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GEMMA ZABALETA
IMPULSORA DE AHOTSAk

«Ahotsak se fraguó partiendo de lo más humano de nosotras»

Cuenta con una dilatada experiencia política en la que ha acumulado alegrías y sinsabores. La creación de la plataforma Ahotsak en 2006 supuso para Gemma Zabaleta una intensa fase de firmes convicciones y fuertes sacudidas. No fue fácil, pero tenía claro que no existía otra vía. 18 años después, sigue hablando con pasión de la política.

(Gotzon Aranburu FOKU)

Gemma Zabaleta (1957, Donostia) es una política de larga y amplia trayectoria. Con el PSE ha sido parlamentaria en Gasteiz, senadora, concejala de varios ayuntamientos, alto cargo en la Diputación guipuzcoana y consejera de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno de Patxi López entre 2009 y 2012. Toda una vida en política, desde tiempos en los que las mujeres eran rara avis en las filas de los partidos. En 2006, fue una de las impulsoras y firme creyente de la plataforma Ahotsak. La amistad que Jone Goirizelaia (parlamentaria de HB) y Gemma Zabaleta forjaron en los pasillos del Parlamento de Gasteiz catapultó Ahotsak, plataforma de mujeres que reivindicó una manera diferente de hacer las cosas, con la firme convicción de que el único carril hacia un futuro sin violencia era el diálogo entre diferentes.

Volvamos al 8 de abril de 2006. En estas mismas escaleras de Miramar se presenta la plataforma Ahotsak, conformada por mujeres de todas las formaciones políticas de Euskal Herria -salvo las de la derecha española y francesa- y de todos los sindicatos del país. ¿Cómo recuerda ese día? Ese día fue muy emocionante por lo que suponía. Se respiraba un espíritu colectivo de ilusión, de fuerza, de empoderamiento, de que habíamos llegado al final de un recorrido que empezó unos años antes. El camino no fue fácil. ETA había decretado un alto el fuego permanente, se había iniciado un proceso de paz, un proceso de conversaciones con el Gobierno de España. Ahotsak se presentó en ese contexto. El alto el fuego supuso un alivio enorme para toda la sociedad y fue acompañado de una explosión de esperanza e ilusión de que había un camino por recorrer en paz, que había un futuro en paz. Una de las premisas fundamentales de ese documento de Ahotsak era la apuesta inequívoca por la paz y el blindaje que ese proceso de paz necesitaba por parte de la sociedad. En la medida en que esos blindajes son necesarios, las mujeres dijimos ‘nosotras estamos aquí para blindar ese proceso’.

Y también se ponía encima de la mesa la importancia de los proyectos colectivos. Sin el compromiso de tantas mujeres diferentes, no hubiera existido Ahotsak y no hubiera tenido valor. Vale porque aúna pluralidad de ideas, sentimientos, ideologías, pertenencias... no importa tanto de dónde surge, sino por qué y de qué manera se conforma.

Es de suponer que anteriormente hubo un intenso trabajo de cocina. ¿Cómo surge? Yo siempre he creído - y así lo explicité en un libro que escribí en 2002; “Con mano izquierda: Una nueva política frente al colapso vasco”- que los actores preferentes del final de la violencia debían de ser los partidos de la izquierda y especialmente los que de alguna manera, y por distintas razones, sufríamos las consecuencias de la violencia. Es verdad que el Partido Popular la sufría también, igual que el Partido Socialista. Pero la derecha española, y la derecha en su conjunto, siempre está al margen del progreso. El progreso se hace a pesar de la derecha. Se hizo entonces -el final de ETA y el proceso de paz se hizo a pesar del PP- y se está haciendo ahora.

Siempre pensé que los partidos de la izquierda debían de ser tractores, porque también hay una mirada diferente de la izquierda a todas las cosas; a los marcos jurídicos, a lo que es la paz, a cómo deben de terminar los conflictos... y esa izquierda era la izquierda abertzale y el Partido Socialista. En ese libro lo que se alumbra es la necesidad de establecer esa sintonía estratégica entre esas formaciones. Yo lo pensaba en 2002 lo seguía defendiendo en 2006 y lo sigo defendiendo ahora, en 2024; la importancia para Euskadi del entendimiento de la izquierda.

