Teresa Moleres
SORBURUA

El «oído» de las plantas

En los viveros donde se cultivan rosas se observa que la música suave, además de ayudar al trabajo de sus empleados, aumenta la producción de flores. En los animales de granja, el fenómeno ya está suficientemente estudiado. Por ejemplo, en las ganaderías del buey Kobe japonés es obligatorio poner música para evitarles el estrés.

Sin embargo, los vegetales no tienen sistema nervioso y carecen de oído, por lo que su recepción de sonidos lo realizan por otros medios. Investigadores de la universidad de Tel Aviv colocaron 650 prímulas y observaron su reacción ante el zumbido de las abejas y el silencio. Con el movimiento y ruido cercano de las alas, la concentración de azúcar en el néctar de las flores subió hasta más de un 20%. Las plantas utilizaron las flores como orejas que vibraban al acercarse las abejas.

Otro experimento realizado en laboratorio fue colocar plantas de tabaco y tomateras en cajas insonorizadas, frente a micrófonos sensibles, capaces de captar ruidos ultrasónicos cortos que las plantas emiten ante determinados estímulos. Se llegó al convencimiento de que las plantas pueden distinguir las vibraciones del viento o el sonido de un chorro del agua cercana.

La comunidad científica escogió como planta de experimentación para demostrar el “oído” de los vegetales a la planta Arabidopsis. Esta planta es apropiada por su corto ciclo vital y por ser la primera planta de la que se conoció su genoma. El estudio demostró que los vegetales tienen “oído” para defenderse de sus depredadores. La Arabidopsis en concreto segrega toxinas para disuadir a los insectos que están comiendo sus hojas; oye el ruido de las orugas al masticar y triturar sus hojas y comienza a segregar altas concentraciones de insecticidas, su defensa química para alejar insectos.

Aunque también podría ser que la planta detecte el peso sobre las hojas de la oruga que le está atacando y le haga producir sustancias tóxicas. Después de muchos estudios, está comprobado que a los vegetales les motiva y ayuda en su crecimiento las frecuencias sonoras bajas, entre 100 y 500 Kilohercios (kHz), que favorecen la germinación de las semillas y el crecimiento de ramas y raíces.