Luali Lebser
REPORTAJE FOTOGRÁFICO

Dolor e injusticias a diario en el Sahara ocupado

Mahfouda Lafkir, que es una activista de Laayoune, despliega una bandera de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) en una calle cercana a una comisaría de policía para sacar imágenes en pro de la causa saharaui.
Mahfouda Lafkir, que es una activista de Laayoune, despliega una bandera de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) en una calle cercana a una comisaría de policía para sacar imágenes en pro de la causa saharaui. (Luali Lebser)

La realidad del Sahara Occidental ocupado es muy dura. La presencia del Estado represor marroquí es continua en todos los ámbitos y aspectos de la vida. Luali Lebser recurre al blanco y negro para retratar la lucha saharaui y sus consecuencias. Esta es una muestra de algunas de las fotografías de su proyecto, financiado por Euskal Fondoa, quien además organizará una exposición itinerante con este trabajo.

Esidi Salek, que fue quemado con gasolina en la comisaría tras ser arrestado en una manifestación. La ONU considera probado que sufrió torturas y escribió un informe que Marruecos no da por válido. Ascendió al policía que lo torturó. Ahora vive en el exilio.

Fatma juega con la luz que entra por la rendija de una ventana y que a duras penas vislumbra con sus ojos enfermos. Pese a que en los últimos años Marruecos ha construido carreteras en el Sahara Occidental, su sistema sanitario sigue siendo muy deficitario.

En una calle cercana a una comisaría de policía, un activista pinta una bandera de la RASD. Portar o desplegar una bandera de la RASD está considerado como alta traición a la nación y al rey de Marruecos, y conlleva una pena mínima de 6 años de cárcel, que se puede alargar hasta cadena perpetua.

El Sahara ocupado es la zona más militarizada. En los controles de carretera es normal que pidan incluso el teléfono a las personas y obligan a desbloquear los móviles para ver a quién han llamado o sobre qué se habla en los mensajes. Es imposible moverse por carretera sin ser controlado.

Buques de guerra en el Atlántico que deberían vigilar que las pateras no salieran. Marruecos compró este equipamiento militar marítimo con las ayudas que recibe de la UE y del Estado español para evitar la inmigración ilegal. Sin embargo, todos en Dakhla señalan que, cuando el mar es favorable, salen pateras hacia Canarias.

Said. Después de que saliera de la cárcel por activista pro-saharaui, recibió el ataque de tres colonos marroquíes con machetes. Le provocaron cortes de mucha gravedad. La Policía dijo que «les debería dinero desde la cárcel». Meses después del ataque, los culpables fueron apresados pero puestos en libertad, y consiguieron trabajo en una fábrica de Dakhla.

Integrantes de una red secreta; se juntan en casas de colaboradores e intentan evitar a chivatos en un país en el que ser delator está premiado. Luego, tras planificar la acción y al amparo de la noche, salen a actuar. Todos saben que en algún momento les detendrán y que irán a la cárcel.

Familiares y amigos de Lahbib Aghrichi se reúnen para pedir la investigación de su muerte. El cadáver apareció quemado y mutilado y la Policía dijo que se trataba de un ajuste de cuentas por tráfico de hachís, algo que niegan sus allegados. Lahbib era miembro de una familia opositora al colonialismo.

Aún quedan vestigios de la presencia colonial española. La iglesia católica de Dakhla es un ejemplo. Aunque los feligreses se limiten a un puñado de trabajadores y militares de la ONU extranjeros, Marruecos mantiene estas construcciones por pura imagen ante la opinión pública internacional. El lugar se ha convertido en destino turístico de la gente pudiente occidental.

Resorts como el de la imagen, con playas paradisíacas privadas y fuertemente delimitadas con comida occidental y alcohol, se han multiplicado en los últimos años. El kitesurf atrae a gente que, aunque sepa que existe represión, prioriza su diversión.

Drones israelíes y turcos vigilan la costa y el muro de defensa militar que divide en dos el Sahara Occidental. En zonas militares en el desierto el aterrizaje y despegue de estos vigilantes de los cielos es continuo y cuesta verlos si no es en el momento en que toman tierra o emprenden el vuelo. La obtención de imágenes de estos aparatos está penada con cárcel.

El paso de Guerguerat es la zona con más densidad de minas antipersona y anticarro del mundo. En la imagen se puede ver un cartel de advertencia de minas más allá del alambrado y, detrás, un fuerte militar marroquí que invade la zona neutra. Al fondo, una torre de control marroquí utilizada para radar.