Iñaki Zaratiegi
Elkarrizketa
RODRIGO CUEVAS
AGITADOR FOLCLÓRICO

«El folclore siempre fue libre, transgresor y muy divertido»

Creador multidisciplinar como instrumentista, cantante o compositor, y colorista camaleón escénico, Rodrigo Cuevas pasea en gira un vibrante espectáculo en base a su último disco “Manual de romería”. El plural agitador neo folclórico, enraizado en lo rural, propone un amplio mundo de libertad artística y social que está reventando taquillas.

(RC y Cohete, JR Cuesta, M. Hangar, Clairedez, R. Viloria)

Vive en una aldea con menos de veinte habitantes y hace una lectura crítica de la vida urbana. Recibió formación musical clásica, pero descubrió el canto popular y el pandero y es un reconocido creador neo folk que divulga, con notable éxito, su cosmovisión del orbe. Un “agitador folclórico” del canto tradicional, la poesía popular, el cabaré o el circo. Se llega a presentar como “señora de su casa”, ha sido embajador de la sidra asturiana, con burra y en zuecos y liguero, y defiende la seducción a través del arte y el atrevimiento.

Rodrigo Cuevas González (Uviéu, 1985) se bregó con el dúo La Dolorosa Compañía y espectáculos en solitario. La grabación “Prince of Verdiciu” fue su gran salto escénico y en 2019 sorprendió con el disco “Manual de cortejo”. El año pasado lanzó “Manual de romería” y ganó el Premio Nacional español de Músicas Actuales.

Ha recopilado el libro “La xorda. Nuevos cantares de chigre” y en mayo presenta en Xixón una exposición sobre teoría y práctica del transformismo. Su gira “romera”, con himnos tipo “Cómo ye!”, ha pasado por Barakaldo y Donostia y recalará el jueves 14 de marzo en el Teatro Principal de Gasteiz.

Nuevo disco y gira triunfal, Premio Nacional español, libro de cantos, exposición en primavera, alta atención mediática, más de 100.000 oyentes en Spotify… ¿Qué ha pasado? Ya, chico, no sé, una cosa loca, la gente que está majara. Creo que apetece un poco de locura y diversión y yo les doy lo que quieren y lo que merecen. Pero el éxito es estar donde uno quiere estar.

Pero con un fondo serio: no se gana cualquier día un galardón así. Es que tener buen gusto y hacer bien las cosas no tiene por qué estar en contra de divertirse. A veces la celebración se ve como algo frívolo, pero celebrar lo que tenemos es el acto más responsable.

El premio es a músicas «actuales», pero a la vez ganó otro por «el reconocimiento y conservación del arte y cultura rural». Le etiquetan de «agroglam». Me llaman de todo. Siempre me han gustado muchas cosas a la vez y creo que la mayoría de la gente es así. Pero cuando mostramos un proyecto nos vamos a algo muy específico, porque nos parece que así damos una visión más profunda de la idea. Pero a mí me aburre dedicarme solo a una cosa.

Un renacentista, vamos. No, no tanto. Pinto fatal y pintar es obligado para un renacentista.

Hablando de pintar, vaya cuadro fresco el de la portada de «Manual de romería». Sí, es de Javier Ruiz, andaluz, que es un crack, un pintor excelente. Me hubiera hecho yo el retrato, pero ya te digo que no sé pintar y Javier me ha sacado estupendo.

Así que es agitador folclórico, pero sobre todo un juguetón, un disfrutón. La diversión, el juego, la risa, la juerga es lo que mueve el mundo y son las cosas que a mí más me gustan, afortunadamente.

¿Mamó la música popular desde «guaje», desde la cuna? Sí, porque mi abuelo cantaba bastante. Pero entonces era algo natural, como se cantaba en las casas, nadie creía que estaba haciendo algo especial. Es que ahora no se canta mucho, ni se silba. Yo hago las dos cosas y me lo paso en grande.

Lo primero que se compró, de niño, fue una gaita y luego le regalaron un teclado, pero su base musical fue refinada: piano y tuba. ¿Le ha servido de base para componer, arreglar…? No lo he utilizado mucho en lo musical, pero pasar por el conservatorio te sirve sobre todo para tener mucha capacidad de trabajo. Es duro porque hay que echar muchas horas, pero es guay que a esa edad te des cuenta de los resultados que consigues currando mucho tiempo en algo. No desde el punto de vista de la meritocracia, ni de la disciplina, sino de la profundización en el conocimiento y la técnica, descubrir que cuando haces un pasaje durante cinco horas te acaba saliendo.

