Arrieta colecciona los «éxitos» de Indurain y otros corredores

El museo particular de un auxiliar del ciclismo

Para crear un museo del ciclismo no hace falta ser uno de los mejores corredores de la historia, ni siquiera su director deportivo, basta con ser un auxiliar eficiente y apreciado para que esos deportistas a los que cuidas compartan sus éxitos contigo, porque ellos también valoran tu trabajo. Después, hay que guardar la mayoría de esos objetos que han acompañando sus trayectorias y conservarlos. Manuel Arrieta y su museo son un buen ejemplo.

Fotografías: Conny Beyreuther
Fotografías: Conny Beyreuther

Voy andando por los parques donostiarras de Ametzagaña, Otxoki... que conducen a una carretera de Altza y me cruzo con un mountainbiker embarrado de arriba abajo. Le conozco y se detiene para saludarme. Se acaba de dar una vuelta por San Marcos para probar una bicicleta de segunda mano recién comprada y la tormenta no le ha dado tregua. Mientras me lo cuenta, el hombre del caserío de enfrente observa la situación hasta que se acerca. No le conocemos físicamente. «Esa pieza no está bien, está doblada y tiene que estar resguardada porque, como te la claves o se la claves a alguien, ¡uf!», le dice al biker. Se refiere al cierre de rueda que está en posición incorrecta. Y ante nuestra mirada se agacha y empieza a maniobrar intentando enderezar ese ‘hierrito’ que puede resultar fatal. Imposible que se le escapara el detalle a uno de los grandes auxiliares de ciclismo que ha dado este país. Es Manuel Arrieta. Le comenta lo que tiene que hacer, le ofrece una manguera para limpiar la bicicleta que él acepta y yo continúo la caminata pensando en que algo sé de él.

Imágenes y trofeos de Manuel Arrieta en los tiempos de ciclista aficionado junto al  emblemático maillot amarillo colgado sobre la rueda de Flecha.

 

Cuando regreso sigue en la puerta del caserío Kataliñene y entonces me enseña lo que el llama su «museo». Lo es, pura historia del ciclismo para un hombre que ha vivido en primera línea «25 Tours, 25 Giros y 25 Vueltas», resalta Arrieta, además de un montón de otras rondas ciclistas y clásicas desde su condición de auxiliar del equipo Reynolds, luego Banesto.

No le digo que soy periodista, ni siquiera que precisamente el pasado verano le mencionábamos de paso en un artículo de 7K. Ahora sí. Le llevo ese ejemplar y le propongo salir un poco más grande. Volvemos esta vez a trabajar y a observar con más atención los tesoros que ha conservado en perfecto estado en uno de los bajos de otra joya: Kataliñene. Según recoge Patxi Lazkano en su libro “Historia de San Sebastián, Alza e Intxaurrondo”, fue construido en 1651, aunque los Arrieta habitan el edificio en 1800, cuando el bisabuelo de Manuel, Marcial, se casa con la hija del caserío y son propietarios de él desde 1948. Ahí continúa viviendo Manu a sus 72 años, rodeado de otros caseríos propiedad de sus hermanos, uno de los cuales, por cierto, ha logrado que las niñas y niños urbanitas de los barrios colindantes tengan su primer contacto con los animales gracias a cabras, burros, pottokas y demás fauna doméstica que sus dueños han acomodado en un lugar estratégico permitiendo a los paseantes verlos muy de cerca e incluso darles de comer.

Curiosa casualidad. En 1949, el año que nació Manu Arrieta, el Tour pasó por Donostia. Habrá quien piense que estaba predestinado porque primero fue ciclista y después auxiliar. Su primera bicicleta se la dio la madre del cocinero Juan Mari Arzak a Joaquín, su padre. «Les llevábamos la verdura del caserío y tenían muy buena relación. Necesitaba unos cuantos arreglos y de eso se encargó Martxel Arrieta», recuerda. Poco después habría una segunda bici, regalo de su madre, Anastasi Irizar: «Se la compró a un chaval que iba dejar de correr y la tenía en venta. Le costó 4.500 pesetas –unos 27 euros–, un dineral para la época». Empezó a correr en cadetes a los 16 años, «la primera carrera corrí con ropa prestada», para la segunda ya tenía bici y equipación «y gané. Entonces me fichó el Bancaja para juveniles, que era del Banco de Vizcaya». Cuando pasó a aficionados, se estrenó en la categoría, pese a no tener equipo, con una victoria en Lizarra; le llamó el Kas y vistió su maillot en unas cuantas pruebas. Fue campeón de Gipuzkoa contrarreloj y tuvo hasta Peña, la que se montó en el Bar Romeral Pequeño de Pasai Antxo. Pero a los 22 años se bajó de la bici por las exigencias del momento: «No había esa continuidad para pasar a los equipos profesionales y además te decían ‘hay que aprender un oficio porque tal y cual’» y pone voz de hombre mayor.

