Iñaki Zaratiegi
PAQUEBOTE ENCALLADO

La azarosa vida del Bellas Artes donostiarra

Ensimismada, Donostia esconde bajo su «marco incomparable» la polémica historia de su construido-deconstruido patrimonio urbano que reflejó al detalle la exposición “La ciudad que perdimos”. Una lógica que se ha acelerado en nuestros días con continuos derribos y que tiene como mayor símbolo el centenario Palacio Bellas Artes.

A finales del XIX la “bella” Easo se extendió hacia las marismas de lo que hoy es Amara con el ensanche diseñado por Antonio Cortázar que su hijo Ramón remató en 1914 con el Palacio Bellas Artes. Una réplica del parisino Gaumont Palace (Grand Cinema du Monde), construido en 1911 sobre el antiguo hipódromo.

El cine entre las calles Prim y Urnieta era un solar triangular achaflanado con particular forma interior de dos plantas: abajo, con un piso de galerías y otro de palcos, y arriba, una sala de actividades. Adornado con réplicas de las coloristas vidrieras parisinas, Donostia contaba con uno de los primeros cinematógrafos de su entorno y su estructura inspiró la construcción de edificaciones similares en Madrid.

En diciembre de 1925 se constituyó la Sociedad Anónima de Deportes y Espectáculos (Sade) que fusionó el propio Bellas y el Príncipe e iría integrando los Miramar, Petit Casino, Trueba y Astoria, sumando más de 6.000 butacas.

Negocio turbulento. Bellas Artes fue un reto arquitectónico, pionero en el uso del hormigón en edificios urbanos, aunque fuentes de la empresa matizan que era de baja calidad y pudría la ferralla metálica con su humedad. Añaden que el ladrillo exterior y los materiales en general no fueron buenos y que su esquinada localización lo condenó a cine de barrio, con reestrenos y sesiones dobles o continuas.

Su interior se fue transformando en los años 40 en escenario multiusos por el que pasaron desde el grupo The American Beetles, un certamen de artistas locales o compañías de revista «de tercera división». En los 70 se alquiló la última planta al Orfeón Donostiarra por el simbólico precio de una peseta para que constaran un contrato y el mecenazgo. A final de década Sade pensó en derribarlo y reconstruirlo como hotel, el Orfeón esgrimió el contrato y consiguió una indemnización con la que compró como sede el cine Novelty en la entonces calle Hermanos Iturrino, hoy Arrasate.

Pero el proyecto de derribo chocó con la nueva normativa municipal para la llamada zona romántica y el cinematógrafo languideció fracasando en un intento de sala de “arte y ensayo”. Cesaría su actividad con filmes como “Alicia en el país de las maravillas” y “La fuga de Segovia”.

A comienzos de los 80 se alquiló a la Orquesta Sinfónica de Euskadi. En 1982 un incendio en la cúpula destruyó materiales originales y elementos de remate y decoración. La OSE adecuó el local a sus tareas con tapiados exteriores e intervenciones interiores. Cuando a finales de década trasladó su sede a Miramon, el local habría quedado tocado para readecuarlo como cine, coincidiendo además con la crisis general de los grandes cinematógrafos reconvertidos en multicines. Surgieron ideas (bingo, discoteca juvenil, Kafe Antzokia…) que no fructificaron y hacia 1989 la empresa presentó un par de propuestas para convertir el edificio en hotel, no aceptadas por los responsables municipales dada la catalogación del lugar.

Laberinto legal. En los 90 el Ayuntamiento exigió a Sade soluciones al deterioro exterior del clausurado edificio, repintó la fachada y se inició un largo pleito entre empresa y consistorio mientras aquella intentaba una modificación del plan general en su parcela que fue contestado con una declaración de influyentes personalidades artísticas defendiendo el edificio original. En 1995 se aprobó el Plan General que estableció el aumento del aprovechamiento edificatorio en dos plantas.

Sade presentó un informe del centro tecnológico bilbaino Labein que declaraba el lugar «en estado de ruina técnica y económica», opinión que no compartían los técnicos municipales. Se instaló una malla protectora anti derribos, se sucedieron demandas y recursos entre empresa y consistorio y el propio Tribunal Supremo español dictaminó que el edificio estaba en ruinas.

En 2008 hubo una gran cumbre entre la empresa y responsables políticos y técnicos donde se llegó al acuerdo de derribar el edificio y rehacerlo como hotel. Pero el proyecto se perdió entre la burocracia partidista y municipal. Se barajó después recuperar los bajos como cine y la parte alta como apartamentos, preservando la imagen de las fachadas

El antiguo plan de protección urbana, elaborado en 1977 por notables especialistas y que incluía 36 edificios “permanentes”, había sufrido cambios con el nuevo Plan Especial de Patrimonio Urbanístico Constituido (Pepuc) y surgieron las primeras iniciativas sociales en defensa del patrimonio histórico, que llegaron hasta el Parlamento de Gasteiz. La plataforma “No al derribo del Bellas Artes” consiguió en 2013 las 10.000 firmas necesarias contra el proyecto de modificación. Ese mismo año se constituyó la asociación Áncora en defensa del considerado cine más antiguo del Estado que permanece sin derribar y del patrimonio arquitectónico en general.

