cómo ser famosa” (Anagrama, 2020) tan solo lleva unas semanas en las librerías y está teniendo un éxito rotundo. En su nueva novela, la segunda de la trilogía de las andanzas de Johanna Morrigan –la persona que se esconde tras el pseudónimo de Dolly Wilde– por Londres, la escritora británica consigue hacer reír al lector, reflexionar y aprender.

Moran mueve las manos y gesticula exageradamente. Vapea, a pesar de estar prohibido, dentro de un hotel de Barcelona. Uno de aquellos ubicados en el codiciado Passeig de Gràcia, una de las avenidas más caras de Europa y la más cara del Estado español: alquilar un piso de unos 150 metros cuadrados sale por una media de 5.325 euros mensuales. El metro cuadrado en este tramo de Barcelona se paga a 25.000 y 30.000 euros. Es aquí donde se concentran el 42% de las compras de lujo que se hacen en la ciudad.

Caitlin Moran ha dado una eternidad de entrevistas, pero mantiene el buen humor y esa verborrea que la caracteriza: habla por los codos. “Cómo ser famosa” acontece en el Londres que la británica más recuerda, pero no necesariamente al que más cariño le tiene: el Londres de los noventa. Britpop y denim. Eran tiempos de Blur y Oasis, bandas que, sobre todo estos últimos, miraban por encima del hombro a sus seguidores; seguidoras, mejor dicho; y que despreciaban públicamente todo lo que no tenía que ver con ellos. Pura actitud ombliguista. Pura actitud Gallagher. En el otro lado del charco se cocía lo grunge made in Seattle y Kurt Cobain moría –se suicidaba–, lo mataban dejando huérfanos a gran parte de la juventud mundial del momento. En aquellos momentos todos fuimos Nirvana.

En ese contexto Moran narra cómo sobrevive una chica con unos kilos de más, Johanna Morrigan, que se dedica a escribir crónicas musicales. Lo hace a través de un lenguaje cercano, fresco e ingenioso. A Morrigan la conocemos de la primera parte de la trilogía “Cómo se hace una chica” (Anagrama, 2015). Es una chica procedente de una familia numerosa con una economía precaria, una madre con depresión y un padre un tanto peculiar. Una adolescente sin amigos, sin la siempre tan sobrevalorada cuadrilla, que decide cortar por lo sano, dejar un pueblo en el que se ahoga e instalarse en la capital británica. Todo un ejemplo de huida hacia adelante. Fue parecida la adolescencia de Caitlin Moran (es la mayor de ocho hermanos y procede de una familia de clase obrera), y quizás por eso la narración resulte tan próxima: nunca tuvo una pandilla o una mejor amiga y siempre tuvo claro que quería ser escritora, o por lo menos, relacionarse de alguna manera con la escritura. «Yo quiero escribir libros para chicas que se sienten solas, porque yo de pequeña no tenía ninguna amiga», reconoce. Por eso se mudó, huyó a Londres cuando tenía 16 años. Lo hizo desde Wolverhampton, para ella uno de esos «sitios pequeños horribles para los adolescentes»; uno de esos sitios atroces para los individuos que se escapan de lo ordinario. «Al menos hace treinta años sí lo era; ahora las cosas han cambiado». Y es que la novela también funciona como un esbozo de la sociedad británica de aquella época, falta de modelos femeninos a imitar y con la mirada puesta en lo que pasaba en Estados Unidos. Todo lo que no era Londres ahogaba.

Es por este motivo que Caitlin Moran, por el derecho a renacer, a reivindicarse, construirse y reconstruirse tantas veces como haga falta, prefirió hacerlo en un sitio en el cual no la conocía nadie: el inmenso Londres. Fue allí donde empezó a escribir crónica y crítica musical para la revista “Melody Maker”, desde donde se hizo un hueco en el panorama del periodismo musical. En una entrevista de 2013 en “Rockdelux”, con el periodista Kiko Amat, diría: «Creo que el Britpop es todo consecuencia de una insolación. Un montón de tajas con insolación chillando ‘¡Parklife!’ por los parques. Si nos hubiésemos puesto algún tipo de sombrero para protegernos del sol, nada de eso hubiese sucedido».

