Ibai Gandiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

¿Gustan las casas viejas?

Aquí donde vivo, pero no solo aquí, las casas viejas no gustan. No hablo de casas desvencijadas, rotas, o construidas de mala manera; hablo de esas casas que se hacían al principio del siglo XX, construidas con oficio y maestro de obras, con canteros y plomeros, usando un material nuevo que venía del Estado francés y Gran Bretaña, el hormigón armado. Hablo de casas que conservan un sabor de lo tradicional, pero que querían vestirse con el manto de una modernidad que venía de fuera. De esas uniones, nació el estilo neoregionalista vasco, que no solo tuvo su reflejo en la arquitectura, sino que transcendió a otras disciplinas como en la pintura (Arteta), la escultura (Basterretxea) o la música (Guridi).

Esas casas, a juzgar con la rapidez que desaparecen, y la parsimonia de la Administración para garantizar su protección, no deben de gustar; parece que gusta aquello que se construye en su lugar, bloques cúbicos, con grandes ventanales, paredes blancas, que podrían estar aquí, en Euskal Herria, pero también en Torino, en Málaga, o en Nantes.

Hace cosa de diez años, se abría un debate en el mundo de la arquitectura y el patrimonio que, no por viejo, deja de ser recurrente y apasionado. El fondo de la cuestión venía a ser una vieja pregunta que surge a cualquiera que, con el lápiz en una mano, y con la regla en la otra, se ha tenido que enfrentar alguna vez a un proyecto con restos de murallas, ruinas, o edificaciones que cuentan historias del pasado: ¿Qué hacemos con lo pasado? La chispa que volvió a encender este debate se situaba en la rehabilitación del castillo de Matrera, y tenía un responsable, el arquitecto gaditano Carlos Quevedo Rojas.

El castillo medieval de Matrera databa del siglo IX, y su torre tenía dos muros que se mantenían precariamente en pie. La rehabilitación que se llevó a cabo en 2011 por Quevedo llenó los huecos del volumen original con un hormigón armado blanco, acentuando la diferencia entre los dos elementos.

La propia Ley andaluza de Patrimonio Histórico prohibía expresamente la reconstrucción de “copias” o actuaciones que trataran de mimetizar lo existente. Quevedo llevó esa ansiada diferenciación hasta las últimas consecuencias, y buscó un volumen puro en contraposición a la ruina. Aunque la obra ha ido, con el paso de los años, recibiendo numerosos premios a la intervención arquitectónica en el patrimonio, algunas voces criticaron la aproximación de Quevedo, y el asunto llegó incluso al Parlamento Andaluz.

En un tono más comedido, pero sin duda con los mismos mimbres, Carlos Quevedo firma la restauración del ámbito de Sant Francesc y la Pardala del Castillo de Morella, en Castellón. En el mismo, la estrategia ha sido muy similar, ya que se usa un hormigón de cal, de aspecto terrizo, que se integra con la piedra local, pero se diferencia totalmente, buscando un equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo. Los impresionantes contrafuertes que rematan el lienzo de 70 metros y 14 metros de altura aparecen ante el espectador como cuatro prismas abstractos, casi como si se tratara de un cuadro de Chirico, destacan, pero de un modo armonioso con el conjunto.

La actuación no pretende modificar el estado ruinoso de castillo, no existe reconstrucción alguna, y todo aquello nuevo que se coloca viene perfectamente diferenciado. Cuando se ha incluido algún elemento funcional nuevo, como una ventana, se ha hecho con acero inoxidable con tratamiento al vapor de titanio, que permite incluir ese material moderno sin que destaque en el contexto.

Respeto al pasado. Me resisto a pensar que lo que, de modo irónico, afirmaba al inicio de este texto sea cierto; creo que la sociedad en su conjunto desea mantener una firme unión con su pasado, remoto y cercano, y solo cuando se permite que el beneficio personal supere al colectivo, asistimos al derribo de las casas que construyeron las generaciones pasadas. La problemática de este tipo de vivienda ha sido revisada, pero únicamente desde el punto de vista de la accesibilidad. Todavía falta por proteger no solo los derechos individuales de las personas, sino de la sociedad en su conjunto. Aunque sea un tema espinoso, es evidente que los instrumentos de protección del patrimonio no funcionan. Las iniciativas públicas, en el caso de Morella el Ministerio español de cultura, deben promover una cultura de respeto hacia lo pasado, al tiempo que se fomenta un diseño actual que permita adaptar las necesidades del siglo XXI a las viviendas construidas muchos siglos antes.