En Barcelona tocó en la calle y escapó de los guardias con la tuba al hombro. Después colgó los estudios y fue músico callejero al acordeón. ¿Tiene nostalgia de aquel tiempo? No, la verdad. Mira que me lo pasé muy bien tocando la tuba en el metro o la calle, pero es un instrumento como duro y poco agradecido en general. Me gusta mucho más cantar, claro. Cuando descubrí además que el canto en la calle era más rentable, abandoné todo lo demás.

¿Se enganchó al folk con las pandereteiras de la aldea gallega en la que vivía? Primero en un festival de voces en Mallorca y luego en Galicia, sí. Escuché aquellas canciones suyas, que me encantaron, y a partir de ahí ya solo quería cantar.

Su emblema instrumental es el pandero. Parece simple, pero es un mundo. Eso es. Es un instrumento muy básico y primitivo, de piel tensa y, depende del tipo de marco que le quieras poner, cuadrado o redondo, con sonajas y cascabeles o sin nada… Y quien manda es la mano, así que acompaña multitud de tradiciones musicales.

De crío ya le debía atraer el olor a piel del «pandeiru» porque se perdía siguiendo rebaños. Ha tenido burros, vacas, cerdos, gallinas, ovejas... ¿Es una inclinación natural o se cansó de la gente urbana? Quise tener animales desde crío. Me gustaban y quería ser veterinario, aunque con la música y todo eso cambié de opinión. Entendí que lo que me gustaba era simplemente tenerlos. No ser un ganadero como se entiende ahora, y tampoco de compañía, sino una pequeña granja doméstica con animales de producción, como se tenía antes. Un caserío. De los animales podemos aprender mucho. A ser pacientes, a no desperdiciar la comida…

Canciones como «Valse» aluden a la vida en la montaña, pero está inspirada en Björk, musa del moderneo. Dice que, contra el tópico, la vida en las ciudades puede ser más normativa que en las aldeas. Es una descripción bucólica de donde vivo que dice: “sabemos que la fruta robada sabe mejor que la comprada”. Y sí, contra lo que se piensa, en la ciudad todo es un poco más normativo que en los pueblos. Claro que hay espacios urbanos raros, subversivos, pero casi todo me parece como más normal, más aburrido. Me gusta mucho el surrealismo y me cuesta encontrarlo en las ciudades.

Ha recopilado la herencia folclórica de esos pueblos en el libro «La xorda. Nuevos cantares de chigre». Xorda es una gran fiesta con mucho cante y mucha juerga que sabes cuándo empieza, pero no cuándo termina. Y chigre es la taberna. Me mola más esa parte de la relación en los pueblos de hacer piña y pandilla. Hay gente que lo ve como una relación más difícil, pero a mí me parece más fácil que en la ciudad. El roce humano y social natural, tolerante, que se da en el cantar y bailar juntos en un espacio común con un ambiente distendido: el bar, la cocina, una benéfica. Es que el folclore es así, más de participación que de escenario.

Lleva años quebrando el concepto folk más serio y mestizándolo sin complejos. ¿Se ha perdido el miedo al integrismo y hay una relación más natural con la tradición? Ahora hay menos miedo, pero con respeto y cariño. Porque eso no era lo tradicional, sino la estética concreta de una época. El folclore siempre fue libre, transgresor y muy divertido, una carcajada. Luego, los estilos cambian y varían por épocas, se van apreciando otras cosas y al final todo son modas. Se cree que en lo folclórico hay esquemas como inmutables, pero es de las cosas que más responde a las modas.

En los registros caseros que suenan en el disco se refleja la espontaneidad de grabar voces de mayores en su cocina de pueblo. Dice que la gente de edad le aporta más que mucha juventud. ¿No al edadismo? Cuando la gente se hace mayor se vuelve más auténtica, es mucho más surrealista, se la sopla más todo y es más ella misma. Con excepciones, claro. Aunque intentes ser de una tribu urbana muy radical, solo estás siguiendo una moda. Pero hay esa otra gente madura que sabe estar en cualquier lado y ambiente, encuentra un punto divertido a todo y todo le llama la atención. Eso es lo que me gusta, saber diferenciar lo que es moda o no y encontrar algo interesante en todos los lados.

