Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Gripe emocional en pareja

Conocer a personas nuevas es siempre un desafío. Para empezar, –y da igual si estamos pensando en un entorno de pareja, amistad, o laboral– porque la subjetividad del otro nos complementa, nos confirma, y también nos confronta. Su sola visión diversa del mundo, hace que nos planteemos nuestro lugar, nuestras opiniones, creencias o actitudes. Esto sucede espontáneamente sin que intentemos hacer nada porque el propio impulso de encontrarnos nos hace abrir canales entre nuestra subjetividad y la del otro. Por decirlo de otro modo, directamente nos conectamos por el mero hecho de estar juntos o compartir un espacio cercano. A partir de ahí, es relativamente fácil que sucedan una de estas dos cosas: o nos sentimos afines o nos sentimos antagónicos en aspectos relevantes.

Sin duda, esto tiene connotaciones diferentes en función del entorno en el que tenga lugar el encuentro, pero suele ser lo primero que nos sucede, también sin que medie demasiado pensamiento. Entonces se dan dos dinámicas al mismo tiempo: por un lado está la construcción de esa cercanía aquí y ahora, por otro, la revisión de la hemeroteca emocional. Multitud de los malentendidos de una relación cercana que empieza a fraguarse tienen su origen en eventos emocionales que no están teniendo lugar en ese momento y a ambas partes por igual. En otras palabras, a medida que vamos compartiendo actividades, planes, conversaciones, y vamos desplegando nuestra personalidad a ojos de otra persona en la cotidianidad, vamos cotejando sus reacciones a nosotros con nuestra historia emocional, preparándonos para encontrarnos con lo que hemos conocido anteriormente, para bien o para mal, a medida que esa primera confrontación de la que hablábamos, tiene lugar. Este terreno está plagado en secreto de esperanzas a menudo utópicas o fantasías a menudo catastróficas.

Bien porque pensemos que “esta vez sí” o porque pensemos “ya verás como otra vez no”, reaccionamos en consecuencia, interfiriendo en secreto con lo que está sucediendo de nuevas. En función de lo que hayamos podido resolver en el pasado sobre aquellas ocasiones en las que nos hicieron daño o lo cerca que hayamos estado de nuestros sueños con respecto a nosotros mismos, vamos a proyectar en esta nueva relación potencialidad o imposibilidad, en un grado habitualmente mayor de lo que la propia realidad de lo que está pasando entre nosotros nos permitiría deducir. En otras palabras, si nos quedáramos con lo agradable o desagradable de lo que está pasando aquí y ahora y pudiéramos comunicarlo y escucharlo, todo iría mejor, sería más real.

Sin embargo, los accesos de incomprensión surgen cuando una de las dos personas está viendo una película perteneciente a su pasado sin que el otro lo sepa. El conflicto estalla a menudo cuando la realidad del otro no encaja en dicha película –para bien o para mal– y el o la protagonista, quiere que lo haga. Por poner una imagen, esto genera una especie de “resfriado” dentro de la relación, que cursa con unos síntomas hasta que se aclara en qué escenario estamos hablando. La comunicación permite atravesar dicho resfriado y crear anticuerpos para la siguiente ocasión en la que suceda algo similar. Es cierto que estos resfriados tienden a repetirse, al fin y al cabo, las historias inconclusas de nuestro pasado que nos acompañan aún en forma de suspicacia, no se crearon en un solo evento y no se resuelven normalmente en un solo evento.

Cada temporada de cambios suele ser un momento idóneo para que se vuelvan a dar, sin embargo, a pesar de que no se pueden evitar del todo, cada año podemos tener mayor inmunidad si conocemos dónde y cómo nuestras expectativas no habladas nos impiden ver la realidad de quiénes somos aquí y ahora, e inventarnos una relación que pertenezca en la mayor medida posible a este espacio y tiempo.