Jon Jimenez Martinez
DÍA INTERNACIONAL DE LA MEMORIA TRANSEXUAL

Compton’s: la olvidada y pionera revuelta trans

Hoy, 20 de noviembre, se celebra el Día Mundial de la Memoria Trans, una memoria aún frágil y en construcción. Los trabajos de investigación de los últimos años están arrojando luz sobre las trans y travestis, que han sufrido, han luchado y han sido ocultadas por la historiografía oficial y también por la más enfocada a las cuestiones LGTBI+. Fruto del empeño y coraje de la investigadora trans Susan Stryker y, también del azar, descubrimos la historia del café Gene Compton’s, donde tuvo lugar la primera revuelta trans de la historia, en el pobre y marginado barrio de Tenderloin, en San Francisco. Fue en 1966, tres años antes de los sucesos del Stonewall Inn neoyorquino, que hoy sigue considerándose la primera rebelión LGTBI y marcando un hito para el movimiento.

Una señal encima del semáforo indica Gene Compton's Cafeteria Way.  Fotografía: Victor Silverman y Susan Stryker
Una señal encima del semáforo indica Gene Compton's Cafeteria Way. Fotografía: Victor Silverman y Susan Stryker

Esta historia comienza en el verano de 1966. Para entonces, el movimiento de masas de las comunidades negras de EEUU se encontraba en plena forma. Las protestas por los derechos civiles se habían extendido ya por todo el país. La pionera Rosa Parks hacía diez años que había decidido desafiar al supremacismo blanco en un viaje de autobús. Faltaban aún dos años para la muerte de Martin Luther King, y al Partido de las Panteras Negras le quedaban tan solo unos meses para nacer oficialmente. Además, en ese periodo estival de 1966, se cumplían también seis años y medio de la acción de “los cuatro de Greensboro”, afrodescendientes que se habían plantado, aguantando insultos y golpes de ciudadanos de bien y agentes del orden, en la barra de una cafetería de Carolina del Norte que solo servía a blancos.

Lejos de allí, en la costa oeste estadounidense, las diligentes camareras del Gene Compton’s servían café por litros a su clientela, entre la que abundaban trans, maricas y una variada fauna de noctámbulas que encontraban allí un lugar idóneo para comer barato, descansar entre cliente y cliente o entre hurto y hurto, fumar cigarrillos y pasar el rato. Aunque, muy a menudo, la fiesta y las interminables charlas se convertían, como en Carolina del Norte, en redadas indiscriminadas que llevaba a cabo contra ellas la poco condescendiente policía de una ciudad supuestamente abierta y permisiva como era San Francisco. Las acusaciones que más se repetían para ordenar su arresto eran “suplantación de identidad femenina” y “obstrucción de la acera”.

Entre las calles Taylor y Turk, la cafetería era un lugar extraño incluso para el barrio que la acogía, el Tenderloin, un distrito donde negras y latinas, maricas, drag queens, bolleras y trans, putas y chaperos se refugiaban como podían de ser brutalmente apaleadas o asesinadas. Y el Gene Compton’s era el mayor oasis en medio de aquel oasis porque pocos establecimientos de la época se atrevían a servir a alguien que, como ellas, osara desafiar las normas de género con su voz, sus gestos o su vestimenta. No en vano la ley prohibía la venta de alcohol a homosexuales y los dueños de los locales se arriesgaban a multas y porrazos. Incluso los incipientes bares de ambiente tenían que sobornar a las fuerzas de seguridad para evitar cierres; un caso de extorsión policial que saltó a la palestra como “escándalo gayola”. A veces, tomándose la ley por su mano, los encargados de estos pubs llegaban a echar a patadas a las “locas”.

Junto a estas líneas, artículo sin título sobre las frecuentes redadas en el Chukker Club, en la publicación gay ‘Citizen's News’, febrero de 1966. A su lado, imagen de una protesta y debajo clientela del Compton's. Fotografía: Cortesía de Nick DeWolf Archive; GLBT Historical Society; Victor Silverman y Susan Stryker.

