Jone Buruzko
IRUDITAN

Colombofilia

Fotografía: Khaled Desouki | AFP
Fotografía: Khaled Desouki | AFP

Un hombre suelta una paloma en una imagen que podría producirse en casi cualquier época o lugar del mundo, pero esas pirámides de Giza, las imponentes Keops, Kefrén y Micerinos como telón de fondo, conducen directamente a El Cairo, la capital egipcia. Podría parecer un acto de libertad pero, quién sabe, detrás de la cría de palomas hay mucha historia. Para empezar, es un animal tan apreciado –la blanca es el símbolo de la paz– como denostado, ya que en muchos lugares a las palomas urbanas, dotadas de una gran capacidad de adaptación y reproducción, se las combate como una plaga por considerarlas transmisoras de distintas enfermedades. Aún así hace siglos que forman parte del paisaje de plazas y parques. Precisamente en Egipto existen palomas talladas en las paredes de los templos desde tiempos faraónicos.

La colombofilia –del latín columba, paloma y del griego φιλία, filia– consiste en la cría y adiestramiento de estas aves. Tradición, afición, pasatiempo o negocio, su práctica está muy extendida por los países del norte de África y de Oriente Medio, donde se utilizan para concursos, carreras, juegos o incluso fines culinarios pese a las discrepancias de los colombófilos, que consideran que un animal así nunca debe acabar en la cazuela aunque sea el costoso plato favorito de los recién casados egipcios que se lo pueden permitir. Y es que allí, al pichón relleno de arroz o trigo se le asignan propiedades afrodisíacas. Las palomas de carrera más rápidas pueden alcanzar los 100 km/h y se cotizan caro, pero sobre todo hay competiciones en las zonas pobres, con palomares como este en lo alto de edificios grisáceos para deleite de los palomeros.