Iñaki Zaratiegi
Elkarrizketa
JAMES RHODES

«Somos la primera generación de la historia que ha empeorado el mundo para la siguiente»

Fotografías: Peter Hundert, Txema Rodríguez, Richard Ansett
Fotografías: Peter Hundert, Txema Rodríguez, Richard Ansett

Exiliado voluntariamente de Londres, donde nació en 1975, el pianista y escritor James Edward Rhodes es un mediático personaje que reside en Madrid desde 2017. Tuvo una infancia marcada por las violaciones sexuales de su profesor de gimnasia durante años, cayó en el alcohol y otras drogas, varios intentos de suicidio e internamientos en clínicas psiquiátricas y perdió la custodia de su hijo. Dio la cara a los 31 años y lo contó en su dura autobiografía “Instrumental: memorias de música, medicina y locura” que vendió más de 150.000 ejemplares, tras pasar un complicado pleito legal con su expareja, que reclamaba su prohibición para que no influyera en el hijo de ambos. La compañía cinematográfica Lionsgate UK compró los derechos y hay un proyecto de película dirigida por James Marsh, ganador de un Óscar.

Luego ha escrito “Toca el piano: interpreta a Bach en seis semanas”, “Fugas o la ansiedad de sentirse vivo”, “Playlist: rebeldes y revolucionarios de la música” y “Made in Spain”. Hay varios documentales sobre su experiencia, se confiesa un «obsesionado» de la fotografía y sueña con tomarse un paréntesis para viajar y elaborar un libro de imágenes.

Dice ser odiado por el mundo tradicional de la música clásica y denostado por muchos especialistas en esa materia por su manera desenfada y heterodoxa de presentarse en concierto. Futbolero e hincha del Real Betis, es pasto de las redes y los platós televisivos y se siente diana del periodismo conservador y de sus trols en internet («la prensa me ha intimidado, acosado, abusado, ha mentido sobre mi abuso sexual pasado y mis enfermedades mentales y me amenazan en las redes»).

El instrumentista, que ha vuelto este otoño a Euskal Herria con una integral de Fréderic Chopin, ha confesado que «Bach y el sonido del piano acallaron mi ruido interior y me salvaron la vida»; más mucha terapia. En paralelo a su devenir creativo, es embajador del organismo Save the Children y ha sido gran impulsor de la nueva Ley de Protección al Menor que lleva su nombre. Ha grabado casi una decena de discos con títulos tan particulares como “Razor Blades, Little Pills and Big Pianos”, “Now Would All Freudians Please Stand Aside”, “Bullets and Lullabies”, “Fire On All Sides” o “Fuck Digital”.

Tiene una conversación natural y divertida, con buen dominio de un castellano a la inglesa y acento porteño por influencia de su esposa argentina («nos arreglamos para no hablar de Maradona o las Malvinas, je, je») y abundante uso de sonoros tacos. Y se pone muy serio cuando describe las enfermedades mentales y tendencias autodestructivas y suicidas como la «próxima pandemia mundial», particularmente entre jóvenes.

Hola James, más famoso que su pariente, el coloso de Rodas.

Ja, ja… Para nada, para nada. Soy un músico desterrado, casi vagabundo, intentando hacer las cosas del mejor modo posible para mi familia, mi país, la gente… Y estoy en mi mejor momento personal y artístico.

Ha perdido su nacionalidad británica y renegado de sus orígenes. Con lo bonito que sería pasear hoy por los otoñales parques londinenses, comprar unos libros o discos en Islington o Candem…

Claro, claro, entiendo bien tus romanticismos, por supuesto. Pero lo siento de veras: Londres es hoy un sitio horrible. No quiero volver allí en mi vida.

¿Por la gente, los gobernantes, la economía, el Brexit, la meteorología…?

Supongo que ya sabes que Inglaterra es el país más racista, caro, sucio, con una comida y un clima de mierda, gente agresiva y políticos incluso peores que los de aquí… De verdad, es horrible, ¡no exagero para nada!

Déjenos imaginar, al menos, una puesta de sol en la estación de Waterloo o un garbeo por el mercado de Portobello, como cantan los Kinks o Cat Stevens.