En el Parlamento estaba Jone Goirizelaia, que también participaba en encuentros organizados por los movimientos pacifistas de aquel momento que intentaban buscar puntos de encuentro. Empezamos a hablar. Las dos pensábamos que teníamos que hacer algo más. La pregunta era, ¿podemos hacer algo más para desatascar la situación? Porque la situación que se vivía en el Parlamento Vasco era de incomunicación total y de demonización de cualquier vínculo entre la izquierda abertzale y nosotros. Yo me acuerdo que cualquier fotografía en la que aparecíamos Jone Goirizelaia y yo era objeto de todo tipo de comentarios, sobre todo en la prensa de la derecha. No sé si a ella le pasaba factura, pero a mí me pasaba factura política, aunque nunca me importó. Siempre creí que debía hacer lo que mi conciencia me guiaba. A ambas nos movía esa pregunta; ‘¿qué más podemos hacer por cambiar esta situación y por mostrar a la sociedad que es posible buscar puntos de encuentro?’, ‘¿qué más podemos hacer por mostrar que hay un mínimo común denominador que compartir y que, en lugar de construir la política sobre lo que nos diferencia, debemos buscar construirla sobre lo que nos aproxima?’. Esa fue la razón de establecer una alianza de hierro entre ambas, que fuese un eje tractor y posibilitar después la conexión con las otras fuerzas políticas.

Eso fue el punto de partida, una sincera convicción personal, una sincera relación personal basada en la confianza. Ese es un elemento absolutamente transformador de los contextos. Así fue como nos planteamos que era necesario buscar esa alianza. Conectamos con la derecha vasca, pero no fue posible. La derecha siempre es conservadora en sí misma y se mantiene al margen de los progresos. Entonces decidimos contactar con formaciones políticas de los tres territorios -conexión con Nafarroa e Ipar Euskal Herria-, con mujeres no solo del ámbito político, también del ámbito sindical -estaban todos los sindicatos-, y con mujeres del movimiento feminista. Y obviamente buscamos la adhesión de cualquier mujer de nuestro país, y más tarde dimos el salto hacia Catalunya, Galicia, Madrid...

Ahotsak se fraguó partiendo de lo más humano de nosotras, no de la política, sino de lo que somos como seres humanos y personas.

Una reivindicación de hacer política desde un prisma diferente. No sé si sería posible entre hombres. Pensábamos que se podía hacer de otra manera y que las mujeres debíamos tener otro protagonismo. Se debía de abrir un espacio y nosotras queríamos ser un instrumento más para contribuir a eso. En ese espacio debía estar la voz de las mujeres. ¿Qué nos diferenciaba? Que nos importaba mucho más el fin que lo que nos podía ocurrir a nosotras mismas. Éramos conscientes de que era difícil. Los partidos políticos hace 18 años estaban mucho más masculinizados y teníamos pocas alianzas de mujeres en las altas esferas. Yo cuando me entrevistaba con mis compañeros o con los secretarios generales de mi partido para decirles lo que estaba haciendo y para plantearles lo que iba a decir públicamente -que lo sabían-, todos eran hombres. No tenía ninguna interlocutora mujer en las altas instancias de mi partido político.

Lo que más nos podía diferenciar era que estábamos dispuestas a correr riesgos desde el punto de vista político. No sabíamos lo que iba a ocurrir, estábamos sometidas a mucha presión, mi propio partido estaba sometido a mucha presión por Ahotsak y por la política que puso en marcha Zapatero. La derecha española sacaba a las víctimas del terrorismo a la calle en manifestaciones diciendo que Zapatero traicionaba a las víctimas. Era un contexto duro. ¿Qué podía poner en riesgo? ¿Mi carrera política? Decidí que merecía la pena.

