Jone Buruzko
IRUDITAN

El librero de Soweto

En plena era digital hay quien promueve la lectura hasta en su casa. Thami Mazibuko es un claro ejemplo. El hombre que aparece en la parte derecha de esta imagen convirtió la parte superior de su vivienda en una librería-biblioteca, que comenzó con 30 de sus propios libros y ahora rebosa material procedente de cientos de donaciones y almacenado por todos los rincones, desde los pasillos hasta los huecos de la escalera. Después de terminar la escuela, Mazibuko dejó Soweto y se mudó a los antiguos suburbios blancos de Johannesburgo, donde convivió con parientes que eran artistas en una casa repleta de libros. Cuando regresó a su hogar ya había desarrollado una afición insaciable por las letras. Hace cuatro años fundó oficialmente el Soweto Book Café, desde donde vende y presta libros mientras alberga un grupo de lectura de unos cincuenta niños y jóvenes, algunos de los cuales han aprendido allí a leer y a realizar otras actividades como jugar al ajedrez. «Los libros te permiten ponerte en los zapatos de otra persona. Quiero que la gente venga aquí y sea transportada a otra parte», asegura el librero. Y así lo ve su clientela frecuentando un sitio en el que se sienten seguros y les ayuda a entretenerse y a pensar como a la chica de la terraza. Quizás por eso, en Johannesburgo hay casi tantas librerías como en París, 1.020 –hace diez años– y más que en Nueva York. La mayoría con ejemplares de segunda mano, como la de Mazibuko, y con protagonismo para la literatura africana.