Giacomo Sini

Yoga y deporte, un modo de superación para los refugiados en Grecia

El sol quema en la piel, el aroma del helicriso llena el aire, la sangre palpita en los oídos. Sin aliento para sostener la subida. Nina y Nasim aparecen entre los olivos en la parte superior del sendero, han vuelto para recoger a los que se quedaron atrás. «¡Buen trabajo! –Nina exclama sonriendo– Sólo unos metros más y estaremos en la cima de la colina, luego será todo cuesta abajo. ¡Vamos!». Las zapatillas ahora se sienten más ligeras y los pies dan un nuevo empuje en el camino lleno de baches, corriendo juntos encuentran un nuevo ritmo.

Aquí uno nunca está solo, ni siquiera al correr. Entre las organizaciones activas en la crisis humanitaria de la isla de Lesbos, “Yoga and Sport With Refugees” es un proyecto único. En casi cuatro años de actividad ha involucrado a miles de atletas, principalmente refugiados, en actividades deportivas gratuitas que abarcan 25 disciplinas diferentes, desde el atletismo hasta el kung fu, pasando por la natación o el yoga.

Muchas actividades se hacen en el gimnasio de la asociación, a pocos kilómetros del centro de Mitilene, cerca del campo de refugiados de la isla. «Al principio sólo teníamos una tienda –dice Estelle, una francesa de 29 años, fundadora de Yoga and Sport–, luego buscamos este local, cuyas paredes estaban completamente ennegrecidas por el humo, y trabajamos duro para transformarlo en un gimnasio». Ahora hay máquinas de ejercicio, colchonetas y un colorido muro de escalada en la sala.

Nabiullah tiende sus kimonos ya lavados al sol en la plaza. «Soy voluntario desde hace unas semanas. Además de gestionar el gimnasio con los demás, hago un poco de boxeo y corro, pero sobre todo me encanta escalar», asegura este refugiado afgano de 20 años que llegó hace un año y ocho meses. Un año en el infame campo de Moria, incendiado en septiembre de 2020, y ocho meses en el campo de Mavrovouni, llamado Moria 2.0 por sus condiciones inhumanas. Detrás de las torretas y el alambre de espino, 6.500 personas viven en tiendas, la policía pasa constantemente por las calles del campamento, mientras que el acceso al agua y al saneamiento es insuficiente.

«A veces hay que insistir para que te dejen salir del campo, y luego en el centro de Mitilene la policía continuamente te controla. Así que algunos se quedan siempre en la tienda, sólo se mueven para comer y nunca salen». Es importante salir de allí, conocer a otras personas, explica Nabiullah «para no volverse loco». La salud mental y el bienestar psicofísico de los que viven en los campos de refugiados están en grave peligro, según un informe de Médicos Sin Fronteras publicado el pasado 10 de junio, que muestra una situación dramática cinco años después de los acuerdos entre la Unión Europea y Turquía.

“Yoga and Sport With Refugees” en este contexto trata de romper el aislamiento. «Hemos elegido no trabajar en el campo; hacer actividades fuera permite a la gente salir del campamento y de su dinámica», sostiene Nina, una holandesa de 26 años que apoya a Estelle en la dirección de la asociación.

Entrenamientos y planes. Por la mañana, a las 8:30, el gimnasio ya está abierto. Aziz, de 24 años y originario del Congo, es el entrenador de culturismo. Viejos afganos con jóvenes congoleños y cameruneses se turnan en las barras, en los bancos, en las máquinas siguiendo el programa de ejercicios. Aziz observa tranquilamente la sala, da consejos, comprueba que todo va bien. Vive en Mitilene en una casa de la parte alta de la ciudad, junto con otros instructores de la asociación, entre ellos los profesores de yoga Zakhi y Rohoolah, de 20 y 23 años respectivamente, ambos originarios de Afganistán.

«Ahora puedo viajar –explica Rohoolah– tengo los documentos. Quiero ir a Irán a ver a mi familia que está allí, luego ya veremos. Podría ir a Alemania, pero no quiero ir solo, aquí tengo una comunidad. A la sombra de un limonero hablan del futuro con Mohammad y Masume, tienen casi la misma edad, comparten la pasión por el teatro y son muy amigos. «Cuando llegué al campo y estaba psicológicamente enfermo, había perdido todo el interés y las ganas de hacer algo. Entonces fui a una clase de yoga, volví a sentirme mejor y recuperé un poco de serenidad. Por eso enseño yoga, porque creo que puede ser bueno para todos, especialmente aquí», recuerda Zakhi.

