Iker Fidalgo
Crítico de arte
PANORAMIKA

Mirar desde fuera

El museo contemporáneo es el lugar donde el arte se siente cómodo. Bautizado como el “cubo blanco” para referirse a un espacio neutro cuya arquitectura, al menos la interna, no interfiere en lo que vaya a suceder en su interior. Dentro todo está permitido. Los códigos del arte contemporáneo han subvertido tantas veces lo establecido que pareciera que ninguna nueva propuesta, por arriesgada que esta sea, fuera a desbordar lo que un museo pueda albergar. Todo tiene cabida, desde la instalación sonora a la performance, pasando por la proyección de vídeo o la intervención directa y la exposición de su documentación. Pero, afortunadamente, la creación artística no ha reducido su lugar de intervención a las salas amplias de los espacios expositivos. El espacio público ha sido muchas veces lugar de nacimiento y desarrollo de múltiples proyectos que han hablado lenguajes completamente diferentes a aquellos que se dan en las exposiciones. Los museos lo saben y se han valido de este potencial para muchas estrategias de visibilización de sus programas y agendas.

Es habitual en los periodos estivales encontrar iniciativas que habitan las calles y plazas a la búsqueda de un público espontáneo. Una tipología de visitantes que, sin tener que acercarse a ningún sitio, encuentra en su paseo un reclamo que les permite disfrutar de un contenido artístico. Pero, como ya hemos advertido, el idioma del museo y de la calle nunca son el mismo. Cuando las iniciativas que se extienden sobre las aceras hablan exactamente igual que como lo harían dentro de las cuatro paredes, la invitación corre peligro de convertirse en un elemento más de la contaminación visual habitual del territorio urbano. Salir a la calle requiere conocer y hablar desde una posición diferente a la contemplación, pues solo de esta manera podrán crearse nuevas relaciones entre la obra y el público.

“La ruta del arte - Artearen ibilbidea” es una iniciativa del Museo de Bellas Artes de Bilbo. Consiste en la creación de un dispositivo portátil de paneles y estructuras que albergan reproducciones de las obras más relevantes de los fondos de la pinacoteca bilbaína. Para esto, se ha llevado a cabo una selección de hasta 40 piezas creadas entre el siglo XVIII y el siglo XX, con firmas tan renombradas como, El Greco, Frans Pourbus, Francisco de Zurbarán, Anton van Dyck, Francisco de Goya, Paul Gauguin, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, José Gutiérrez Solana, Robert Delaunay, Antoni Tàpies, Francis Bacon, Agustín Ibarrola, Antonio Sistiaga, Balerdi, Vicente Ameztoy, Alfonso Gortázar y Eduardo Arroyo. Una mezcla de estilos, épocas y temáticas cuyo objetivo es un acercamiento de la actividad de la institución a la ciudadanía. Para ello, se ha programado una itinerancia que partió desde Bilbo el pasado junio y que recorrerá hasta octubre algunas de las localidades más importantes de la costa de la provincia. Santurtzi, Muskiz, Bermeo, Bakio y Ondarroa son algunas de las paradas de su recorrido hasta terminar en Lekeitio a principios de octubre.

La terraza de la Alhóndiga de Bilbo inauguró a principios de mes y hasta el 31 de diciembre una instalación a cargo del artista Néstor Lizalde (Zaragoza, 1979). La icónica arquitectura del espacio es el escenario inmejorable para una propuesta lumínica que todas las noches se activa realizando una coreografía mecánica. “Aquelarre eléctrico” parece querer evocar una puesta en escena ritual en la que la luz es la protagonista. Los 44 arcos que conforman la terraza propician el desarrollo espacial de la pieza que si bien puede visitarse in situ, compone una visión sugerente desde las calles aledañas al centro.