La chispa. En este contexto represivo y como sus hermanas negras, las trans de San Francisco se empeñaban en ser libres y en sobrevivir a toda costa. De origen latino, autoasignado apellido vasco y alias enardecido, Felicia Flames -La Llamas- Elizondo era una de las asiduas clientas del Compton’s. Por aquel entonces era una adolescente que aún se hacía llamar por su dead name, Felipe Alvarado Alessandro, y que se escabullía de las adormecedoras clases para frecuentar el local en busca de la llave que abriese su armario.

Sin embargo, iba a ser el heteropatriarcado el que llamara a su puerta primero. Al cumplir los 18, decidió unirse a la Marina estadounidense y se ofreció como voluntaria para servir en Vietnam «con la esperanza de que los militares pudieran cambiarme. Quería ser el hombre que me enseñaron a ser desde que era pequeña. Así que bajé mi tono de voz para que nadie pudiera decir que era homosexual». Más tarde aceptó que se sentía atraída por los hombres y se lo comunicó al oficial al mando, lo que provocó que el FBI abriese una investigación contra ella y fuese dada de baja en la Marina «por indeseable». No sería la única.

Como muestra el historiador Geoffroy Huard en “Los antisociales”, una de las consecuencias de cualquier conflicto bélico en el que el país en cuestión no obtiene buenos resultados suele ser el señalamiento y culpabilización de quien no muestra la necesaria virilidad. Según Huard, una década antes y en la liberal Francia se popularizó la idea de que la casi triunfal entrada nazi en territorio francés se había debido «a la feminización de la nación francesa». Culpables: mujeres, lesbianas, gays y trans. Solución: perseguirlas para evitar el “contagio” del resto de la sociedad, sobre todo del Ejército.

Por otro lado y volviendo a territorio estadounidense, la oposición a la Guerra de Vietnam supuso la ruptura con el estrato adulto de toda una generación de jóvenes que –al decir de Susan Stryker en su esencial y pionera “Historia de lo trans” (Continta Me Tienes)- había optado por la música rock, las drogas psicodélicas, la ropa mod, el amor libre y desafiaba la noción de género con hombres de copiosas y largas melenas y mujeres que vestían ajustados jeans azules. Sin duda, este fue uno de los detonantes de la explosión del movimiento LGTBI y feminista y nexo de unión con las luchas de las personas racializadas y los movimientos de izquierda.

Susan Stryker, autora del documental ‘Screaming Queens’, en la intersección de las calles Turk y Taylor, donde artistas pintaron murales. Fotografía:  Susan Stryker

La llama. Aquella tórrida e indeterminada noche de agosto de 1966, Felicia Flames y muchas de las personas que se encontraban en el Compton’s de Tenderloin seguramente discutirían acaloradamente sobre estas y otras cuestiones más intrascendentes. Tal vez debatirían excitadas sobre la reciente publicación de Henry Benjamin, “The Transsexual Phenomenon”, que iba a suponer para las trans un antes y un después teórico y práctico, gracias al cual se extenderían las terapias de reasignación de sexo. Criticarían a la Policía por su absoluta desidia en la búsqueda de un asesino en serie que se estaba cebando con las trabajadoras sexuales y que campaba a sus anchas desde hacía varios días. O hablarían sobre cómo organizarse mejor y luchar en torno a las primeras organizaciones de apoyo mutuo y autodefensa de la comunidad LGTBI, como Vanguard, surgida allí mismo y que un mes antes había montado un piquete en la propia cafetería en protesta por la persecución que sufrían.

