IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La casa de piedra

Recostado contra una suave ladera, el edificio se asoma tímidamente a través del encinar, sacando su mirada hacia la ciudad de Cáceres. Su forma cúbica, como dibujada con tiralíneas, destaca por la piedra con la que está construida. Sus paredes de piedra, perfectamente rectangulares y rematadas con una albardilla superior casi inexistente para ojos no expertos. Podría parecer un tapial, una pared divisoria como tantas otras encontradas en el ambiente rural, pero descubrimos que las paredes se agujerean mediante tres huecos, tres marcos de granito. Nos acercamos a la casa de piedra de Tuñón, y descubrimos que el interior no corresponde con lo que, en un primer momento, nuestra mente ha imaginado que nos íbamos a encontrar.

La casa viene firmada por el célebre Emilio Tuñón y Carlos Martínez Albornoz. Tuñón formó una de las parejas más punteras de la arquitectura española junto con el fallecido Luis Moreno Mansilla, siendo tal vez el museo MUSAC de León su obra más célebre. Compatibilizando la enseñanza en la Escuela de Arquitectura de Madrid con la práctica profesional, el estudio obtuvo en 2014 la Medalla de Oro de las Bellas Artes, dos años después de la muerte de Mansilla. La pareja tuvo un gran impacto sobre una generación de arquitectos con la publicación de su revista “Circo” –autoeditada, haciendo un uso primigenio de la capacidad del primer internet de difundir ideas de modo descentralizado– y representan a esa generación que supo hacer buena arquitectura en la época de la burbuja inmobiliaria.

La casa de piedra de Cáceres, finalista de los premios FAD el año pasado, es una obra muy interesante por muchos motivos: primero, es la primera oportunidad de ver una obra residencial de Tuñón sin su compañero Mansilla; segundo, es un ejercicio sublime de matemática hecha arquitectura; tercero, nos hace reflexionar sobre qué es una casa moderna y qué es una casa clásica.

Comencemos con las matemáticas: la casa es un cuadrado perfecto de diecisiete metros con cuarenta centímetros, que se divide en nueve partes, tres por tres, en nueve cubos de cuatro metros veinte centímetros de lado. Cada fachada está agujereada por tres ventanas de dos metros y diez centímetros. Las fachadas, de piedra cuarcita cacereña, son muros de carga sobre los que descansan ocho vigas de hormigón de un metro y medio de canto. Las vigas, agrupadas de dos en dos, crean espacios intermedios, que se aprovechan para colocar espacios “sirvientes”, como armarios, baños, instalaciones… Esa división, como el damero de tres en raya, hace que se obtengan las ya citadas nueve estancias. En el centro del damero, una impresionante escalera helicoidal que une la planta inferior a la planta baja.

Cuando se ve el proyecto, no es hasta que se encuentra la planta cuando se empieza a ver el juego que se ha seguido. La casa tiene más que ver con un palacio renacentista que con una vivienda del siglo XXI y, de hecho, los propios autores declaran que la casa «quiere ser un palacio». El modelo de vivienda clásico europeo comienza en la Roma Imperial, pero culmina en la Florencia renacentista, con el palazzo como su punto álgido.

Y es que antes de que los británicos inventaran la palabra confort en plena Revolución Industrial, y de que los arquitectos centroeuropeos pusieran en solfa los arquetipos de la vivienda a principios del siglo XX, las casas de bien no eran sino una sucesión de habitaciones que se unían unas con otras. En este sentido, la casa de Tuñón sigue al pie de la letra lo que un arquitecto del siglo XVI habría hecho: las habitaciones se abren las unas a las otras, formando un juego estancial en el que desaparecen los pasillos y los elementos superfluos.

El caserío contra el palacio. La casa juega deliberadamente con el contraste; contrasta un planteamiento tan clásico (y no clásico de hace cincuenta años, sino clásico de hace cinco siglos), con un uso del material totalmente moderno, haciendo del minimalismo una virtud. Esa dualidad aparece también en las paredes, que cuentan con un zócalo inferior, que oculta los armarios y las instalaciones, mientras que la parte superior, de un simple hormigón pintado, se alza hacia arriba, con la única interrupción de unas ventanas que se abren a un patio interior, sin ninguna interferencia de aparatos o instalaciones.

Los contrastes culminan en la fachada exterior, que ha querido simular una arquitectura vernácula propia del entorno rural, cuando en realidad su significado no puede estar más alejado de su significante: el caserío contra el palacio.