«Resolución democrática del conflicto. Diálogo sin prejuicios. Poner énfasis en lo que nos une y no en las diferencias. Buscar puntos de encuentro para que la paz sea irreversible. Respeto a la decisión de la ciudadanía vasca». Ahotsak puso encima de la mesa conceptos, ideas, posturas que hace casi veinte años eran totalmente innovadoras. Era una propuesta valiente. ‘Buscar los puntos de encuentro y lo que nos une’. Esa frase se puso de moda, se ha utilizado mucho posteriormente, pero hasta entonces era bastante inédita. Yo creo que era muy novedoso en aquella época y por desgracia lo sigue siendo. Lo que me llama la atención es que todavía pueda ser novedoso. Era obvio que era una apuesta inequívoca por la paz, queríamos contribuir desde la sociedad al blindaje de las iniciativas políticas en pro de un proceso de paz. Además, Ahotsak decía dos cosas, que yo creo que es importante subrayar a día de hoy, que siguen siendo vigentes y siguen estando sin ser acometidas o asumidas por el conjunto de los partidos políticos. Una es la que dice que todos los proyectos políticos se pueden defender; eso no está suficientemente claro cómo hacerlo. Y la segunda es la que dice que, si la sociedad vasca quiere mantener o cambiar su estatus político, deberíamos de ser capaces de acreditar las garantías democráticas suficientes y los procedimientos políticos acordados para que eso pueda ser posible y pueda tener su reflejo en los ordenamientos jurídicos. Esa frase, que es sencilla, creo que contempla principios importantes y creo que tiene mucho sentido desde el punto de vista de que entiende que lo que tienen que modificarse son los marcos jurídicos si hay una voluntad mayoritaria de querer hacerlo, y no que los marcos jurídicos deban imponer una posición o un ordenamiento no querido a una mayoría social.

Es muy importante a día de hoy. El desarrollo de esos conceptos políticos es la clave para desatascar el conflicto político catalán, el vasco, o cualquier conflicto político que se pueda determinar en el Estado español, en un momento en el que el debate territorial está abierto. El debate sobre qué es la plurinacionalidad está abierto, el debate sobre qué entendemos como soberanías compartidas, por aplicación de la soberanía en el siglo XXI. Urge reformular cuáles son los instrumentos jurídicos que hoy en día tenemos para gobernarnos y para cogobernarnos, que ya no son los instrumentos del siglo XX, sino que deben de ser los del siglo XXI. Es una aportación absolutamente vigente. Estamos ante algo que hoy es más vigente que entonces.

Los dirigentes del PSOE sabían qué iba a proponer Ahotsak y lo aceptaban. Algo que, además, le costó mucho. Me costó mucho convencer, porque no era fácil, era una apuesta arriesgada. Yo estaba dispuesta a hacerlo sin consentimiento, pero pensé que era mejor buscar el acuerdo, la aproximación, ‘labendición’ de lo que era la dirección de mi partido, y así lo hice. El documento de Ahotsak tenía el visto bueno del Partido Socialista de Euskadi y del Partido Socialista Obrero Español. De hecho, creo que hasta tal punto es así que, cuando más tarde el Partido Socialista se sentó en Loiola con el PNV y la antigua Batasuna, ahí están los principios del texto de Ahotsak.

De alguna manera, Ahotsak abrió camino. Pienso que sí. Todo lo que supone en un momento determinado una puerta a la esperanza, abre camino. Además, la historia ha demostrado que no había otro camino. Estuvimos ahí, defendimos nuestra posición, estuvimos hasta el final, ha sido un movimiento observado, investigado valorado... pero nosotras lo hicimos porque pensábamos que era lo que había que hacer, sin pensar en el futuro, sino como una contribución honesta y sincera a un final sin violencia.

Otro eje importante era la participación activa de la mujer. En los conflictos se tiende a ver a la mujer como víctima y no como sujeto activo que puede aportar al proceso de resolución. Aún existe la manida coletilla de guerra «mujeres y niños». En cambio, Ahotsak pone encima de la mesa una idea clara: «Estamos diciendo que queremos participar en la historia, porque la sufrimos todos los días y no queremos limitarnos a ser sujetos pacientes». En la mayoría de los conflictos las mujeres protagonizan ser parte del conjunto de las víctimas. Se trata de pasar de ser víctima a ser agente activo por la paz. Queremos ser agentes activos en este proceso de paz, queremos tener voz, queremos decir lo que pensamos, queremos ayudar, contribuir. Ese fue el salto cualitativo. Yo no me resignaba a sufrir las consecuencias del conflicto violento, a sufrir la violencia, siendo víctima. Había que ponerle fin y sobre todo había que romper cadenas de odio, de reproducción de esa situación. Estaban las personas que sufrían las consecuencias de esta violencia porque eran extorsionadas o asesinadas y también las familias que tenían que recorrer cientos de kilómetros para ver a sus familiares presos, que estaban presos como consecuencia del conflicto. Había una espiral y una retroalimentación, una cadena perniciosa de odio y ruptura de la sociedad que había que contribuir a frenar.