Ya había hecho sus pinitos como mecánico y le gustaba dar masajes. El exciclista Ramón Mendiburu le sugirió que eso podía ser una buena ocupación y Miguel Madariaga –el que fuera manager general y presidente de la Fundación Euskadi– había lanzado el Olsa de categoría amateur y le ofreció un puesto de auxiliar. Estuvo cinco años con ellos y después llegó la propuesta del Reynolds, un equipo de la máxima categoría. «Empecé a lo tonto, vas a una carrera, a otra y entonces me fichó el Reynolds. Ahí estuve 25 años, y muy bien. Tengo unos recuerdos increíbles», afirma.

 El auxiliar en el ámbito ciclista es una especie de chico para todo. Se encarga de preparar el avituallamiento, hacer la entrada en los hoteles, controlar los enseres del deportista, que la ropa, el maillot y hasta el bidón estén en su sitio. Apoya a los corredores, les aconseja, conduce el autobús cuando toca, ajusta las bicicletas, ejerce de masajista. El corredor tiene un calendario, corre unas pruebas y otras no, mientras el auxiliar siempre está ahí, en las concentraciones y en las carreras. «La víspera de Reyes, a principios de enero, marchaba a la concentración de Mallorca y hasta el Pilar en octubre no acababa. Toda la primavera y el verano de arriba para abajo, todos los días sin parar». Pero Arrieta se siente un privilegiado porque le gustaba el trabajo y el sueldo era justo. «Pagaban bien, siempre he estado conforme con lo que me han pagado. Yo además era de poco salir por ahí, así que hice dinero».

Fue auxiliar de ciclismo durante tres décadas, la mayor parte del tiempo con Reynolds y Banesto –cuando la escuadra navarra la dirigían José Miguel Etxabarri y Eusebio Unzue, este último sigue al frente del ahora Movistar–, así que vivió junto a Miguel Indurain sus grandes momentos, sus cinco Tours, aquellos que dieron tanto que hablar cuando un navarro de Atarrabia consiguió emular la gesta de Anquetil, Merckx e Hinault con el añadido de que fue el primero en conseguirlo en años consecutivos y el único, después de que el dopaje despojara a Armstrong de los siete que ganó en uno de los escándalos deportivos más mediáticos que se recuerdan.

Arrieta ha conocido a los otros grandes del Tour, la carrera más importante del mundo, «pero figura como Miguel, nadie», afirma. Solo una vez le oyó levantar la voz y fue precisamente para darle la razón. «Estábamos en el Giro y apareció una señora en el hotel con una tarta para regalársela a Miguel. Cuando la acompañé a la salida les dije a los corredores ‘no comáis ninguno de ahí’. Volví a la mesa y el listo de turno ya le había quitado un cacho, le recriminé y me contestó, ‘pero qué más da comer antes que después’ y ¿si le han metido algo y das positivo? Y me respondió ‘pues haber advertido’. Entonces Miguel le dijo ‘nos ha advertido a todos’. Es la única vez que le he oído levantar un poco la voz. Al otro –no desvela el nombre– le entró el miedo y pasó una mala noche pero no pasó nada».

 

 

El Tour, que en 2023 saldrá de Bilbo y pasó por Atarrabia como homenaje al pentacampeón navarro, forma parte de los mejores recuerdos de Arrieta con momentos entrañables como cuando en 1992 salió del Boulevard donostiarra con un imponente Indurain en plena forma, luciendo el dorsal número 1. Su anécdota favorita está relacionada con la iglesia de San Marcial en Altza, un edificio que necesitaba fondos para efectuar obras de renovación. El auxiliar altzatarra propuso rifar una bicicleta de Indurain y a la presentación acudieron, además del campeón, grandes nombres del ciclismo como Jean François Bernard, Armand de las Cuevas, Aitor Garmendia, Julián Gorospe, José Ramón Uriarte, Perico Delgado, Mariano Alonso, Rafa Alkorta o José Miguel Etxabarri, a los que se puede ver en una fotografía fechada en 1991 junto al párroco Patxi Albisu y Manuel y Joxemari Arrieta. El dinero recaudado superó todas las previsiones, se habló de dos millones de pesetas –12.000 euros–. «Entonces una camarera me dijo, ‘Manu, ya te has ganado el cielo’», rememora.

Un cielo que entonces rozaba desde la tierra Indurain cada vez que se subía a la bicicleta: Giros –ganó dos y Arrieta conserva la maglia rosa del 92–, medallas mundiales y olímpicas y hasta el récord de la hora.

 

Anastasi Irizar, la madre de Arrieta recibiendo de manos de Indurain un peluche que siempre deseó: el león del Tour. A la derecha, el reloj de porcelana con el que fueron obsequiados tras ganar el Tour. 