¿«Manual de cortejo» fue un disco más experimental y «Manual de romería» tiene más ambiente popular? Es más popular, sí. No tan intimista y un punto marciano como el anterior. Quiere reflejar el ambiente general de las romerías de ahora, el lado más bucólico y de campo, pero también el más hortera, con sus luces y un tanto kitsch.

«Romería» reivindica la canción del mismo título, de 1969, de Víctor Manuel. Y señala a otro paisano, Tino Casal, por su actitud. Desde pequeño escuché a Víctor Manuel con cercanía y atención. Aquella primera época de canciones emblemáticas para la gente de Asturias: “La romería”, “El Abuelo Vítor”, “Paxarinos”... Me sabía la cinta entera. Ahora, trabajando con un concepto de lo festivo y por paralelismo, me vino la de la romería, aunque cambiando conceptos antiguos como “ya van subiendo los mozos con los corderos al hombro” porque hoy nadie lleva un cordero a la fiesta, llevan otras cosas. A Tino Casal lo escuchaba en el coche de mi padre, pero no me influyó de la misma forma.

Artistas como Tanxugueiras, Hermanos Cubero, Baiuca, usted mismo, se escuchan mucho ahora mismo. ¿Se lleva lo «tradi-moderno»? ¿Puede ser una moda, una ola? Recordemos la fiebre de gaita con Carlos Núñez, Hevia, Tejedor... Es lo que hablábamos de que el folclore tiene también sus modas y olas. En un momento se hizo mucho caso a la gaita y ahora se hace más caso a la pandereta. La gaita ha sido un instrumento tradicionalmente muy masculino y como de un músico. Se consideraba que el gaitero era músico y la panderetera, que era mujer, la entretenedora. Como la que cocina unos huevos fritos mientras el hombre hace unos huevos deconstruidos Casa Lucas. Como el pan: la mujer siempre lo amasó, pero el que ponía una panadería y era el panadero era el hombre. La mujer hacía la música todo el año para entretener, con su pandero y, si había dos perras para pagar, se llamaba al gaitero, venía el músico. Había ese rollo falocrático de la gaita como instrumento emblemático cuando era mucho más común la pandereta. Así que revisemos las cosas, veamos qué cogemos, qué dejamos de lado... Es muy interesante todo eso.

Ha sido embajador de la sidra asturiana. ¿El Principado, o Asturies, es autonomía, nación…? ¿Bable, asturianu, asturleonés… son lo mismo? El Principado es más una forma burocrática de una comunidad autónoma, como la CAV. Asturies es otro concepto a nivel cultural, de país. En cuanto al idioma, el asturiano y el leonés son variedades de una misma lengua, dos glotónimos para denominar al asturleonés. Y el bable es otro glotónimo que hoy en día se utiliza de forma un poco despectiva para decir que es una lengua inventada. Como decir bereber o esquimal en vez de amazigh o inuit.

¿Cuál es la situación real de su uso, o del amestao, mezcla de asturianu y castellano? Hay como un camino bidireccional. Aunque administrativamente parece que avanza, a nivel de uso retrocede, porque cada vez hay menos hablantes en todos los lados. En las ciudades el retroceso es total. Hasta hace poco el PSOE estaba en contra de la oficialidad y ahora está a favor. Pero hay que tener dos tercios de los votos para cambiar el Estatuto, que se han perdido en el parlamento actual. Así que puede parecer que institucionalmente el idioma está más apoyado, pero la realidad es que la política lingüística de Asturias es lamentable, un harakiri, una autodestrucción cultural y lleva años siendo así. Cada vez estamos peor porque, aunque socialmente la lengua está mucho más reconocida, la gente se está quedando sin escolarizar y sin alfabetizar en su lengua y se pierde porque no sabes escribir bien, no reconoces una falta de ortografía... La brecha y la desigualdad entre la cultura en asturiano y en castellano se hace mayor y va a costar muchísimo revertirla.