Goirizelaia y Zabaleta en el centro, junto a otras integrantes de Ahotsak en un acto celebrado en Bilbo en 2006. Jon Hernaez | FOKU

En el proceso de Ahotsak, cuando se reunía con Jone Goirizelaia, usted iba con escolta. Sí. En una parte de mi vida yo iba con escolta y, cuando me reunía con Jone, tenía protección. Ellos sabían que me reunía con ella, me contaban cosas que sabían, me preguntaban sobre lo que hacíamos en Ahotsak porque estaban interesados, además de una manera sincera. Era una apuesta por no seguir el guión ordinario de la política, sino anteponer las convicciones a los principios de la ortodoxia, de lo que te dictan. Es verdad que cuando haces este tipo de cosas sufres las consecuencias; estás expuesto y en los medios se interpretan tus hechos y declaraciones. Sufres sacudidas y tienes que estar dispuesta a arriesgar.

Me acuerdo de una entrevista que di al diario “El Mundo” en 2006. Al final de la entrevista, me preguntaban cómo me gustaría que fuera el futuro. Yo contesté que veía un futuro en el que la izquierda abertzale podría gobernar con el Partido Socialista, porque eso significaría que hemos acabado con la etapa más negra de nuestra historia, la violencia. Esa frase, descontextualizada, se puso ese fin de semana como titular nacional de “El Mundo” diciendo: ‘Zabaleta apuesta por un Gobierno entre la izquierda abertzale y el Partido Socialista’. Yo era parlamentaria del Gobierno Vasco en aquel momento y fue una sacudida importante. El periodista que me hizo la entrevista me llamó la víspera para decirme ‘lo siento, el titular va así, el director del periódico me ha obligado...’. Pedro J. Ramirez iba a vender más periódicos con ese titular.

Hubo gente que no leyó la entrevista, solo el titular, recibí llamadas del secretario de organización del PSOE... obviamente, seguí haciendo política en el PSOE, llegue a ser consejera en 2009 y ese titular es lo que sigo diciendo en 2024, es lo que sigo defendiendo, lo natural me parece que haya un entendimiento entre la izquierda abertzale y el Partido Socialista. Ese parece un anatema hoy para el Partido Socialista, yo no salgo de mi asombro.

Cuando me refiero a una nueva manera de hacer política, me refiero a una manera en la que estés dispuesta a ser valiente para sufrir ese tipo de cosas y hacerlo por convicción. Yo creo que existe una distancia en la política entre lo que se dice en público y lo que se dice en privado. Yo no puedo creer que en privado, a día de hoy, haya tal diferencia y tensión entre los partidos políticos como se muestra en los espacios públicos. En aquella época pasaba lo mismo; podía haber conversaciones en privado pero, en público, solo había insultos y posiciones enrocadas en la distancia. Yo creo que una política sana, la que se reconcilia más con la sociedad, es una política en la que haya la menor distancia posible entre lo que dices en público y lo que dices en privado. Eso sería mucho más saludable, mucho más comprensible para la sociedad y seguramente provocaría muchas más adhesiones. Haría que no tanta gente deje de ir a las urnas cuando hay elecciones. En las últimas elecciones en el País Vasco, el %50 de la ciudadanía no votó. Eso debiera de ser la primera preocupación de los partidos políticos.

