Omar Torres | AFP
Retratos de mujeres atacadas con ácido

«Ayúdense a sanar»

Carmen Sánchez usa enormes gafas oscuras para cubrir las cicatrices de un ataque con ácido. Ahora, parte de su terapia implica ayudar a otras víctimas a reconstruir sus vidas, además de pasar por las cirugías y juicios a menudo complicados en México. «Ayúdense a sanar», es el lema de las mujeres mexicanas víctimas del machismo más extremo.

Carmen Sánchez. Fotografía: Omar Torres | AFP
Carmen Sánchez. Fotografía: Omar Torres | AFP

La mujer que aparece en la portada de este reportaje se llama Carmen, tiene 37 años, ocho de los cuales lleva conviviendo con sus cicatrices, y es la responsable de la Fundación Carmen Sánchez. Tras 61 intervenciones médicas de todo tipo, su trabajo es un reto diario. «Resisto todos los días, pero no sé si algún día llegará la curación completa», admite la mexicana que lanzó su fundación en 2021 para «acabar con la violencia ácida».

Y es que el pasado año, México registró 3.751 asesinatos de mujeres, de los cuales 1.004 fueron calificados como feminicidios, según cifras oficiales. La Fundación Carmen Sánchez ha documentado 32 ataques con ácido contra mujeres desde 2001, incluidas seis muertes. Estadísticas que van al alza en 2021, con siete casos frente a dos en años anteriores.

Ximena Canseco

Carmen tuvo dos hijas de una relación que duró una década. Denunció en tres ocasiones a su excompañero que la maltrataba y este nunca fue castigado. Ella lo dejó en 2014. «Me decía que me iba a hacer algo que recordaría toda la vida», asegura. Y se lo hizo.

Ante la ineficacia de la Policía, ella misma localizó a su agresor, que finalmente fue detenido el año pasado. «Tuve que arrebatarle un pedazo de justicia al Estado», comenta ella.

Después del ataque, estuvo hospitalizada durante ocho meses. En el hospital público «me dijeron que podía vivir con mis cicatrices y que tenía que dar las gracias por haber sobrevivido», recalca en referencia a la dificultad de tener acceso a una atención médica de calidad reembolsada por la Seguridad Social. Carmen admite que su vida es una lucha constante contra la inestabilidad emocional. «No fue un accidente. Lo planeó todo. Fue a comprar el ácido y me lo arrojó. Cuando me miro en el espejo, lo veo», asegura en referencia a su excompañero maltratador.

Yazmin

Yazmin, de 34 años, es una de las ocho mujeres apoyadas por la Fundación para obtener tratamiento gratuito, asesoramiento legal y terapia psicológica. Hace un año y medio, al salir del trabajo, otra mujer le arrojó un líquido caliente. Sufrió quemaduras en las cejas, el cuello, el brazo izquierdo, las piernas y perdió una oreja.

El dolor era tal que solo quería una cosa: morir, admite Yazmin, quien prefiere no dar su nombre real. Ella piensa que su atacante fue enviado por su exmarido. «Unos días antes estábamos discutiendo por teléfono, me dijo que tuviera cuidado, que me tenía preparada una sorpresita». Su relación también estuvo marcada por la violencia, y las denuncias que interpuso fueron inútiles.

Su experiencia con la Fundación Carmen Sánchez ha sido liberadora. «Nos sentimos más seguras, no nos juzgan. No nos acusan de buscar lo que nos pasó». Las mujeres agredidas con ácido deben «encontrar su proyecto de vida», insiste Ximena Canseco, copresidenta de la Fundación. «El tiempo libre, las celebraciones importantes de días festivos, salir a cenar o simplemente hablar por teléfono, todo esto es fundamental para mantenerlas en pie», señala.

Martha Ávila

«Víctima colateral». Martha Ávila, de 63 años, se define a sí misma como una «víctima colateral». En 2017, fue agredida por el exmarido de su hija. «Él vino a atacarla pero, como no la encontró, me atacó a mí», explica la sexagenaria, que sufre quemaduras en el 40% de su cuerpo.

El atacante de Martha podría salir de prisión en dos años. En algunos estados mexicanos, los abusadores pueden obtener sentencias reducidas si admiten su crimen. A pesar de todo, esta mujer dice que tiene «suerte» porque su hija se salvó. «Como madre piensas: ‘es mil veces mejor que sea yo’», afirma, pensando en las «novias de 20 a 30 años» que conoce en la Fundación y cuyas vidas han sido destrozadas, a veces por el padre de sus hijos.