Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

La angustia del saltador

La ansiedad, la angustia, son principalmente síntomas. Un síntoma, según la RAE, es “la señal o indicio de algo que está sucediendo o va a suceder”, es decir, indica en la dirección de aquello que la provoca, señala lo que nos desafía, para que le prestemos atención y nos adaptemos lo mejor posible. A diferencia del miedo o la preocupación, ese señalamiento apunta a una situación que nos es difícil de resolver con los recursos actuales, bien por intensidad de la misma o acumulación en un mismo cuerpo y una misma mente de situaciones problemáticas, cada cual con su grado de impotencia que termina dando la sensación de una impotencia generalizada, que se entiende, por saturación, como más esencial y constitutiva pero que es simplemente eso, demasiado.

Una de las situaciones genéricas que nos provoca la ansiedad de la que hablamos es la percepción de la pérdida de un marco de referencia que nos da seguridad, continuidad o identidad. Y hablo de ‘pérdida’ y no de ‘suspensión’ o ‘desafío’ con toda la intención. Hay momentos en la vida en los que nos vemos obligados o elegimos dar un paso adelante y romper las cuerdas que nos atan a determinadas cosas. Esas cuerdas pueden haber sido atadas por nosotros mismos, nosotras mismas; por otros; o por la propia naturaleza en su devenir; y hago referencia a relaciones o vínculos que decidimos establecer en un momento determinado con personas, actividades o lugares; cuando no los elegimos y nos son impuestos o cuando hemos nacido o crecido en determinados vínculos sobre los que no teníamos poder alguno.

Romper esas cuerdas para seguir adelante es más o menos difícil en función de nuestra participación inicial en el momento de atarlas. Si fuimos nosotros, nosotras quienes elegimos, hoy será más fácil elegir un nuevo camino, también si nos forzaron a ello y hoy nos liberamos de algún modo, pero es más difícil cuando decidimos elegir un camino que se aleja de lo que nos vino dado.

El proceso de terapia es un proceso que a veces hace consciente lo que no lo era o ayuda a generar la agencia que la persona no pudo tener en su momento, pero no es imprescindible un proceso así para cambiar de camino en una nueva era. Sin embargo, sea cual sea el medio que elijamos, sentir que nos estamos alejando de nuestras raíces para crecer hacia el cielo –usando la metáfora de los árboles– a menudo da vértigo y genera duda. Por alguna razón importante caminamos más allá de lo conocido, desafiamos lo aprendido en los lugares importantes y nos inventamos intuitivamente algo nuevo en mayor o menor medida, sin embargo dicha intuición no es todavía conclusión, aprendizaje o ni siquiera hipótesis formada de un deseo o reivindicación de lo único de nuestra manera de ver el mundo hoy.

Y precisamente esa tirantez aún incipiente en forma de pensamiento pero evidente en forma de sensación difusa resulta del encuentro allá, al fondo de la mente, entre lo que intuimos que queremos para el futuro y la fuerza de gravedad del pasado. Y aún así caminamos, seguimos haciéndolo una vez que se ha desencadenado el deseo y, cuando nos damos cuenta, cuando tomamos conciencia por primera vez de que estamos en un lugar nuevo, acercándonos a una realidad nueva más ajustada a quienes somos –o seremos en el futuro–, no lo hacemos con una idea sino con el vértigo. Y es que saltar es despedirse, y la vida tiene tal potencia que nos arroja hacia adelante sin darnos esta oportunidad de ajustar cuentas, agradecer, o incluso temer.

No, cuando nos damos cuenta ya estamos en el aire, volando hacia una nueva relación aunque mantengamos la antigua, un nuevo trabajo o residencia, o una nueva relación con nuestros seres queridos que desbarata los roles hasta el momento. La ansiedad puede estar indicando un camino que hemos iniciado sin que nadie nos haya avisado.