No es difícil aligerar nuestra cesta de la compra y apuntarnos al objetivo de ir eliminando el plástico de nuestras vidas. Además, como consumidores, somos personas con derechos y responsabilidades y los plásticos suponen una amenaza para nuestra salud y el resto de ecosistemas.

En el ámbito doméstico los productos de limpieza se llevan la palma en cuanto a envases de un solo uso que consumimos anualmente, seguidos de las botellas de agua y refrescos. Y son también los que mayores problemas de sustitución están ocasionando, ya que con los envases de alimentación sí se están encontrando alternativas plausibles para su transporte, almacenaje y conservación. Así que, de momento, y va a ser de larga espera, si queremos reducir esos doce millones de toneladas anuales que en el Estado español vertemos a mares y ríos, habrá que volver a viejas fórmulas caseras para la limpieza.

Aliados naturales de la cocina y la limpieza hay una lista, empezando por el vinagre, limón, bicarbonato sódico, hasta cubitos de hielo, pasta dentífrica, o la lejía y el amoniaco si ya nos metemos en productos químicos controvertidos según cómo y para qué se utilicen. El primer grupo, entre otros usos, sirve para la limpieza de electrodomésticos, cazuelas, vajillas, cristales, etc. Abundan las páginas en internet con los posibles usos de todos ellos y sus resultados.

Igualmente para la limpieza del cuarto de baño y sanitarios sigue siendo un aliado importante el vinagre blanco que acaba con las bacterias y repele animales por su fuerte olor. Mezclado con bicarbonato y agua oxigenada elimina esas feas amarilleces de los aparatos sanitarios y les devuelve el brillo. Aunque, puestos a mezclar, hay que evitar la de la lejía con detergentes, o la del amoniaco con lejía u otras mezclas, ya que corremos serios riesgos respiratorios y en la piel y ojos por los vapores que emanan. Estas opciones tienen beneficios económicos –destinamos bastante dinero a productos de limpieza– y además disminuimos los residuos plásticos.