Janina Pérez Arias
Elkarrizketa
Udo Kier

«Nunca en mi vida he hecho de nazi serio, ¡jamás!» - Udo Kier

Elegantemente, Udo Kier (Colonia, 1944) se lleva una copa de vino a la boca. Sorbe en cámara lenta y habla como si no existiese un mañana. Salta de una anécdota a otra, refiriéndose a colegas actores y actrices, así como a directores, por su nombre de pila. Sobre la marcha, su interlocutor va armando el puzzle con los célebres apellidos: «¡Ah!, ‘esa’ Nicole (Kidman), ‘ese’ Quentin (Tarantino) o ‘ese’ Lars (von Trier)».

Udo Kier es uno de los pocos actores de origen alemán que ha logrado afincarse en la difícil e insondable parcela de Hollywood. Desde sus años mozos hizo de Los Ángeles y Nueva York su zona de juegos, por decirlo de alguna forma. A principios de los 90 se fue a la cama con Madonna (en el libro ilustrado “Sex”, así como en los videoclips “Erotica” y “Deeper and Deeper”); de fiesta con la jet set en el Studio 54 en los 70; emprendió peripecias artísticas con Andy Warhol y aventuras cinematográficas con directores tan variopintos como Dario Argento (“Suspiria”), Werner Herzog (“Invencible”), Michael Bay (“Armageddon”) o Gus Van Sant (“Mi Idaho privado”), entre muchos otros. Precisamente fue Van Sant quien recientemente tomó la palabra en el homenaje en Palm Springs, lugar de residencia de Kier desde hace una década, donde al actor se le concedió una estrella en el Walk of the Stars junto a Lauren Bacall, Elizabeth Taylor y Frank Sinatra.

‏Frankenstein, Drácula, científico, misterioso amante, un inmenso catálogo de villanos. Udo Kier le pone cuerpo y alma a cualquier personaje, y más que asumirlos, los vive. Uno de sus más recientes roles lo llevó a las profundidades de Brasil para rodar “Bacurau”, junto a Sonia Braga. Dirigido por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, este filme es una mezcla exquisita de drama, ciencia ficción, elementos de gore y western, casi a la medida de Kier, y que resultó galardonado en el Festival de Cannes (2019) con el Premio del Jurado.

‏Sentado en un sofá blanco, el azul del mar de la Riviera francesa parece competir con los enigmáticos ojos de Udo Kier. «No», levanta la mirada hacia el agente de prensa que quiere ponerle fin a esta entrevista después de casi cuarenta minutos, y con tono elegante, pero firme, le avisa: «Me quedo aquí cinco minutos más».

«Bacurau» toca temas que conectan con la actualidad de Brasil. ¿Estaba al tanto de la situación en ese país?

Nunca había estado en Brasil, un país que siempre asociaba con carnaval, mujeres y hombres hermosos disfrutando de las playas y pasándoselo a lo grande, por eso me alegró mucho rodar en ese país. La información que tenía era la que llega a través de los medios internacionales, pero (los directores) Kleber (Mendonça Filho) y Juliano (Dornelles) me pusieron más al tanto de la situación. No estoy aquí para hablar de política, soy un actor. Sin embargo, no me parece nada bueno que se corten los presupuestos destinados a la educación, al arte y a la cultura, en general, tal como está haciendo el Gobierno brasileiro. Por supuesto que la película refleja problemas reales, pero no se trata de un documental sobre la situación política y social en Brasil.

Teniendo en cuenta su larga filmografía, parece que a usted no podría sorprenderle nada más. ¿Qué significa para usted «Bacurau»?

Para mí fue un gran experimento interpretar ese rol que está explicado sobre papel de una manera y que, después de ver la película, es el público quien tiene que hacerse una opinión del mismo ¡He hecho de villano tantas veces! Siempre me recuerdan los que hice con Lars von Trier o con (Rainer) Fassbinder, pero nunca había interpretado uno como este. Jamás me había visto en la pantalla así, en escenas tan sensibles como esas. Kleber sacó todo lo mejor que podía dar, algo que no habían logrado todos los directores con quienes he trabajado. ¡Ha sido increíble! Al ver la película en el Festival de Cannes me emocioné; después de tantos años haciendo cine, creo que fue la primera vez que lloré en un estreno. Era mi momento. Seguro que hubo alguien que pensó: “Mira todo lo que hace para promocionar la película, ¡hasta llorar!”. Pero ese no fue el caso (se ríe).

«Bacurau» es uno de los muchos filmes que ha rodado recientemente. ¿Acaso esos roles que ha interpretado últimamente tienen un peso diferente a los del pasado?