 

Cuánto esfuerzo bajo el cristal. La colección de maillots de Manu no se limita al mito, tiene más nombres. De las Cuevas le dedicó el de campeón de Francia; el itziartarra Unai Osa –tercero en la general del Giro del 2001, compartiendo podio con Gilberto Simoni enfundado en la maglia rosa y Abraham Olano subido al segundo cajón del podio– el de su victoria en el Tour del Porvenir; Triqui Beltrán el que vistió como ganador de la montaña en la Dauphiné Libéré, de topos de colores, muy flamenco, que Arrieta destaca mientras imita su acento andaluz. «Este de los lunares se lo voy a regalar a usted Manuel». Tiene más, también otros objetos porque, como le dijo Juan Antonio Flecha: «Yo no te puedo dar un maillot, pero guarda esta rueda de la Paris-Roubaix» y allí está, colgada de la pared junto a los trofeos que el propio Manu conquistó de ciclista aficionado, a los que hay que añadir bicicletas, una de ellas de Indurain, cuidados álbumes repletos de fotos, carteles, acreditaciones, indumentarias, muñecos, banderines, recortes de prensa... y ese reloj de porcelana «que nos dieron cuando ganamos el Tour», así, en posesivo, a sabiendas de que las victorias no son solo del que más y mejor pedalea, que ya hace mucho, sino del equipo y de esos anónimos que tiene detrás.

«Miguel era el mejor deportivamente, pero también Perico –Delgado– era muy bueno. Como personas destacaría a todos, los ciclistas son majos, gente humilde, buena. He hecho muchos amigos».

Arrieta en la puerta de su «santuario» con la bicicleta de Indurain.

 

Arrieta convivió deportivamente con Indurain desde que el corredor de Atarrabia tenía 18 años hasta que cumplió los 32. Y siguió haciéndolo después de la retirada del ídolo, pero también de la suya como auxiliar, que se produjo en Banesto en 2006. Más allá de las alubias y chuletas con las que celebraban los éxitos en el restaurante Lauaxeta, situado frente a Kataliñene y cerrado recientemente por jubilación, continuaron en contacto y compartiendo aficiones como la caza.

Una cuarta parte del santuario del altzatarra está dedicado a ella, su otra pasión. Media pared y uno de sus álbumes recogen sus andanzas de escopetero. Aquí también ha compartido temporadas con los Indurain. «En eso Pruden le gana a Miguel». Ambos están en esa lista de deportistas vascos que han practicado la caza e incluye a otros hermanos: los ya expelotaris Aimar y Asier Olaizola, además de al golfista Txema Olazabal o al fallecido atleta Diego García, que acostumbraba a mencionar su afición con un «que me perdonen los ecologistas» –ahora diría animalistas–. A la pregunta de ¿qué es lo que le atrae más, pegar tiros o comerse las becadas? Responde que el ambiente, el viaje, el monte... Arrieta ha renovado su permiso de armas pero con las licencias en regla da a entender que la caza se ha acabado para él. «Hasta el año pasado coincidía con los Indurain pero el amigo con el que iba a cazar lo ha dejado y ahora no voy a buscar otra cuadrilla. Con 72 años poca cosa puedo hacer».

La colección de acreditaciones y carteles de Manu Arrieta sería la envidia de cualquier periodista deportivo. Ellas son la prueba de que ha trabajado en numerosas carreras: grandes y pequeñas.

 

El actual ciclismo. A Arrieta, que considera que la caza no es deporte, en general le gustan todas las disciplinas deportivas. Tienen algo en común, «ganar nos gusta a todos». Sigue la actualidad txirrindulari y la competición a través de los medios de comunicación y de viejos conocidos que le cuentan las carreras desde la pantalla de televisión. No cree que ahora el ciclismo sea más de ataque: «Depende del director, cada director es diferente. Si tienes buen equipo, sales atacando, si no, pues bueno».

Destaca el aumento de mujeres en el deporte de las dos ruedas. «A mí todo lo que se haga por el ciclismo me parece muy bien. Ha subido mucho. Las ves sufriendo y como sabes que es muy duro da pena a veces». Lo dice porque a su camilla han llegado agotados del esfuezo: «se tumban en la mesa y hasta se duermen». Lo peor del ciclismo no es su exigencia, en su opinión es que no te contraten. Le han llorado unos cuantos, «más de dos sí. Cuando ves a un ciclista que quiere seguir y no tiene equipo, eso suele ser lo peor».

Alguien que ha visto tanto mundo ciclista, es el indicado para confirmar si es merecida esa extendida fama de que la afición vasca es de las mejores del mundo. «No se pueden comparar unas con otras, en todos los sitios hay grandes aficiones. En Bélgica, en Italia...», afirma diplomático.

Antes de salir del recinto hay que contestar a una pregunta que él acostumbra a formular a aquellos que lo visitan por primera vez referente a uno de los objetos. No desvelaremos la respuesta, por si alguna vez alguien tiene la suerte de pasar por allí, se lo encuentra, le arregla la bici y le invita a su museo para obsequiarle con una estupenda visita guiada.