Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

Espacios para enseñar a enseñar

El movimiento moderno provocó un cambio drástico en los modos de hacer respecto de las arquitecturas decimonónicas. La planta libre o el funcionalismo se convirtieron en nuevos mantras que transformaron, y aún lo sigue haciendo, la forma de entender la arquitectura. Pero un siglo después de que esos paradigmas impregnasen los diseños de multitud de edificios, tal vez cabría reflexionar sobre su idoneidad actual.

La planta libre propició la separación entre estructura y cerramiento, hasta aquel momento unificada en los muros de cargas. Las nuevas estructuras de pilares metálicos o de hormigón posibilitaban unas geometrías más libres, y por supuesto unas fachadas más permeables. En principio un sistema que construía una libertad total para usar los espacios de manera libre y diversa. Pero realmente no fue así, el término libertad únicamente aludía al diseño, a la libertad creativa del arquitecto para plantear formas, ya que el uso de los espacios estaba determinado por la otra cara de la moneda, el funcionalismo. Los edificios debían funcionar como máquinas, y cada una de sus partes sería más eficaz si resolvía una y solo una función especifica. Ese modelo democrático de la modernidad se tornaba, de nuevo, en un doble corsé; por un lado al otorgar libertad al arquitecto lo convertía en creador omnipotente, y por otro lado en aras de la eficiencia imponía la dictadura del funcionalismo.

La reforma del edificio Dorleta construido en 1976, hoy parte de Mondragon Unibertsitatea al albergar la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (HUHEZI), desarrollada por Itziar Imaz e Ibon Salaberria de beSTe Arkitektura agentzia bat, plantea una nueva manera de entender los procesos de la arquitectura.

El proceso del proyecto arrancó con un proceso participativo de diagnóstico compartido que tuvo como objetivo repensar los espacios del campus. Un proceso abierto donde usuarios y arquitectos buscaron especializar las características y necesidades específicas, pedagógicas, relacionales y afectivas que el nuevo edificio debía tener. Una participación que acabó con un replanteo en el solar de las nuevas piezas, construyendo en auzolan la huella del edificio futuro y así apropiándose de forma colectiva del mismo.

El campus de Eskoriatza de esta facultad lo conforman tanto Dorleta como el edificio Nagusia, situado al otro lado del río Deba. Los dos edificios funcionan conjuntamente, tanto a nivel de programa como de instalaciones, siendo una pasarela sobre el río el elemento que permite esta unión y operatividad conjunta.

El proyecto propone como premisa inicial mantener su estructura de hormigón, con una luz transversal de once metros adecuada para los espacios polivalentes de aprendizaje, sumándole una nueva pieza de seis metros de ancho. Esta adición permite que la superficie del antiguo edificio se convierta en una especie de aulario adaptable, y que la nueva crujía absorba tanto las circulaciones como las actividades más informales de los procesos de aprendizaje de sus habitantes.

La adaptabilidad y apropiabilidad de los espacios, o la porosidad hacia el contexto, son nuevas formas de entender los nuevos espacios, realmente libres para poder realizar en ellos todo tipo de pedagogías que, sin duda, cambiarán en el tiempo. La facultad requería un nuevo sitio, el KoLaborategia, que en una especie de eco adopta la misma dimensión del claustro del edificio Nagusia. Acogerá el Laboratorio de educación y comunicación para la sociedad digital, creado recientemente, de nuevo un espacio abierto, versátil y polivalente. El espacio intermedio entre la nueva pieza y la antigua estructura se transforma en el nuevo hall, un lugar de encuentro y de relación en el campus. Ha sido bautizado como Hondartza. El proceso de diagnóstico compartido nombró así los espacios que debían ser más indeterminados, dejados en crudo: sitios con vocación de ser apropiados para diversos usos, adaptables en el tiempo. Y es que, ¿qué hay más flexible que una playa?, un lugar que puede ser de ocio, de descanso, en el que se puede hacer una competición deportiva o incluso trabajar pintando los botes de pesca.

Áreas flexibles. En este sentido, la flexibilidad de las nuevas propuestas pedagógicas obligan a ensayar nuevos tipos de aulas. Más que aulas al uso, estos espacios se definen como áreas de aprendizaje flexibles. Espacios relativamente inacabados, que gracias a unos estudiados sistemas de instalaciones, especialmente las eléctricas, permiten una total adaptabilidad y variabilidad en cuanto al modo de usarlos.

En función de la orientación las caras del edificio matizan su porosidad hacia el exterior con sistemas de sombreo, barandillas o celosías de malla tensada que servirán de entramado para las especies vegetales que lo acompañan. Especies que también habitan la cubierta de Hondartza, convertida en un jardín que devuelve al entorno la misma superficie que la ampliación del edificio ha ocupado.

En definitiva, el edificio se convierte en una infraestructura, en un conjunto de espacios abiertos para albergar un proceso pedagógico que exige ser cambiante en el tiempo, tanto por la variabilidad de tamaño de los grupos de trabajo, como por la reformulación constante de los contextos pedagógicos que los habitan. Un edificio que viene del pacto y que propone una libertad al usuario, no parece fácil dar más por menos, siendo además espacios destinados a enseñar a enseñar, y que se convierten, por lo tanto, en ejemplo de lo que las escuelas futuras deberían ser.