Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Historias de fantasmas

Suele decirse que la vida se saca adelante, que ‘el agua pasada no mueve molino’ o que ‘lo hecho, hecho está’, para indicar e incluso alentar a dejar el pasado atrás cuando este parece causarnos preocupación, obsesión o zozobra. Echar la vista atrás puede tener resultados inesperados, en particular si es una mirada constante y, aunque revisar nuestra historia es imprescindible para aprender y continuar; vivir en ella, quizá no tanto. Y, sin embargo, a menudo no parece ser una cuestión de voluntad, en particular con ciertos temas, con ciertas escenas o acontecimientos de difícil resolución o de resolución incierta allá y entonces.

Necesitamos aprender de lo que nos sucedió, y lo que nos sucedió también nos da identidad, continuidad en nuestro mundo y capacidad de predecirlo en adelante según aquellos parámetros –a veces es tan solo la ilusión de estar haciéndolo–; y el resultado de todo ello es cierta estabilidad interna, cierto equilibrio cuyo deseo también se expresa en frases cotidianas –aunque cada vez menos oídas– como ‘mejor lo malo conocido’, o ‘Jesusito, que me quede como estoy’.

El equilibrio y la estabilidad que da haber vivido, no lo da lo que está por vivir, en particular si estamos dispuestos, dispuestas, a descubrir nuevas fronteras internas o externas antes de morirnos. ‘Hacer arte es amar el fracaso’ y quizá, vivir es amar la incertidumbre por lo que va a suceder. Así que el pasado es tanto una fuente de estabilidad y aprendizaje como una realidad virtual potencial en la que guarecernos de la incertidumbre y la agitación inherente que la primera provoca.

Este refugio puede ser consciente o no, podemos utilizar nuestra mente para recordar activamente e incluso revivir con la misma intensidad emocional según qué cosas, en particular las que tuvieron un profunda carga; y también podemos viajar allá sin darnos cuenta, o, mejor dicho, el pasado se nos puede imponer en situaciones nuevas como un intento de continuidad automatizada a veces difícil de modular. Si no prestamos atención, corremos el riesgo, en estas ocasiones, de proyectar una vieja película en una pantalla nueva y relacionarnos con la nueva realidad como si no fuera algo o alguien desconocido y nuevo, sino simplemente una continuación de lo que otras personas nos han hecho en el pasado o de las situaciones vividas. Entonces, sin darnos cuenta, invitamos a esas personas a comportarse con nosotros, con nosotras, como lo hicieron allí.

Quizá no nos percatamos pero hacemos comentarios similares, esperamos respuestas similares, y reaccionamos a ellas, definitivamente, de forma similar a entonces. No es fácil darse cuenta cuando esto sucede, a veces porque la otra persona ‘aprende’ rápidamente a tratarnos de una cierta manera –les estamos enseñando con nuestras invitaciones y respuestas–, y lo da por la forma natural de tratarnos. En particular si lo que nos visita del pasado fue entonces muy importante y, sobre todo, si quedó inconcluso, aquellos fantasmas corren el riesgo de aparecerse en la nueva vida, a terminar lo iniciado. Esta metáfora pretende ilustrar esas situaciones en las que parece que el mundo se confabula para tratarnos de un modo o las relaciones “siempre” nos salen igual.

Si nos damos cuenta, podemos preguntarle a ese fantasma, ¿A qué me recuerda esta situación? ¿Cuándo fue la primera vez que me pasó esto? ¿Qué se quedó inconcluso entonces? ¿Qué no pude decir y a quién? ¿Qué no pude hacer? ¿Qué necesitaba, quería o anhelaba hacer? ¿Con quién o a quién? ¿Y cómo me recuerda esta situación a entonces? ¿Puedo hacerlo hoy diferente? ¿Estoy cobrándome aquí lo que no pude obtener allá? ¿Tengo que despedirme de esa idea? ¿Tengo que atravesar el dolor de no haberlo conseguido? El fantasma entonces, puede hablar, transmitir su mensaje para que aprendamos, y después descansar para que podamos vivir las nuevas situaciones como nuevas.