Es que eso suena a un tiempo anterior absolutamente diferente a lo que sucede hoy. Fueron décadas de puta madre, divinas, con los Stones, Bowie, Sid Vicious… Como ocurrió con la “movida madrileña”. Pero no queda mucho de aquel ambiente.

Hablemos de cosas serias, ¿el piano es el instrumento rey?

Claro, es el mejor instrumento del mundo porque tiene 88 teclas y en cada una de ellas hay un mundo entero con tantas variaciones de tono, de sonido… Una de mis palabras favoritas en español, que no existe en inglés, es ‘duende’ y para mí el piano es la mejor herramienta para encontrarlo.

Hace unos días regresó con su piano a Donostia, lugar que ya conoce.

He ido muchas veces, sí. Es un sitio tremendo, ya lo sabes perfectamente. En primer lugar y suficiente, los pinchos. Pero, además, la sensación de estar como en un pueblito escondido de todo el mundo en un pequeño rincón del norte, no porque la cuidad sea pequeña sino por su sentido de pertenencia. Y hay de todo: mar, comida, gente de brazos abiertos, el ritmo de la vida es mucho más tranquilo… para mí es un paraíso.

Vaya, parece el enésimo visitante que cae en el tópico gastronómico.

¿Y? Es que no puede ser de otra manera. En Inglaterra compras un bocadillo de plástico por diez euros y en cualquier sitio en San Sebastián comes como un rey. Que vivan las croquetas. Perdóname, es lo que hay, chim pum.

Está presentando su primera obra integral, 80 minutos de Frédéric Chopin.

No había tocado un programa entero de un solo compositor, pero Chopin es el puto amo. El 99% de todo lo que compuso hace 200 años funciona hoy en repertorios activos, no hay otro caso similar. Es un genio, en su piano está todo. En esos 80 minutos de recital hay mil emociones: la rabia, la esperanza, el amor, la tristeza, el patriotismo... Porque fuera de su música fue una persona complicada, casi un gilipollas. Hago una pequeña introducción explicativa para poner todo eso en contexto, se apagan las luces y no hay otro sitio mejor en el mundo para escapar del ruido, de las redes, las publicidades, los políticos, los realities… Cerrar los ojos, porque suelo tocar así, y escapar durante una hora y pico viajando juntos.

¿No había dicho que Bach fue el abuelo de la música y Beethoven el primer rockstar?

Si hablamos de piano, para mí el primero será siempre Chopin. Si hablamos de más cosas (sinfonías, ópera...) se amplía la visión con Beethoven, Bach, Bhrams… De un compositor que se pueda tocar cada pieza, es Chopin, punto.

¿Tiene un hit parade de composiciones e instrumentistas clásicos?

Yo escucho de todo, desde Rosalía, Leiva, Sabina, Estopa, Extremoduro… me da igual. La música es la música y depende de tu estado de ánimo. Odio hacer una segregación por géneros o estilos. ¿Por qué la clásica va a ser de una clase más alta que las otras? Esa lógica es una mierda y Bach no vale más que Bad Bunny. En la clásica hay tantas reglas y es un mundo tan cerrado que parece que vas a misa, con un traje y unas normas, y no a un concierto. Y que conste que no tengo nada contra las misas, pero si no quiero quedarme en casa escuchando Spotify y salgo a un concierto quiero que me den algo un poco más relajado. La música no puede cambiar, está perfecta como es, pero sí todo lo demás: puedo ir en vaqueros y zapatillas y no en un incómodo traje, hacer una introducción explicativa, tocar y también charlar… no hay recetas en eso.

Las mujeres pianistas (Mitsuko Uchida, Yuja Wang, Maria João Pires, Martha Argerich, Khatia Buniatishvili...) están consiguiendo su lugar. ¿Aportan una visión propia?

Mitsuko Uchida, por supuesto, la número uno, la reina… Y otras muchas, sí. Pero no hay tanto cambio respecto a la presencia de mujeres pianistas porque siempre han estado ahí. Lo que está cambiando es que se vean más directoras o compositoras porque hace algún siglo estaba incluso prohibido.

