Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Avatar: The Way of Water»

Es la película más esperada para la cartelera navideña, aunque si se estrena el día 16 de diciembre lo lógico es que todavía siga en programación meses después, con las fiestas bien pasadas. No hace falta ser ningún adivino para hacer semejante predicción sobre seguro, pero voy a ir más lejos al avanzar que podría convertirse en la película más taquillera de todos los tiempos. Otra cosa sería un fracaso, porque es el objetivo que se han marcado James Cameron y el estudio 20th Century, ateniéndose al potencial de la propia producción y a los precedentes marcados por el ambicioso cineasta canadiense. “Avatar” (2009) costó 237 millones de dólares y se acercó en recaudación a la barrera de los 3 mil millones de dólares, techo que queda por superar, y es ahora o nunca. El megalómano proyecto, sin embargo, no acaba ahí, y después de la segunda entrega, que no llevará el número “2” en su título, estrenándose en la versión doblada como “Avatar: El sentido del agua” (2022), seguirán otras tres entregas más, anunciadas en el siguiente orden: “Avatar 3” (2024), “Avatar 4” (2026) y “Avatar 5” (2028). La tercera ya se está rodando en Nueva Zelanda, por lo que el presupuesto conjunto resulta incalculable, si bien se estima que “Avatar: The Way of Water” (2022) ha costado por separado unos 250 millones de dólares.

Las razones por las cuales la industria de Hollywood pone tanto dinero en manos de James Cameron, confiando ciegamente en el éxito comercial de sus películas, son bien sencillas. Cameron es el cineasta más valorado en cuanto a rentabilidad porque representa el futuro del cine, y el gran público de todo el mundo cree igualmente en la idea de que sus creaciones son las más avanzadas. Lo cual resulta indicativo, a mi modo de ver, de que la ciencia prima sobre el arte, dentro de la concepción del progreso. En consecuencia, el ingeniero Cameron es más valorado que el Cameron artista.

El de Ontario es ante todo ingeniero e inventor, y de hecho empezó en el cine como técnico de efectos especiales para producciones de serie B del mítico Roger Corman, pero evidentemente sus ambiciones eran otras. Sin embargo, sabía que para sacar adelante sus propias películas y probar en ellas nuevos avances, debía de escribir los guiones y controlar la dirección. Como guionista su labor no deja de ser por lo tanto funcional, y al igual que como realizador todo está puesto al servicio de sus objetivos de orden técnico. De otro punto sería impensable que en su mente científica estuviera el hacer un drama romántico de época, pero los 11 Óscar obtenidos con “Titanic” (1997) le sirvieron para invertir mucho dinero en sus investigaciones y nuevos diseños audiovisuales.

Esto explica que entre el primer Avatar y el segundo hayan transcurrido trece largos años, en los que Cameron no ha perdido el tiempo. La experiencia inmersiva del 3D de “Avatar” (2009) no terminó de convencer, por lo que había que mejorarla, y se dijo a sí mismo que no se pondría con la secuela hasta no tener el sistema perfeccionado.

Como en “Avatar: The Way of Water” (2022) quería desarrollar la representación de los ecosistemas submarinos del planeta Pandora, aprovechó el paréntesis para potenciar su faceta de explorador marino, y así fue el primero en descender en solitario al punto más profundo de la Fosa de las Marianas, gracias a innovadores sumergibles y cámaras digitales revolucionarias.

Para trasladar esa realidad abismal del planeta tierra al imaginario del universo azul Na’vi, Cameron ha inventado la Captura de Movimiento Digital Submarina, hasta ahora totalmente desconocida, mediante la cual el reparto bucea y se transforma en criaturas que pueden evolucionar bajo el agua. En esta ficción la cultura selvática del clan Omaticaya da paso a la cultura costera del clan Metkayina, que vive en los arrecifes de Pandora. Es una alegoría que responde a su discurso medioambiental en favor de la conservación marina.