En 2015 el Gobierno de Lakua, a petición de Áncora, lo declaró Bien de Interés Cultural, a pesar de su estado. La empresa demandó en el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que se anulara esa condición y una magistrada lo aceptó en 2017 pidiendo que se cuantificara la responsabilidad económica para su conservación. El Ejecutivo autonómico retiró la categoría de monumento desentendiéndose de realizar los cálculos que pedía la sentencia.

Ese otoño se desmochó la cúpula por razones de seguridad, Áncora recurrió al Ararteko y este pidió a las instituciones su restitución y otras medidas de conservación que no fueron realizadas. Hubo también intervención de agrupaciones como la Asociación Amigos de los Teatros Históricos de España (AMIThE) o el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Iconos) que visitó el lugar y promovió una alerta internacional por parte de expertos.

Proyecto reflotado. Sade había visto rechazada judicialmente su petición de derribo parcial y una demanda de indemnización al Ayuntamiento de 13,7 millones de euros y, tras una década de paréntesis, planteó en 2020 la rehabilitación con cambios en los laterales. «El Bellas Artes volverá a ser el edificio singular y emblemático que fue», aseguró, renunciando al proyectado cine en los bajos y volviendo a la vieja idea de un hotel de 84 habitaciones; tres plantas de hostelería, comercio o cualquier uso terciario; un levante de dos nuevas alturas y diversas plantas de parking robotizado.

Según una fuente experta, «es el mismo acuerdo del 2008 que quedó en nada, con la diferencia de que el garaje es robotizado». Para Javier Olaberri, exconcejal y abogado de Sade durante años, tampoco hay mayor novedad «para un proyecto que nunca ha tenido claridad sobre el papel para darle operatividad» y en el que se habrían mezclado «los ruidos de la calle, las incapacidades técnicas de quienes piensan y filias y fobias».

Áncora consideró la operación «un derribo encubierto» del «probablemente inmueble más valioso de nuestra arquitectura civil» y convocó el pasado septiembre una protesta pidiendo la suspensión de las obras al constatar que había movimiento de limpieza en el interior.

La oposición municipal (EH Bildu, Elkarrekin, PP) se añadió a la petición y, el 11 de este octubre, el Juzgado Contencioso-Administrativo 3 contestó al recurso de Áncora contra la licencia de “rehabilitación y ampliación” porque «no es una rehabilitación conservadora y no respeta las características del edificio», paralizando las obras de forma cautelar. Se basó sorpresivamente en la catalogación del edificio como Bien Cultural en 2015, que había quedado sin efecto en 2017. Una nueva vuelta de tuerca judicial que quizás se haya aclarado para cuando este reportaje vea la luz.

¿Qué alternativa? En Barcelona y otras urbes los ayuntamientos están comprando edificios históricos para su conservación. En Donostia la empresa propuso al entonces alcalde Odón Elorza una permuta para que el Ayuntamiento asumiera el palacio y el regidor contestó: «Queréis que nos quedemos nosotros con el muerto». Gobernando EH Bildu se perdió la oportunidad de permuta cuando Sade adquirió un edificio público junto al puerto para construir el hotel Lasala Plaza.

El viejo cine podría haber albergado las actividades cinematográficas de la ciudad de Zinemaldia, absorbidas hoy por Tabakalera y garantizado otra sala pública para el festival ahora que las privadas están en clara crisis. Pero los diferentes gestores políticos han parecido preferir ingresar beneficios inmobiliarios a invertir en patrimonio público.

¿Se le puede devolver su función original? «Es posible, pero con mucho dinero», opina Olaberri. Para Alberto Fernández-D’Arlas, portavoz de Áncora (que desde 2017 mostró la deriva patrimonial en la exposición “La ciudad que perdimos”), hay alternativa. «No está en buen estado, pero la estructura de hormigón está intacta y el edificio es claramente recuperable con las técnicas actuales». Matiza que no se ha cumplido la cuantificación económica que ordenaba el TSJPV y no hay, en consecuencia, un expediente oficial de ruina.

Tras la disputa arquitectónica o patrimonial (con recientes polémicas sobre el convento de San Bartolomé, las esquina Miracruz 19 y Aldapeta o el “faricidio” de la isla de Santa Clara) subyace la polémica sobre la invasión hotelera, con planes inmediatos en la iglesia Mariaren Bihotza y el convento María Inmaculada, ambos en Gros.

Áncora concluye que el Ayuntamiento «no tiene otra idea de ciudad que no pase por destruir sus mejores edificios históricos para hoteles, favorece esa implantación a niveles que preocupan ya entre la población y convierte Donostia en saturado y caro parque de atracciones de pintxo y playa. El derribo del Bellas Artes sería un despilfarro patrimonial equiparable a la pérdida del antiguo Kursaal Marítimo». Muchos especialistas denuncian además que, a pesar de sus desorbitados precios posteriores, en las remodelaciones urbanísticas prima la mediocridad arquitectónica y la baja calidad de los materiales.

Los defensores del Bellas Artes avisan del riesgo de convertirlo en pastiche exterior sin sus valores de fondo y lo consideran último gran símbolo de defensa del patrimonio. De momento, el otrora faro o proa de la Donostia futura permanece apagado y varado. Quizás como emblemática muestra de lo que el difunto pintor Bixente Ameztoi definió años ha como «ciudad trampa» que ahoga su alma en el proceloso océano del mercadeo y el politiqueo.