Javi Rivero
Cocinero
GASTROTEKA

Los ciclos de la vida y el gusto

El gusto es uno de los cinco sentidos y, con ayuda del cerebro, nos permite distinguir los sabores. Evidentemente, nuestros gustos pueden ir cambiando. Si queremos que los niños o ese amigo «milindre» amplíen su repertorio culinario, el chef de 7K nos da alguna recomendación y hasta algunas recetas.

Qué bonito es crecer, evolucionar y hacerse mayor. Lo digo en serio y con todo el fundamento que pueda tener esta frase. A medida que nosotros evolucionamos y nos hacemos mayores, también lo hace nuestra personalidad, cambia nuestro físico y, por supuesto, también lo hace el gusto. Cuando hablamos del gusto, nos referimos exactamente a la preferencia que tenemos, en el caso del comer, sobre algunos sabores, texturas y apariencias varias de los alimentos. Que el cuerpo nos pida gasolina, se llama hambre, pero eso que le damos para saciar una de las mejores señales que el cuerpo nos manda, la acción de seleccionar esa gasolina, ese alimento, se condiciona en base al gusto.

La definición exacta del gusto, según nuestra prima la RAE, es: «Sentido corporal con el que se perciben sustancias químicas disueltas como las de los alimentos»; «sabor que tienen las cosas»; «placer o deleite que se experimenta con algún motivo, o se recibe de cualquier cosa». Amigos, familia, yo me quedo con esta última y os dejo alguna frase como ejemplo lingüístico para esta definición: «No hay mayor gusto que comerse un buen plato de huevos fritos con patatas».

¿Estáis de acuerdo en que la frase es correcta, verdad? Si añadimos a la frase un sujeto extra como el pan o los ajos fritos, puede que adquiera la categoría de “frase de excepcional ejecución y sentido”. La lengua es maravillosa, amigos. Nos hace sentir cosas tan bonitas como la cremosidad de una yema de huevo, y además nos une como pueblo. Todo esto gracias a la lengua. Ahí es nada… Pero volvamos con gusto al gusto. De la lengua y la información que de donde habita (la boca) nos llega a los lóbulos parentales del cerebro (donde habita el gusto verdadero), se desarrollan y evolucionan nuestras preferencias alimentarias. Aquí quería llegar.

Cuando somos niños, pequeñas e inocentes criaturas, confiamos en todos los aviones de carga que se acercan volando de la mano de aita o ama, nos fiamos del color oscuro de las vainas, de la sospechosa forma que tiene un brócoli o del olor de un hígado recién cocinado. Ocurre que este abuso de confianza activa las defensas del gusto y empiezan a haber aviones en forma de cuchara voladora que preferimos no volver a ver. Amigos, esto se llama ¡gusto!

Pensándolo bien, es que, a ver, ¿a dónde van nuestros aitas y amas con el brócoli, teniendo pechugas de pollo o un buen filete? A ver si se han pensado que somos tontos… ¿no? Recuerdo cuando mis padres me decían, «es que tú de pequeño comías de todo» y luego… nada. Como si se tratara de un fracaso alimentario. Es cierto que no fui un buen comensal hasta que pasaron algunos años, pero terminé apreciando casi todos los alimentos habidos y por haber. Lo que quiero decir es que un niño sin gusto, probablemente probará de todo, empezará a tener preferencias y, con el tiempo, volverá a probar de todo, pero poco a poco. Y para esto existen maneras de preparar platos, de engañar e introducir alimentos poco amigables para los más pequeños. Os voy a dejar algunas ideas basadas en un taller que viví hace poco.

Antes de arrancarnos a cocinar por la educación y el gusto de las siguientes generaciones, cabe decir que esto vale para todo tipo de edades… que todos tenemos algún amigo que de manera inexplicable sigue sin pasar de los macarrones con tomate y el pollo o el filete con patatas a los 40. Ocurre. Compleja la vida y complejo el gusto.

«MIS NIÑOS NO COMEN»

En este taller que os comento se propuso «esconder o engañar a los más pequeños» para que comieran hígado, coliflor y brócoli. El resultado fue brutal. Todos tenemos un pequeño chef dentro cuando hablamos de la alimentación de los más pequeños, porque es un tema sensible que nos preocupa y por el que nos dejamos la piel y el bolsillo si hace falta. Ahí van las recetas de las que os hablaba:

BRÓCOLI:

un grupo desarrolló albóndigas de cerdo y brócoli a partes iguales, con salsa de tomate. Se cuece el brócoli hasta que está tierno y, una vez frío, se amasa con la carne de cerdo. El resultado es una albóndiga increíblemente tierna y rica. Además, si la salsa de tomate la hacemos con mucha zanahoria, eso que ganamos. Por no decir nada si añadimos calabaza a la ecuación. El otro grupo hizo unos tallarines con el tallo, eliminando la parte verde y dejando como resultado un plato de “pasta con queso”. ¡Qué combinación más rica! Os digo que son platos para el engaño de los más pequeños, pero a gusto engañaría a mi hambre con platos como estos…

COLIFLOR:

Los dos platos que se propusieron con la coliflor fueron increíbles ambos. El primero, una mezcla de puré de coliflor, queso fresco y yogur a partes iguales con un caramelo de coliflor. El caramelo se elaboró haciendo un caramelo normal y terminándolo con una crema super fina de coliflor. El resultado fue un “yogur con tofe” de sabor fino y rico. La segunda receta, un canelón de verdura muy pochada, donde el canelón era el puerro y el queso se sustituía con una crema de coliflor gratinada… espectacular el plato, el sabor, el emplatado… y ¡de qué manera da el pego!

HÍGADO:

Por último, la parte más difícil de todas. El hígado. Confieso que es la casquería que más me cuesta comer. Los grupos propusieron hacer un “bocata de paté”. Brutal la idea y mejor la ejecución. Imaginaos cocinar el hígado, pimienta, laurel, brandy, nata… triturarlo y obtener un rico paté que rellena dos tostadas de pan. Brillante. Para terminar, unos Nuggets de hígado. Una mezcla de hígado cocinado, queso fresco, ajo en polvo, hierbas aromáticas (estragón, albahaca, tomillo), todo triturado y empanado da como resultado el engaño asegurado. Cuando un plato está rico y rima…

Familia, para gustos se hicieron los colores y los platos… el de hoy ha sido un taller práctico para calentaros la olla y que no queden excusas para decir «es que mis niños no comen…» pero sin agobios.

On egin!

Pd: yo aprendí a comer verdura y ensalada con 20 años.