Ibai Gandiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

La muerte y la arquitectura

Pocas veces habremos hablado tanto de la muerte en tiempo de paz como en este último año, aunque nos aseguramos de disfrazarlo convenientemente detrás de números, índices, porcentajes y gráficos, no vaya a ser que nos agüe la fiesta más de lo que ya está. Uno de los grandes traumas a los que la sociedad se ha tenido que enfrentar este último año ha sido la muerte de allegados sin poder respetar las despedidas, los reencuentros y los cuidados mutuos que el ser humano necesita en ese momento de cambio crítico. Al miedo de perder a alguien y no poder acompañarlo se suma el miedo a morir solo, sin la cara de una hija, un padre o un nieto alrededor.

Siempre he definido la arquitectura como un acto primordial en la naturaleza humana, porque para la mera supervivencia tan necesario es buscar agua o comida como refugio. Es por eso que los ritos funerarios son un punto determinante para la clasificación de una civilización; la propia especie neandertal fue encumbrada a un estadio superior cuando los curas Jean y Ameédée Bouyssonie encontraron en 1908 restos de lo que luego se descubrió como una tumba neandertal de 50.000 años de antigüedad. La arquitectura de los muertos fue de la mano de la primitiva arquitectura de los vivos, en este caso, la vida en cuevas.

Los primeros elementos arquitectónicos propios relacionados con lo que hoy en día entendemos como un cementerio se remontan al siglo XIX. Antes ya había habido un ir y venir de cuerpos y huesos desde zonas intramuros al interior de las iglesias, y desde estas a cementerios extramuros. Con las nuevas pautas higiénicas de la Ilustración, se construye uno de los cementerios más antiguos y famosos del mundo, el cementerio Père Lachaise de París, lugar de reposo de Jim Morrison o Edith Piaf. Este tipo de cementerios, denominado cementerio-jardín, trataba de fundirse en el paisaje, fundamentalmente en las colinas, creando ese paisaje típico de los cementerios románticos. Eso sí, convenientemente amurallados y delimitados para que no se mezcle el mundo de los vivos y el de los muertos.

Desde ese inicio hasta lo que hoy conocemos como cementerio, ha habido poco avance; lo cementerios son lugares cerrados a la ciudad, que esconden a los muertos, y que constituyen su propio universo alejado del mundo de los vivos, lugares heterotópicos, tal y como los definía Michel Foucault, es decir, lugares que no encajan en la experiencia de la vida exterior. Cualquiera que haya sentido un cambio en el aire al cruzar el arco gótico de un cementerio puede entender a lo que me refiero.

La arquitectura siempre ha querido intervenir en esos espacios, no en vano en esa tipología de cementerio-jardín las grandes familias se pagaban su panteón particular de mano de arquitectos de renombre. La concepción de un cementerio como un proyecto integral de arquitectura y paisaje no llega hasta principio del siglo XX, con Skogskyrkogården, el Cementerio del Bosque de Estocolmo, obra maestra de los suecos Asplund y Lewerentz y Patrimonio de la Humanidad. La naturaleza volvía a estar en el centro del proyecto, con un bosque y un gran claro como protagonistas. Otros ejemplos –más modestos–, han seguido la estela de este, y cada gran movimiento arquitectónico ha tenido el suyo: el posmodernismo tuvo San Cataldo, del arquitecto Aldo Rossi, y la vanguardia española de finales de siglo XX tuvo el cementerio de La Igualada, de los arquitectos Carme Pinós y Enric Miralles y el cementerio de Fisterra del pontevedrés César Portela.

Cementerios con vistas al mar. Precisamente, encontramos en la localidad italiana de Santo Stefano al Mare una obra que comparte muchas similitudes con el cementerio gallego de Portela. Obra del arquitecto y fotógrafo Aldo Amoretti, se trata de una ampliación del cementerio existente, colocado junto a la vía Augusta, con unas espectaculares vistas al mar de Liguria. Del mismo modo que en Galicia, el arquitecto parte de la tipología tradicional de nicho funerario de pescadores, un paralelepípedo vertical con un pequeño tejado, a modo de caseta para barcas.

Amoretti, con ese gusto por los detalles tan italiano, dispone de una serie de nichos verticales, realizados con dos muros de hormigón armado y tapados por tres lados por planchas de mármol de Carrara, que se colocan siguiendo la cota de nivel de la ladera. Los mismos nichos crean el tradicional muro, que sin embargo no es tal, al estar abierto al paseo marítimo y permitiendo la permeabilidad del cementerio y su integración con la ciudad, el paisaje, y el mundo de los vivos.