En el pequeño puerto de Skala Sikamineas, al norte de la isla, un pescador repara los desgarros de su red. La costa turca está a 8,9 km, pero este brazo de mar puede durar toda la vida. Los jirones descoloridos de los chalecos salvavidas lo cuentan. Las autoridades locales los han amontonado no lejos de allí, en un pequeño valle detrás de Methimna.

Mahdi mira el agua cristalina en la que bucean sus amigos. «He corrido el riesgo de ahogarme dos veces –dice–, tengo miedo cuando pongo la cabeza bajo el agua, pero quiero aprender a nadar mejor». Tiene 27 años, es afgano y es el carismático entrenador del Team Energy de Lesbos, el equipo de K1/kick boxing que está presente tanto en la isla como en Atenas, donde la asociación amplió sus actividades a partir de septiembre de 2020.

Esta noche Mahdi y sus compañeros deportistas estarán todos en casa de Nina y Estelle, pegados a la televisión para seguir los combates de muay thai de dos atletas de “Yoga and Sport”, Majid y Hamid, que luchan por el Grand Prix de Atenas.

Todas las tardes, en la capital griega, Hamid reúne a una treintena de chicas y chicos en el parque dedicado al dios Ares. Como entrenador es duro y riguroso, pero transmite una enorme energía. Tiene 30 años, es de origen afgano pero nació y creció en Irán, donde a los 10 años empezó a practicar kick boxing. Desde entonces no ha dejado de luchar y ha participado en competiciones internacionales. «Siempre he seguido entrenando y enseñando. También hemos creado un equipo: el Team Energy. Me vine a Europa para luchar a nivel profesional y el deporte es mi vida», cuenta Hamid.

A la sombra de los árboles de la plaza de Exarchia, sorbiendo un café, Estelle lo explica: «Los que obtuvieron documentos y se trasladaron aquí a Atenas, querían seguir haciendo deporte. En cuanto se presentó la oportunidad, empezamos». Nina resalta la importancia de iniciar estas actividades porque «mientras Lesbos es sólo un lugar de tránsito, aquí la gente empieza a construir una nueva vida». Las dos llegan periódicamente a Atenas para mantener reuniones de planificación con los coordinadores y coordinadoras de la asociación en la capital griega y con los refugiados y refugiadas afganas que dirigen estas actividades en la ciudad.

Trabajo y pasión. Entre ellos está Sohaila, de sólo 16 años. Como coordinadora, se ocupa de la comunicación. Su pasión es el muay thai, está trabajando duro para participar en encuentros oficiales y «en cuanto pueda iré a Tailandia», asegura. Ya es una luchadora. Tras intentar cruzar la frontera entre Turquía y Grecia hasta ocho veces, llegó a Lesbos en 2019 con su madre y su hermana. Sohaila consigue pagar una habitación en Atenas gracias al salario que cobra de “Yoga and Sport” por su trabajo. Pero su familia se ve obligada a permanecer en el campamento de Malakasa, a 40 km de Atenas, donde llega en tren. Ahora el Gobierno griego está incluso construyendo un alto muro de hormigón en torno al perímetro del campo. «Es una situación terrible», dice la madre de Sohaila mientras vierte agua en la tetera y prepara té para los invitados. Su tienda está instalada dentro de lo que era el gimnasio del campo donde ahora hay docenas y docenas de tiendas. No queda espacio libre.

En el parque, bajo las anchas ramas de un algarrobo, se lleva a cabo la clase de kung fu de Eshan. Entre los participantes se encuentra Aaresh, un afgano de 17 años que ha pasado 5 de ellos en Grecia a la espera de reunirse con su familia en Alemania. «Cuando tengo tiempo libre hago kung fu, Eshan es un gran maestro y sobre todo un gran amigo», asegura mientras se arregla las vendas de las manos y se pone los guantes amarillos. «No hay refugiados y otras personas, todos somos la misma gente», añade el joven apretando el cierre de su guante izquierdo. Le toca hacer de sparring con el entrenador, y en medio de la plaza esquiva y golpea con fuerza y precisión. En el estadio de atletismo de Zografon practican running. El instructor es Morteza, de 19 años y de Afganistán. Se hizo corredor en Lesbos: «Ya he ganado competiciones en Grecia», dice, y apunta alto, sus entrenamientos son desafiantes pero equilibrados. Tras más de 20 km de carrera en la pista, se dirigen “a casa” corriendo junto a Nina, por la avenida Alexandros mientras se pone el sol.