Todos estos factores se desbordaron aquella noche estival. Según algunas fuentes, a raíz de un incidente provocado por la gerencia del establecimiento, que se enfrentó a varias personas que estarían pasando demasiado rato sentadas sin consumir y alborotando, o, según otras, por mera rutina, el personal del Compton's llamó a las fuerzas de seguridad reclamando su intervención. Al establecimiento llegaron varias patrullas de Policía y, de forma violenta y con la impunidad de la que gozaban, se dispusieron a arrestar y conducir a comisaría a una de ellas. Hartas del acoso y el abuso, conscientes y embrionariamente organizadas, mientras una se resistía a ser conducida de malas maneras otra arrojó una taza de café ardiendo en la cara de un oficial. Fue el momento mágico en el que todo se desató. El pistoletazo de salida. La chispa que encendió la llama. El motín del Compton’s había comenzado.

Empezaron a volar aquí y allá sillas, azucareros y demás mobiliario, reventando las ventanas del local y haciendo que los agentes huyeran a pedir refuerzos. Entonces la revuelta se trasladó al exterior, donde una heterogénea masa de travestis encolerizada y empoderada y, según cuenta Susan Stryker en “Historia de lo trans”, pertrechada con bolsos, plumas, purpurina, vestidos de lentejuelas e interminables zapatos de tacón, y decenas de personas, “entre cincuenta y sesenta”, que pasaban por allí y no quisieron perder la oportunidad de hacer justicia, destruyó a pedradas los cristales de un coche policial y dio fuego a un kiosco de prensa. Una prensa que, curiosamente, no recogió los incidentes de ese día. Tampoco los que se produjeron la noche siguiente.

Postal conmemorativa que celebra el 50º aniversario de la revuelta del Compton's en el distrito de Tenderloin de San Francisco. Fotografía: Cortesía de Cris Vargas

La explosión. Las sociólogas Elizabeth Armstrong y Suzanna Crage señalan que, «a pesar de que Compton's fue un motín callejero anterior a Stonewall (aunque uno pequeño), no fue tomado en cuenta ni periodística ni políticamente por parte del público homófilo –así es como se autodenominaba en la época el colectivo homosexual– de San Francisco». La historia, también la más enfocada a cuestiones LGTBI, no se ha hecho eco de este episodio hasta hace relativamente poco. Y eso que la revuelta trans de San Francisco cambiaría de una vez y para siempre el movimiento LGTBI de la ciudad.

De allí surgirían, en alianza con otros sectores –llama poderosamente la atención que entre los aliados se encontraran un reverendo y un Policía–, en primer lugar y justo un año después, Conversion Our Goal (también conocido como Change Our Goal), el que, para la profesora Joanne Meyerowitz, probablemente «sea el primer grupo organizado de personas que se autodenominaban transexuales». Además de ofrecerse apoyo mutuo entre iguales, protestaron públicamente contra el acoso policial, reivindicaron su derecho a una atención médica que les permitiese la transición, oportunidades laborales y vivienda digna. Y, en segundo lugar, en 1968 y con activistas menos politizadas, nacería la red de servicios de ayuda social, psicológica y médica trans National Transsexual Counseling Unit (Unidad Nacional de Consejo Transexual), la NTCU.

Los sucesos del Compton’s, si bien fueron la mayor demostración de fuerza trans hasta la fecha, no fueron un caso aislado. Seis años antes se habían producido ya las primeras escaramuzas, aunque no fueron comparables, por sus consecuencias políticas, a los hechos del café Compton’s. Una noche la policía se presentó en la cafetería Cooper Donut de la Main Street de Los Ángeles, y, como narra Jesús Romanov en “Historia de la transexualidad”, «reunió a las drags para detenerlas, pero estas se resistieron arrojando donuts a los agentes, teniendo que acudir más furgones para acabar con la situación». En abril de 1965, en Filadelfia, un restaurante de comida rápida llamado Dewey’s prohibió la entrada de chaperos y trans, «por ahuyentar a la clientela». Tres adolescentes se negaron a marcharse y fueron declarados culpables de un delito menor, lo que provocó una sentada en el local varias semanas después, que consiguió que finalmente el Dewey’s readmitiera a las variopintas y animadas clientas.

Felicia ‘Flames’ Elizondo hablando en agosto de 2016, durante la celebración del 50º aniversario de los disturbios de la cafetería Compton's. Fotografía: Cortesía de Pax Ahimsa Gethen y Nick DeWolf.