Sin duda. Entre esos nuevos roles está también el de “Swan Song” (de Todd Stephens), donde tengo el papel principal, y creo que será uno de los buenos roles recientes. Hasta con Lars von Trier, que además de ser un buen amigo mío, he hecho unos once filmes (“Epidemic”, “Europa”, “Rompiendo las olas”, “Dogville”, entre otros), en los cuales he asumido papeles de todo tipo y tamaño, siempre he sido capaz de que resulten inolvidables. Cuando hicimos “Melancolía” (Lars von Trier, 2011), había una escena donde estaban sentados en una mesa Charlotte Rampling, Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, John Hurt, Kiefer Sutherland y Stellan Skarsgård; yo era el wedding planner (planificador de boda). Lars me dijo que quería que entrara en la sala, pero sin mirar a Kirsten, que le diese una idea de cómo hacerlo. En ese momento, todos mis colegas pusieron las orejas como elefantes, pendientes de mi propuesta (se ríe), de modo que le sugerí entonces poner mi mano en la cara y acto seguido salir de la habitación. Estuvo de acuerdo, lo hicimos tal cual. Cuando el filme se estrenó en Cannes, no faltó quien mencionara mi gesto en esa escena. Esa es una muestra de mi permanente intención que consiste en causar un impacto inolvidable porque, al fin y al cabo, para eso participo en una película. Quiero que la gente me recuerde, que diga: ‘¡Ah, en ese filme estuvo Udo Kier!’. Eso es muy importante para mí.

Teniendo en cuenta que los actores tienen un ego muy grande y que siempre quieren tener los mejores papeles, ¿cuándo se dio cuenta del gran potencial de uno secundario?

Es cierto, hasta yo tengo un ego enorme (se ríe). Como actor, si lo que quieres es obtener grandes papeles protagonistas, nunca deberías aceptar papeles pequeños, porque una vez que aceptes, y más si se trata de un buen director, vas a acabar interpretando siempre roles menores; de modo que si los rechazas, se verán en la situación de tener que ofrecerte roles más interesantes y significativos. Siempre digo que no existen papeles chicos, sino actores pequeños. Así funciona el sistema.

Recuerdo que, cuando estaba rodando “Keyhole” (2011) con Isabella Rossellini y Guy Maddin, a quien considero un buen director, Guy me dijo: “Udo, quiero que salgas de esta escena, no vas a volver”. Yo le dije que estaba bien pero le pedí decir algo antes de desaparecer. Guy accedió después de jurarle que no iba a echarlo todo a perder ni a hacer algo grandilocuente como suelen hacer los actores ingleses, pero no voy a decir a quién o quiénes me refiero exactamente (se ríe malicioso). La cosa es que en el decorado había un hermoso papel tapiz (papel pintado), así que decidí caminar pausadamente, poner la mano en la pared y decir: “¡Qué papel tapiz tan bonito!”, para luego salir de escena. Cuando la película se estrenó, la gente se me acercaba para decirme: “¡Qué papel tapiz tan bonito!” (se ríe). Se trata de aportar cosas que son inesperadas, no actos rimbombantes.

Imagino que usted recibe muchas ofertas. Tal vez una gran parte de ellas, incluso, no sean de su agrado. ¿Cuáles son entonces los criterios para aceptar un papel?

Hace poco me recordaron que había hecho 200 y pico películas, pero de todas ellas, 100 son malas, 50 puedes disfrutarlas con cierta ingesta de alcohol, y otras 50 son realmente buenas (sonríe). Cuando eres actor y puedes afirmar que has hecho en tu carrera 50 filmes buenos, ya puedes darte por satisfecho. En mi trabajo lo que quiero es divertirme, ¡eso es lo más importante! Por supuesto que desearía interpretar más roles principales, ¿quién no? Al escoger los personajes tienes que estar atento a pequeños detalles, porque en la mayoría de los casos no es beneficioso interpretar al amigo del protagonista, ya que nunca podrás destacar, porque no puedes ser tan fuerte como la figura principal, ya ves que por algo le llaman supporting roles. Yo solo acepto papeles cuando me parece que estaré en manos de buenos directores, si tengo la certeza de que puedo confiar en ellos. Ese ha sido el caso de la gran mayoría de los realizadores con quienes he trabajado; y es que nunca me aventuraría a aceptar un papel en una película en la que no conozco a nadie. Por otra parte, como actor también es importante saber dónde están tus límites.

¿En qué sentido?

Los límites físicos, como también el plantearte hasta dónde puedes llegar con tu sentido del ridículo, cuánta irritabilidad puedes aguantar.

