IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Las tres patas

Las parejas, en su desarrollo, atraviesan fases diferentes y en todas ellas oscilan entre dos polos, entre la simbiosis y la independencia está el campo de juego de las parejas que se van midiendo, construyendo. En un extremo, la sensación de fusión, de ser uno o una con “los mismos” deseos, maneras y objetivos, como si la pareja sustituyera al individuo; y en el otro, el extrañamiento, la ausencia de construcción conjunta sino más bien la asociación en función de objetivos (tener un hijo como objetivo personal, el dinero, el sexo…), pero sin intimidad emocional.

Todas las parejas tienen que negociar su lugar entre estos dos focos, donde encuentran el equilibrio sostenible, nutricio, y tiene sentido individualmente. Sea como fuere, en todo ese trayecto, hay tres lugares por los que las parejas necesitan pasar para lograr ese equilibrio del que hablábamos. En el título llamaba las “tres patas” al cuidado, la cercanía y la compatibilidad, porque dicho balance se apoya en ellas, pero quizá sea más cercana la metáfora de los tres lugares, porque no siempre estamos apoyados en las tres a la vez, sino que vamos transitando, alternando. No por casualidad se habla de las relaciones de pareja como un baile de intereses, necesidades y deseos, que van pasando de manos, y que necesitan una respuesta del otro para mantener el paso.

El primer lugar es el cuidado, que en una relación en curso supone cualquier intercambio que comunique que se acepta al otro como es, y que se está dispuesto o dispuesta a hacer cosas por el otro de forma incondicional si este o esta lo necesita, sin cobrarlo después con reproches o exigencias que se acumulan. Simplemente, se comparten roles y responsabilidades tanto logísticas como emocionales desde el respeto mutuo y la valoración del otro; e incluso, la alternancia del deseo de hacerlo por ti aunque no lo necesites, como dar un masaje sin necesidad de que, quien lo recibe, esté cansado, por ejemplo. Para recorrer este lugar satisfactoriamente, las parejas lo recorren con la iniciativa alternante y equilibrada.

Otro lugar conectado es el de la cercanía, que supone la comunicación efectiva de sentimientos, a través de palabras, gestos o acciones, lo que implica que, quien expresa un sentimiento determinado lo pueda reconocer para comunicarlo, y quien lo recibe entienda su importancia y grado. Esta cercanía no implica que la comunicación de un determinado sentimiento obligue al otro a responder más allá de su propia espontaneidad, ni a hacer nada para resolverlo si es desagradable. Sí es cierto que escuchar y reconocer la importancia de lo que se está expresando para quien lo hace suele ayudar a rebajar la tensión de un sentimiento que se percibe como negativo o desagradablemente incontrolado. Celebrar la alegría del otro, proteger cuando siente miedo, acompañar en la tristeza o tomar en serio el enfado del otro son respuestas que ayudan un poco más a completar la expresión emocional y su digestión.

Y, por último, la compatibilidad, es decir, el grado en que los valores principales de cada miembro de la pareja son similares a los del otro, y quizá también la jerarquía de dichos valores. Quizá los dos primeros lugares de los que hablábamos son más cotidianos, visibles y reconocibles, pero este es un lugar más transversal. Por así decirlo, es como que “lo que es importante para ti lo es para mí también”, por ejemplo a la hora de priorizar el trabajo a otras ocupaciones o viceversa, la importancia de extender la familia, o de la libertad de movimiento de cada miembro en relación al núcleo familiar.

Estos valores se suman a valores más globales, filosóficos o políticos de cada cual. Sea como fuere, los valores no son preferencias, no son fácilmente mutables, por lo que una relación que se base secretamente en cambiar los valores del otro tiene corto el camino.