¿Hubo una concejala de Festejos de Xixón (de Vox y a quien quitaron del puesto) que pedía vetarle por expresarse en asturiano? En realidad, no decían que prohibirían por cantar en asturiano, sino que prohibirían a aquellos artistas que defendieran la cooficialidad. Estaban censurando directamente una opinión, una idea. Mira los de la libertad…

Siempre ha habido músicos en asturiano con tirón: Felpeyu, Dixebra, Los Berrones, gente más nueva como Algaire... Pero ¿con poco eco exterior? Nacho Vegas y sobre todo usted mismo, ¿están abriendo fronteras a su lengua? Se abren fronteras a visibilizar la lengua, la cultura, la música. La forma de poner en valor una cultura no es tanto hablar de ella, sino practicarla y utilizarla. Como dice un paisano mío, “no es lo mismo hablar del oso que ver al oso”. No hablar tanto de ella sino usarla y punto, que es la mejor forma de ponderarla.

Hablando de cancelaciones, el rapero Pablo Hasél sigue en la cárcel, ha estado en la picota la pieza teatral «Altsasu»... En el otro extremo, Alfonso Guerra dice que no se puede hablar. ¿Cuánto tiene de tópico o real que se diga que hay más censura que hace cuarenta años? Hombre, ahora hablamos de muchas más cosas que antes. Lo que pasa es que hay gente que siempre pudo hablar, otra que no lo pudo hacer durante mucho tiempo y otra que sigue sin poder hacerlo. Pero a lo que algunos no están acostumbrados es a que les respondan. No es que no puedan hablar, sino que no quieren poder ser respondidos porque estaban muy cómodos en esa situación, pero ahora tienen que escuchar a la otra parte. Todo era muy unidireccional y ahora tenemos muchas herramientas bidireccionales con las que podemos dar respuestas muy directas y rápidas. Puede parecer que no podemos hablar, pero lo que ocurre es que debemos aprender que, cuando hablemos, vamos a tener una respuesta inmediata. Unas respuestas que nos pueden llegar de forma muy loca en las redes y hay que aprender a manejarlas.

La canción sanabresa «Dime ramo verde» denuncia los acosos que sufrió de pequeño por su tendencia homosexual. ¿Cómo están evolucionando la tolerancia y los derechos de igualdad? Una vez más, hay como un doble camino: estamos mucho mejor que antes porque socialmente está muy aceptado y hay mucha más normalidad que cuando yo era crío o adolescente, y existe un importante desarrollo legal. Pero fíjate, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, donde se ha producido el primer retroceso en derechos de toda la historia. Casi veinte años después de haberse promulgado la ley de matrimonio homosexual, que produjo unos tremendos cambios sociales, con una aceptación de la diversidad sexual prácticamente unánime, y cuando parecía que todo estaba ganado y no había vuelta al pasado, han vuelto a tener representación política oficial las voces homófobas. Tienen voz y eso se traduce en más ataques, inseguridad y otra vez un poco de miedo a que podamos ir hacia atrás. Así que estamos mejor que hace veinte años, pero no sé si mejor que hace diez.

Ahora tienen voz y “vox”. Exacto, tienen un partido que en España nos parecía impensable cuando veíamos a Marine Le Pen en Francia defendiendo posiciones abiertamente homófobas o xenófobas. Nos parecía imposible que un político hablara así y no le costara el ostracismo. Pero sí, lo dicen en público y encuentran eco. Para que digan luego que no pueden hablar y que si la dictadura… Pueden decir barbaridades y ganan votos con ellas, madre mía…

Parece que habrá un próximo disco que complete una trilogía. ¿Será el manual de qué? No sé, de decadencia… Sí que tengo pensado cerrar una trilogía, pero no sé cuándo, ni cómo, ni de qué. Ahora estoy en otra cosa, subido a la noria. Ya me dedicaré a pensar cuando me baje.

¿Conoce las romerías con trikitixa y las sidrerías vascas? ¿Quién toca mejor el pandero o escancia la sidra, la gente astur o la euskaldun? Claro que conozco vuestra sidra y las romerías. No me hagas entrar en comparaciones, pero evidentemente los asturianos tocamos y escanciamos mejor, ni punto de comparación y que viva la rivalidad. Me encanta lo vasco, voy ahí, a las sagardotegis, y ¡me lo paso pipa! Tengo unos amigos que me llevan a buenos sitios y estuvimos en una romería en un monte que tenía unas cabañas con un bar. ¡Cómo me lo pasé…!