Ha trabajado con muchos actores conocidos, pero son pocos los germano parlantes que han logrado hacerse un sitio en Hollywood. Además de su caso, Christoph Waltz es otro ejemplo. ¿Puede establecer algunas similitudes con el intérprete austriaco?

Respeto mucho a los actores, no a todos ellos, pero sí a la gran mayoría. Cuando hice “Mi vida a lo grande” (Alexander Payne, 2017), compartí película con Christoph Waltz. Fue maravilloso porque tenemos muchas similitudes, sobre todo en lo relacionado a divertirnos a lo grande en nuestro trabajo; quizás sea nuestro estilo de interpretación. Te pongo un ejemplo: existen diferencias entre coger un arma y decir “¡te voy a matar, hijo de puta!”, y coger un arma, empezar a limpiarte las uñas y decir (pone tono muy tranquilo y pausado): “En cuanto termine con esto (hace una pausa), te voy a demandar” (se ríe). Así sí que suena diabólico, ¿no? (vuelve a reírse).

En su larga experiencia interpretando a malvados, siempre destaca el cliché de asociar a los alemanes con los nazis. ¿Cuántas veces ha tenido que rechazar esas propuestas?

Cuando eres un actor alemán y te vas a EEUU a hacer carrera, te ofrecen hacer de científico o de nazi. He interpretado pocas veces a Adolf Hitler (“100 Jahre Adolf Hitler- Die Letzte Stunde im Führerbunker”, “Mrs. Meitlemeihr”, “Iron Sky:The Coming Race”) pero nunca en mi vida he hecho de nazi serio, ¡jamás! Siempre ha sido en tono de comedia, teniendo en mente a Charles Chaplin en “El gran dictador” (1940), sobre todo en la escena de cuando juega con el globo terráqueo. ¡Ese es el espíritu de mis interpretaciones! Recientemente me ofrecieron interpretar a (Josef) Mengele, quien fue uno de los nazis más malvadoa. Lo rechacé categóricamente. Mi manager estaba entre angustiado y cabreado. Me decía que cómo era posible que rechazara ese rol protagónico en una producción de televisión estadounidense. Pero no, yo no puedo asumir un papel como ese, me deprimiría.

Rainer Werner Fassbinder (1945-1982) fue quizás uno de los directores con quien logró una cercanía absoluta. ¿Qué recuerdos tiene de sus colaboraciones?

Conocí a Rainer cuando él tenía 15 años y yo 16 en un bar de clase trabajadora en Colonia (Alemania), frecuentado por secretarias, camioneros, obreros, travestis... por lo que la clientela era muy variada. Íbamos allí sobre todo para observar a la gente, pero a las diez de la noche nos echaban porque éramos menores de edad. Eran tiempos de postguerra, (Kier estaba haciendo un aprendizaje en el área de comercio, y Fassbinder asistía al instituto). Pasó el tiempo, me fui a Londres a estudiar inglés y, estando allá, cayó en mis manos una revista alemana con un reportaje a doble página sobre Rainer (Fassbinder), donde se afirmaba que era un genio del cine. ‘¡Pero si es Rainer!’, me dije. Cuando regresé a Alemania, en Munich (donde compartieron piso), me ofreció un papel en una película. Como no me gustaba, lo rechacé. Luego me ofreció otro (“Bolwieser”, un telefilme de dos partes, 1976), y ese fue el inicio de otras colaboraciones (“Lili Marleen”, “Lola”). Me fascinaba Fassbinder porque tuvo la capacidad de recrear Alemania después de la guerra. Si bien existían otros directores como Wim Wenders o Volker Schlöndorff, lo que diferenciaba a Rainer era que lograba captar lo mejor.

Ha mencionado que ha hecho por lo menos unas 100 películas malas. ¿Cuál es su favorita y por qué?

¡Las he olvidado todas! (risas). Se me olvidaron tanto los nombres de los directores como los títulos (se ríe travieso). Podría revisarlo en mi filmografía, pero ¿sabes qué? No me apetece. ¿Para qué me voy a deprimir con eso? Me basta con asumir que fue mi culpa. He hecho tantas películas… A veces, apenas concluido el rodaje he tenido la sensación de que será un gran éxito, de que la nominarán para los mejores premios, pero al final no resulta nada bien. Como también he hecho otros filmes de los que he tenido la sensación de que son una mierda, y de repente causan sensación. Un buen ejemplo de esto es “La sombra del vampiro” (E. Elias Merhige, 2000), con Willem Dafoe y John Malkovich. No creía en ese filme pero Willem fue nominado para el Óscar. En la realización de una película influyen muchos elementos, no se trata solo del momento en que te pones en frente de la cámara, así que en esto de hacer cine uno nunca sab