¿Es un estajanovista del instrumento? Llegó a viajar constantemente a Italia para aprender.

Empecé mis estudios formales tardíamente, con 14 años. Luego tuve una larga crisis y no toqué ni una nota desde los 18 años. Pero hacia los 28 fue como si te planteas «quiero jugar en Wimbledon contra Nadal y ganar». Y todo el mundo te dice que de qué vas, que ni de coña. Pero luego pasé casi una década trabajando como un loco y durante un tiempo viajé una vez al mes a Italia para estudiar durante tres o cuatro días y volver a Londres para seguir ensayando. Di mi primer concierto profesional a los 36 y de repente estaba en la pista con Nadal, que es la sensación que tengo cuando salgo al Teatro Real o al Victoria Eugenia y comparto escenario con los más grandes a los que admiro. Es algo muy fuerte, un enorme privilegio, una locura, el sueño que tenía desde hace cuarenta años. Seguramente no me lo merezco, pero da igual, voy a seguir disfrutando con ello. E intento ensayar unas cuatro horas diarias.

Estuvo becado pero, ¿la educación musical es larga y cara y, en consecuencia, elitista?

Todo es muy caro, pero cuesta más ir a un partido de fútbol o a un concierto de Santana o Rosalía que a uno de clásica. Y, efectivamente, la carrera es muy cara. Por eso me da tanta vergüenza la enorme falta de educación musical en este país y en cualquier otro. Me pregunto cuántos posibles Alicia de la Rocha, Albéniz, Pablo Casals, Sabina, Serrat… existen y no tienen ni puta idea del talento que llevan dentro porque no tienen en la escuela las herramientas para desarrollarlo. Si vives en una familia compacta puede que no pase eso, pero si, como ocurre entre la mayoría de gente de este país, hay que elegir entre comer y poner la calefacción, no puedes gastar cincuenta pavos semanales para clases individuales de violoncello o piano de tus hijos. Tendría que haber una orquesta en cada escuela.

Se empapó de técnica y habilidad y ¿consiguió ser un pianista diferente, personal, un buen pianista? Algunas críticas lo ponen a parir.

Solo quiero críticas de la gente que conozco y tengo confianza porque ahora mismo, con las redes sociales, todo el mundo es crítico. Yo soy mi peor crítico. Sé perfectamente si un concierto ha ido bien o mal para mejorar el siguiente. Y hay mucha política de por medio. Te puedo mostrar una crítica en “El País” de hace cuatro años diciendo que tengo algo increíblemente especial como pianista, que soy un milagro y voy a cambiar el panorama musical. Y dos semanas más tarde, después de que apareciera en una foto con el presidente Pedro Sánchez tratando el tema de la protección infantil, el mismo periodista escribió literalmente que era el peor músico del mundo mundial y había que deportarme a Gibraltar. Es tal la falta de integridad profesional que no lo puedes tomar en serio. Pero no pasa nada, pueden hablar mientras agoto taquillas.

¿Quizás porque lo suyo son recitales con algo de show? Los vende como «concierto clásico tradicional convertido en una auténtica experiencia inclusiva».

Ya he dicho que intento simplemente estar cómodo e interactuar un poquito con el público. Explicarle en dos minutos que esa pieza la compuso Chopin en Mallorca, en un momento muy chungo con su mujer, y cuando escucha esa música el público se percata de que aquel tío estaba muy jodido. Eso vale más que pretender que todo sea muy serio, que no se puede hablar, que hay que aplaudir en el momento correcto… No monto ningún show, sino que intento ofrecer algo más accesible, comunicativo, muy abierto. Es un acto de amor.

Esa actitud supuestamente “estirada” en la música clásica, ¿tiene quizás una lógica desde el conservatorio, donde se sigue abusando de la técnica y la ortodoxia?

Es que la lógica de la técnica lo domina todo desde arriba. Si escuchas a los viejos genios hay a veces un montón de notas falsas, pero valen más la energía y la emoción. Y ahora tenemos como un mundo al revés, hay cien mil músicos que pueden tocar los “Estudios trascendentales” de Liszt a toda hostia. Pero es como una máquina. Es como “no pienso más”. Es un poco triste.

