Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Sonido ambiente

Es muy curioso pero, incluso en aquellos lugares en los que parece haber silencio absoluto, siempre hay algún sonido. De hecho, en las películas, el silencio no es ausencia de sonido, sino que los ingenieros que trabajan en esta parte de la posproducción, crean una base ambiental de cada habitación, de cada espacio exterior, de cada habitáculo. Se le llama ‘sonido ambiente’. En la vida de cada persona, en la cotidianidad, a pesar de que parezca que no pasa nada más allá de lo visible e inmediato, hay siempre un ‘sonido ambiente’ psicológico en el que nos movemos –cuando llegamos a un lugar nuevo– o a través del que nos expresamos -cuando lo creamos-, de una forma parecida al olor corporal de cada persona. Cada uno, cada una, ‘emitimos’ una serie de ‘sonidos’ psicológicos que llenan el vacío incluso cuando no actuamos o interactuamos, que son percibidos pero no fácilmente identificables o perceptibles, a no ser que prestemos atención.

Más allá de las palabras, de los actos abiertamente visibles, nuestros movimientos, nuestras miradas y lo que no decimos, también nos retratan, dan información e impactan en los demás. Algunas personas son más sensibles que otras a estas microexpresiones, a la actitud de otros, pero todos, todas, llenamos el espacio psicológico con nuestra mera presencia.

Quizá el ‘ambiente’ de un lugar o ‘la paz que se respira’, tenga mucho que ver con esta presencia no declarada o no expresada abiertamente, de la gente que está en ese lugar. Para empezar, podemos hablar de las neuronas espejo que captan, sin que seamos particularmente conscientes, las intenciones de otros y su estado emocional, observando sus posturas y movimientos, escuchando sus sonidos o sus trayectorias y ritmos. Estas neuronas están muy relacionadas con la empatía, pero realmente a lo que se dedican es a crear una representación psicológica –que no necesariamente pictórica– de lo que otras personas emiten sin palabras. Son neuronas específicamente sociales, y son lo más parecido que tenemos las personas a la mente de colmena.

También otros animales las tienen, y gracias a ellas, las gacelas sienten miedo al ver a su compañera correr o alertarse, solo por verlas reaccionar con miedo, sin necesidad de ver la amenaza por sí mismas; o los perros se acercan a colocar la cabeza en el regazo de su amo, que lleva demasiado tiempo callado, sentado en el sillón, con la mirada perdida. Los cuerpos generan mensajes solo con sus posturas; de igual modo, las miradas, o las actitudes en forma de intención, activan recuerdos en nosotros, reacciones no necesariamente pensadas y también poco evidentes, tensiones o relajaciones musculares que parecen venir de ningún sitio cuando “nada ha pasado”, o por lo menos aún. Toda esta anticipación es posible precisamente por el aprendizaje anterior pero también por la capacidad simbólica de las personas, entendida esta como esa capacidad de extraer, de una huella, el pensamiento del animal entero que pasó por allí y su estado. A veces, esa anticipación es preventiva y positiva porque nos permite prepararnos, pero a veces reaccionamos a viejas historias que se nos presentan no en forma de imágenes sino de reacciones, y sin necesidad de abrir la boca.

Nuestro mundo psicológico, nuestras experiencias narradas sobre hechos vividos, en este sentido son mucho más simbólicas de lo que pensamos, resumimos y condensamos para recordar y luego ese símbolo adquiere poder por sí mismo si no le prestamos atención. Por esta razón la vivencia de un lugar por parte de dos personas al mismo tiempo, puede retratarse con experiencias muy diferentes. Puede que haya muchos cuerpos en tensión a la vez, lo que se percibe con hostilidad, o muchas sonrisas y contacto físico, lo que puede sentirse como acogedor. Es algo de lo que no nos damos cuenta pero este mundo de lo no dicho ni expresado abiertamente también nos influye, creando una predisposición de la que no tenemos por qué darnos cuenta. Y, como decíamos, a nuestro alrededor siempre hay alguien que está contándonos algo.