Entonces, ¿cómo es posible que unos antecedentes tan claros y de la magnitud y trascendencia de los sucesos del Compton’s, con unas implicaciones prácticas considerables, hayan sido eclipsados por los del Stonewall Inn neoyorquino, que tuvieron lugar tres años después, que son considerados un hito para el movimiento LGTBI mundial y que fueron el germen de la celebración del Día del Orgullo Gay?

Según varios historiadores, entre ellos Martin Duberman, autor de “Stonewall: el origen de una revuelta”, y, siguiendo su estela, el ya citado Huard, «la construcción de Stonewall como mito fundador se debe al contexto internacional (Mayo del 68 francés, movimientos libertarios, feministas, etc.) y los propios actores del movimiento LGBTI, entre quienes se encontraban los periodistas gais que lo difundieron, y que, al tratarse de una generación joven, no estaban al tanto de los acontecimientos anteriores». Cabe recordar que aún hoy la fecha exacta en la que tuvo lugar la revuelta del Compton’s es un misterio sin resolver.

Para otros, como Herbert Haines, sin embargo, todo se debió a una cuestión de clases. Stonewall tenía lo que Compton’s –Cooper Donut y Dewey’s– no: hombres homosexuales blancos de altos recursos, dispuestos a y con posibilidades de sacar provecho de los disturbios. Para Haines, este sector social gozaba de buenas conexiones políticas –dirigía periódicos y participaba en la política institucional– y muchos recursos –algunos eran dueños de los locales de ambiente a los que nos referimos anteriormente, que vivían una época dorada–.

Sea como fuere, la historiadora y directora del recomendable documental “Screaming Queens”, la antes mencionada Susan Stryker, cree que la revuelta del Compton’s no solo fue precursora de Stonewall, sino que puede considerarse «el debut en la escena de la historia política estadounidense» de la comunidad trans, la punta de lanza de los movimientos de resistencia radical que afloraron entonces, que se extendieron como un reguero de pólvora y que han defendido hasta nuestros días la dignidad de todas. Según Amanda St. Jaymes, participante en la rebelión de San Francisco, muchas fueron a la cárcel, sí, «pero brotó una chispa de alegría tras aquello».

Atravesada por todas estas opresiones, por todas estas luchas y, sobre todo, por la alegría de quien se quiere viva y en cierta forma se sabe vencedora, con su propia descripción Felicia Flames Elizondo resume, mejor que nadie, la llama que prendió en una cafetería de San Francisco una sublime madrugada veraniega de 1966: «De espíritu mexicano, screaming queen, pionera, superviviente al SIDA durante 29 años, veterano del Vietnam… Soy una diva, soy una perra, soy un icono, soy una leyenda y soy tu historia».

La única fotografía conocida del número 101 de Taylor Street en la que se aprecian los letreros de la Gene Compton's Cafeteria completamente visibles; fue tomada después de un incendio en el Hyland Hotel, en 1970. En la imagen que abre el reportaje, Una señal encima del semáforo indica Gene Compton's Cafeteria Way.
 

Trans iraultza hasi zen unea

60ko hamarkada San Frantziskon. Taylor eta Turk kaleen artean dago Gene Compton´s kafetegia, oasi bat beste oasi baten barruan. Izan ere, ustez irekia eta aurrerakoia den hiriburu batean, trans, marika, bollo, puta eta txaperoen babesgune da leku hura. Beltzen erreboltak borborka ziren unean, San Frantziskoko transexualek ere libre bizi nahi zuten. Udako gau batean, Polizia sartu zen tabernan. Atxiloketak egiten hasi zen, baina ustekabeko erresistentzia bat topatu zuen. Ahaldundutako mugimendu batekin egin zuen topo. Historiak, ordea, ez dio apenas lekurik utzi gertaera honi orain dela gutxira arte, transexualen iraultzaren hasiera izan bazen ere.