Igor FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

La inercia suficiente

La llegada del nuevo año está llena de expectativa, en particular la llegada de este. De todos es conocido que si algo trae ese cambio de dígito es el deseo de otros tantos cambios, los famosos propósitos de Año Nuevo. Sin duda esta vez este es un ejercicio muy peculiar de hacer y los meses que nos abandonan nos dejan, entre otras cosas, un cierto regusto amargo de incertidumbre. Para mucha gente este año ha supuesto un antes y un después, y para otros una confrontación constante de algunas decisiones vitales. Las familias, los trabajos, las parejas, el ocio, las residencias, han tenido que ajustarse a esta situación extrañísima y a veces lo han logrado y otras veces, no.

Haber vivido todo esto quizá nos coloca en la posición de intentar controlar algo más la vida en el año que empieza y, quizá, iniciar o reconstruir de una forma nueva. Hace unos años, un psicólogo americano planteaba un modelo transteórico del cambio: el modelo de Prochaska; un modelo muy sencillo pero que pretendía abarcar con una mirada amplia las fases de cualquier cambio de conducta: precontemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento. Desde la falta de conciencia de la necesidad de un cambio –aunque exista–-, su planteamiento, la toma de decisión propiamente dicha, el paso a la acción y la consolidación del cambio, la persona va trasladando su tiempo, los pensamientos, las emociones y reacciones fisiológicas a lugares distintos dentro de sí, lo que le permite ir haciendo realidad la transformación.

Cojamos este o cualquiera de los modelos que existen para tratar de explicar por qué no vale con tomar una decisión para hacerla realidad, la cuestión es que podamos conocernos lo suficiente como para “apoyarnos” a nosotros mismos en ese avance hacia lo que queremos. Para ello necesitamos entender que no siempre somos capaces de pensar de la misma manera, las opciones que se nos plantean como viables en cada fase, en cada punto, no son las mismas. Por ejemplo, pensar en cambiar de ciudad no es una opción plausible si aún tengo asuntos con el banco por mi despido. ¿Significa eso que no lo sea en otro momento? No necesariamente. A menudo, cuando aún no estamos preparados para empezar a movernos internamente con respecto a nuestra posición de salida, el temor suele aumentar la sensación de amenaza y disminuir la percepción del poder de los recursos. En otras palabras, nos sentimos más pequeños e incapaces ante un medio que apabulla. Lógicamente, desde esa posición será difícil ejecutar de una vez lo que nos gustaría hacer, o incluso lo que necesitaríamos hacer sin “crecer” un poco. Hablar de nuestro temor con la gente que confía en nosotros, incluso más allá de las dificultades que podamos tener, nos ayudará a desenredarnos del temor. Esto no significa que las circunstancias que le narramos a esa persona y que nos resultan contundentes mientras las describimos, no sean complejas o incluso muy difíciles de afrontar, pero lo que obtenemos de compartir aquello que parece ser inmutable es precisamente un ligero alivio que nos permite una “holgura” para pensar ligeramente diferente. Quizá al final de la charla lo dramático no lo sea tanto, o se haya llevado entre dos durante un rato, y eso nos permita dar el siguiente paso. También funciona crear unos cambios pequeños, que modifiquen nuestra rutina, de tal manera que la maquinaria que todos tenemos para adaptarnos, empiece a desperezarse. Cuando vivimos a solas los momentos difíciles, haciendo lo mismo, retrayéndonos, el sistema de protección que hemos creado tenderá a estabilizarse y mantenerse en el tiempo, incluso cuando ya no lo necesitemos. Quizá el cambio interno que tiene que suceder para pasar de una fase a otra de camino a lo nuevo, sea crear la posibilidad mental y emocional de llegar a ella, imaginarla y notar que es posible, y si no podemos, para eso están los otros.