A partir de todo aquello, Moran desarrolló su carrera como escritora, pero también como guionista o presentadora de televisión. Actualmente, además de sus libros, también escribe columnas para “The Times”, con la misma desenvoltura con la que lo hace en sus obras, con la misma sinvergonzonería y sin tapujos, intentando hacer que la cultura sea una tabla de salvación (como lo fue para ella durante aquellos años de adolescencia jodida en Wolverhampton) e intentando ser un faro para aquellas chicas y chicos que andan perdidos.

A vueltas con el feminismo. Si “Cómo ser mujer” (Anagrama, 2013) fue un recetario feminista para conocerse mejor, “Cómo ser famosa” es una puesta en práctica en toda regla de aquel manifiesto que se convirtió en un best-seller mundial. Es a través de un humor pendenciero, rocanrolero, valiente y anti dogmático que la británica da una lección de feminismo del siglo XXI. Lo hace a través de diferentes temas: la autoestima, el físico, la sororidad o el sexo.

Caitlin Moran pertenece al grupo de feministas que considera que los hombres sí tienen algo que aportar en la lucha feminista. Cree en un proceso bidireccional y pedagógico, en el cual los hombres aprendan de las mujeres y luchen codo a codo con ellas por una igualdad real. A Moran le preocupan las mujeres, sí, pero también los hombres. Y ese es precisamente el tema de su próximo libro, que será una secuela de “Cómo ser mujer” y que tiene previsto publicarse el próximo septiembre. En él, la inglesa escribe sobre los retos a los que se enfrentan los hombres por el hecho de ser hombres. “¿Qué es lo más difícil de ser un hombre?” Este fue el tuit que lanzó hace un tiempo y por el cual recibió centenares de respuestas. «Fue revelador», asegura, porque se dio cuenta de que en algunos ámbitos también existe el privilegio femenino y porque las mujeres han evolucionado durante los últimos cuarenta años y los hombres no. «Hemos y estamos conquistando espacios de poder que antes les pertenecían a ellos. La historia de los hombres, sin embargo, no ha cambiado. No ha pasado nada. Nosotras hemos cogido parcelas de poder de los hombres, pero ellos no nos han cogido nada a nosotras». Ante todo, confía en la justicia, en las nuevas generaciones y el savoir-faire del feminismo y las feministas. Y es desde estos lugares que quiere seguir escribiendo, no desde la rabia o el cabreo, actitudes «poco útiles si se quieren cambiar las cosas».

En una entrevista reciente en una cadena de televisión británica, la escritora aseguraba que cuesta más desmantelar algo que construirlo desde cero, por eso su actitud ante un heteropatriarcado que aún respira, pero tocado de muerte por unas nuevas generaciones de mujeres conscientes del poder y los derechos que tienen, no es la de confrontación (en alguna ocasión ha insistido en que en los debates el centro de todo son las formas, no lo que se está contando), sino la de hacer pedagogía. Por eso apuesta por un feminismo inclusivo, que incluya a los hombres y les demuestre todo lo que les puede aportar el feminismo para que, finalmente, «se pueda vivir en un mundo en el cual los hombres no te expliquen cómo tienes que ser», entre otros. Un mundo en el que las mujeres puedan contar y contarse.

«Las chicas jóvenes sí saben quiénes son. ¡CLARO QUE LO SABEN! Lo que pasa es que les recuerdan tan a menudo que no les está permitido serlo y no dejan de decirles que deben eliminar sus sentimientos, que poco a poco pierden el instinto de ser felices y de realizarse personalmente y se convierten en esos seres asustadizos a los que ves en las fiestas, que bailan frenéticamente cuando suena ‘I am what I am’ y luego se pasan el resto de la noche llorando», escribe en “Cómo ser famosa”.

Sus libros quieren fomentar una complicidad feminista contemporánea alejada de la teoría académica; por eso proporciona ejemplos prácticos con los cuales las mujeres se sientan identificadas. «Pero el feminismo… bueno, es lo que es. Y ha llegado a un punto muerto. En los últimos años he buscado una y otra vez respuestas en el feminismo actual, hasta comprender que lo que una vez fue la revolución más emocionante, incendiaria y eficaz de todos los tiempos, parece haberse reducido, no sé por qué, a un par de argumentos cada vez más débiles, que defienden dos docenas de feministas eruditas en unos libros que únicamente leen ellas, y de los que se habla a las once de la noche en la BBC4», escribía en “Cómo ser una chica”.