Si propone que la función básica de su música para con la audiencia es hacerle escapar y evadirse, parece normal que le llamen frívolo e irrespetuoso. Hay siempre un debate con los músicos (léase Dylan…) tildados de engreídos porque dicen respetar su repertorio y no hacerse el simpático.

No creo que sea un debate, lo del respeto a tu música es una patraña. Es como decir: «soy yo, estoy aquí, por encima de todo y el público me importa un pepino». Lo que ocurre es que el público suele estar al mismo nivel. ¿Por qué acepta que ese músico esté en su burbuja? Es una actitud rotundamente falsa. Somos seres humanos y da igual si soy músico, poeta, atleta, becario, hago pintura o fotografía o soy un taxista. Si amas tu trabajo y quieres hacerlo lo mejor posible, hazlo. Pero serás siempre un ser humano más. Es un error tremendo poner un pedestal a alguien.

Cambiando de sujeto y entrando en lo más personal, se ha celebrado aquí, en Gasteiz, el juicio del llamado caso Sansoheta. Adultos procesados por contratar servicios sexuales de menores tutelados por la Diputación. ¿Qué siente cuando lo escucha?

Pienso en cómo podemos ser tan pervertidos. Es una pandemia mundial que se da en la familia, en las escuelas, en el fútbol, en la Iglesia…, en todas partes. Por suerte, ahora tenemos una ley que hace del Estado un referente mundial al respecto. Pero hay mucho daño hecho y queda un camino muy largo. Lo único que puedo decir es que, como con el movimiento Me Too, hay por fin un debate público, protocolos, gente trabajando, ayudas… hay una conciencia. Es un tema muy doloroso, pero todo eso es muy positivo.

Los suicidios adolescentes subieron oficialmente en 2021 en torno a un 250% y se habrían convertido en la causa principal de muerte no natural. Usted intentó el suicidio varias veces y ha dicho que «la ideación suicida y la enfermedad mental son otra próxima gran pandemia».

Sin duda. Ya ves las estadísticas, son espantosas. No solo en cuanto a suicidios, sino antes, con bullying, autolesiones, alcoholismo y drogadicción, depresión… un montón de cosas. Es algo totalmente preocupante y por eso si los gobiernos fueran sabios tendrían buenos programas sobre enfermedades mentales. Pero todos sabemos que los políticos no hacen nada y por eso hemos organizado una fundación para ayudar específicamente a la gente en este terreno. Montando, por ejemplo, una unidad en el hospital público Gregorio Marañón de Madrid y pagando el salario de dos psicólogos y una psiquiatra para adolescentes y niños. Que la gente no llame a Sanidad y le den una visita de 10 minutos para dentro de diez meses, sino que en un día tenga ya hora con esos especialistas. Una experiencia que queremos sea financiada con donaciones y se extienda a otras comunidades. Tenemos también organizados talleres con 3.000 adolescentes vascos.

¿Tan mal estamos?

Somos la primera generación de la historia que hemos empeorado el mundo para la siguiente y todo está realmente jodido. Podemos decir: «perdona, chaval, estamos muy mal con el medio ambiente, la economía, la política… Pero yo voy a morir en unos años y que el que venga atrás que se las se arregle». ¡Pues no!, tenemos que reparar esto como sea.

¿Estamos conectados obsesivamente, pero más solos que nunca?

Sí, claro, por eso que se escriban, publiquen y se lean libros, que se hagan conciertos y se graben discos, que se fomente la cultura es una gran manera de conectarse y lidiar contra esa lógica.

Su último libro es «Made in Spain: cómo un país cambió mi forma de ver la vida». ¿Tanto ha cambiado?

Y tanto que sí. Por primera vez en mi vida me siento en mi lugar, tengo mi propio sitio, mi hogar, una familia adoptiva, un perro…

¿Se le ha ido la olla a Inglaterra con la muerte de la reina, necesita una terapia de grupo?

A mí me da igual. Pregúntaselo a algún británico.