IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Empatía ante la mentira

Muchos animales tienen órganos específicos para el camuflaje; la evolución ha creado las más abigarradas formas de pasar desapercibidos. Desde las mariposas con ojos de serpiente en sus alas, pasando por los búhos imperceptibles cuando tienen una corteza de árbol tras ellos, hasta las sepias con su increíble sistema de cromatóforos que les hace cambiar de color instantáneamente. Todos ellos tienen que esconderse de algún modo para conseguir lo que quieren.

Nosotros no íbamos a ser menos y, si bien la evolución nos ha quitado el pelo –a unos más que a otros–, nos ha dotado de toda una suerte de ardides sociales para ocultarnos, hacernos pasar por lo que no somos y, en definitiva, escamotear nuestra vulnerabilidad de los ojos de un otro potencialmente peligroso. Y es que, la mirada del otro, sus ojos puestos sobre nosotros y sus oídos escuchando nuestra voz, encarnan los sentidos principales por los que un desconocido podría averiguar nuestros puntos débiles; en contrapartida, nosotros, nosotras, tenemos nuestros ojos y oídos para detectar las puertas de entrada a través de las que entrar al mundo del otro para entenderlo y/o para utilizarlo a nuestro favor. De aquí que necesitemos fingir, mentir, aparentar, disimular, pavonearnos, para encontrar un resquicio seguro en el medio ambiente de los iguales.

La mentira puede ser tremendamente dolorosa y, al mismo tiempo, tiene su utilidad. A menudo censuramos la mentira adoptando la visión moral. Rápidamente nos sentimos engañados, traicionados, descontados, cuando descubrimos que alguien nos ha mentido. Supongo que somos tan expeditivos en nuestra espontánea desconfianza y nuestra retirada de la relación porque ese descubrimiento hace que tomemos conciencia de que dicho vínculo se ha convertido en el eslabón más débil de nuestra cadena social. Entonces cuestionamos también otras “verdades”, aumenta nuestra paranoia para con lo que antes dábamos por sólido de los demás, y nuestra sensación de vulnerabilidad aumenta en todo lo relacionado con el tema de la mentira. También nos sentimos más vulnerables porque nos vemos convertidos de repente en un objeto, por decirlo así, algo que ha sido manipulado para obtener de ello un resultado determinado, sin tener en cuenta su voluntad o sentimientos. Esto es particularmente doloroso cuando nos hemos “entregado” a esa relación, es decir, cuando hemos bajado las defensas de nuestra desconfianza natural como mamíferos ante los desconocidos y le hemos quitado el “des”.

Cuando la mentira se da en este ámbito nos cuesta mucho ver que tenemos que volver a levantar esas barreras que tendríamos con cualquiera, por lo que nos culpamos por no haberlo visto, nos cuestionamos en nuestra valía y, cuando por fin levantamos las empalizadas de nuevo, instauramos o confirmamos una creencia que corre el riesgo de condicionar nuestras futuras relaciones: “no se puede confiar en nadie”. Mientras mantenemos esa creencia, nos sentimos víctimas y, por tanto, se nos debe, mantenemos el poder que hemos sentido arrebatado. Y todo ello porque pasamos por alto que la mentira, por dolorosa que sea, tiene su causa en quien miente, alguien que o bien trata de disimular sus miserias o bien intenta manipularnos porque cree que no podría obtener de nosotros lo que busca yendo de cara.

En cualquier caso, para superar una mentira dirigida a nosotros, es indispensable dejar entreabierta una cierta ventana de empatía, es decir: el dolor es innegable, la decepción y la sensación de traición a veces inevitables; la ruptura, fáctica, pero si pudiéramos recordar que la desconfianza empezó en el otro sin nosotros saberlo, que esa persona no supo nunca lo que era la intimidad emocional o tuvo demasiado temor a ser rechazados, o temía perder la relación, quizá nos evitemos el flagelo propio, que nos engancha y nos mantiene vinculados más tiempo del que querríamos.