Eso no significa que la escritora británica no se tome el feminismo en serio o como un asunto urgente, pero no quiere quedarse mirando desde fuera, no quiere dejarlo en manos académicas y, sobre todo, quiere que se escuchen todo tipo de voces. «¡Yo tengo algo que decir, Camille Plagia está COMPLETAMENTE EQUIVOCADA con Lady Gaga!».

Sobre sexo, consentimiento y pornografía. La autora inglesa tiene claro cuál quiere que sea su público: las chicas jóvenes. Por eso escribe sobre temas que les puedan preocupar, como la alimentación, la belleza, el sentimiento de culpa, el amor romántico, los problemas que se derivan del sistema de clases, las relaciones con familiares y amigos, las relaciones de pareja, la relación con el propio cuerpo, la depilación, el aborto, la maternidad o el sexo y el placer.

Escribe, sobre esto último (y en su último libro queda claro que es un tema que le interesa y sobre el cual tiene cierto dominio) sobre esas relaciones sexuales estereotipadas que se ven en Pornhub y que no son reales; también sobre ese sexo aburrido en el que la mujer no goza porque el placer se centra y se concentra en el hombre (lo que Moran describe como ‘masturbarse dentro de una mujer’) y también escribe, finalmente, sobre aquellos polvos que valen la pena, aquellos que se descubren a cierta edad y en los que los integrantes, ya sean dos o varios, disfrutan de todo lo bueno que ofrece el sexo. Todo un viaje de aprendizaje en forma de novela que nadie se debería perder, ya que resulta altamente instructivo. Una guía sobre cómo convertir la vagina en un campo de batalla feminista.

«Pero os voy a revelar un secreto: no digo ‘Fóllame más fuerte’ porque me lo esté pasando bien, sino porque quiero que esto acabe cuanto antes. Y decir ‘Fóllame más fuerte’ es la única forma que se me ocurre de hacer que se acabe. ¿Alguien más lo ha hecho alguna vez?».

Este es uno de los fragmentos finales de la última novela de Moran, toda una declaración de intenciones. También en este alegato final, la protagonista, Dolly Wilde, pasa por encima de un tema peliagudo y en boga: el consentimiento.

«(…) Cargar con el peso de la vergüenza me dejó destrozada. Antes de convertirme en algo más duro, porque ahora soy más dura, estuvo a punto de aplastarme (…)

¡Pero entonces me di cuenta de que no tendría que haber sentido ninguna vergüenza! Ninguna mujer a la que le haya pasado eso debería cargar con ese peso. La idea de que las mujeres carguen con la vergüenza de las cosas vergonzosas que les han hecho es más antigua que la Biblia».

Sobre la pornografía, hace años que repite lo mismo: «El problema no es la pornografía; el problema es la industria pornográfica», motivo por el que apuesta por aumentar la variedad de pornografía disponible con el objetivo de romper con la uniformidad en este género cinematográfico tan dispuesto a tirar de clichés, estereotipos y violencias (casi siempre contra las mujeres, ya que es la pornografía un género intrínsecamente, tal y como está planteado hoy en día, misógino).

A partir de todos estos temas y mediante un lenguaje perspicaz y una técnica narrativa impoluta que hacen que sus libros, ya sean ensayos o novelas, y sus columnas fluyan y avancen casi sin darse cuenta, Caitlin Moran ha conseguido crear una escuela alejada de las buenas formas; una escuela en la que todos los temas tienen cabida siempre y cuándo sean abordados desde el respeto y el humor. Sarcasmo y aprendizajes.

El final de “Cómo ser famosa” es empalagoso, y poco moraniano, poco esperado por la facilidad con la que se resuelve todo. Por lo sencillo. Demasiado Disney. A la británica, sin embargo, no se le escapa nada: «No te olvides de que este es el segundo libro de una trilogía. Queda el tercero», y sonríe.