Enfadaron a hombres y mujeres. Portavoces del PSN pidieron a las mujeres de su partido que abandonaran sus cargos; Rodolfo Ares (PSE) se mostró preocupado por la foto en la que aparece con Jone Goirizelaia tras el atentado de ETA en Barajas; María San Gil -parlamentaria del PP- insultó a las participantes de Ahotsak -dijo sobre Goirizelaia «representa lo peor del género femenino»-. Hubo mucha crispación, filtraciones… ¿Nunca pensó en bajarse del tren? Nunca. No sabía el recorrido que iba a tener, obviamente era un tren que podía tener enormes obstáculos, pero sabíamos que era la única vía, el único rail y que, aunque podía tener obstáculos, no iba a descarrilar. Sabíamos que ese obstáculo se salvaría y ese tren iba a continuar hasta el final, como demuestra el hecho de que vivamos desde el año 2011 en un espacio sin violencia, aunque queden muchos asuntos por resolver.

Creo que era habitual recibir llamadas instándole a bajarse del tren. En enero de 2007, antes del atentado de ETA en Barajas y especialmente después, era muy habitual recibir llamadas de dirigentes de mi partido. Siempre hubo dirigentes en mi partido que no observaban ni con interés ni con simpatía la iniciativa de Ahotsak, porque les parecía ciertamente arriesgado. En cierto modo, en ese mundo tan masculino, cuando las mujeres les plantaban cara, se sentían interpelados, porque les hacía preguntarse ‘¿qué estáis haciendo vosotros?’. Pero, sobre todo, en el documento de Ahotsak había mucha carga política, como demuestra que hoy ninguno de ellos tenga mucho interés en desenpolvar los viejos acuerdos a los que llegaron. En qué momento tan diferente estaríamos hoy políticamente si el PNV, EH Bildu y el PSOE pudieran suscribir lo que dice el documento de Loiola. Estaríamos en otra fase política de renegociación de un acuerdo político y un nuevo estatus político pensando en claves del siglo XXI y no pensando en claves del pasado.

Me acuerdo que en enero de 2007 yo estaba en Maizpide, Lazkao, estudiando euskara. Yo era parlamentaria vasca. Recuerdo recibir llamadas antes de entrar en clase de dirigentes políticos de mi partido instándome a salirme de esa foto, a romper con Ahotsak... era mucha presión. Pero yo siempre he estado convencida de que la política solo merece la pena vivirla con valentía, con honestidad y defendiendo tus ideas con convicción.

José Luis Rodríguez Zapatero y Juan José Ibarretxe siempre apoyaron Ahotsak. Fueron dos figuras clave; uno era presidente del Gobierno y el otro era lehendakari vasco. Recuerdo que al poco de presentar Ahotsak, entrevistaron en el diario “El Mundo” a José Luis Rodríguez Zapatero y le pusieron enfrente dos fotos: en una estábamos Jone Goirizelaia y yo en la presentación de Ahotsak y, en la otra estaban Rosa Díez y Maite Pagazaurtundua. Le preguntaron con cuál de las dos fotos se quedaba y Zapatero dijo que se quedaba con la de Ahotsak, ‘porque esta es el futuro’. Eso significaba la posición de un hombre valiente -porque era presidente del Gobierno-, que apostaba por sus convicciones, capaz de arriesgar. Todos sabemos que no hubiera habido un final de ETA si no tuviéramos a Rodríguez Zapatero y a los interlocutores que hubo en la izquierda abertzale.

En 2020, la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona presentó un informe sobre Ahotsak. El estudio concluía que la aportación a largo plazo para la resolución del conflicto de Ahotsak fue importante, puesto que sirvió para fortalecer un clima social de apoyo al proceso de paz, humanizar las relaciones políticas entre diferentes, además de movilizar a las mujeres como sujeto político. Objetivos que permitieron allanar el camino a otros cambios que se dieron posteriormente. En aquel momento, la imagen del Partido Socialista con la izquierda abertzale estaba totalmente demonizada. Nosotras contribuimos a normalizar eso, que era mucho más normal en la sociedad que en la esfera política. A nosotras nos ha pasado ir a tomar un café Jone Goirizelaia y yo, ir a pagar y decirnos que estaba pagado, porque una señora que nos vio juntas nos invitó. Hemos sentido en la calle todo el apoyo que no sentíamos en el espacio político. El vacío del espacio político no tenía nada que ver con lo que estaba pasando en la sociedad. Ahí aparece otra vez el espacio que comentaba antes entre lo que se vive en la sociedad y lo que se ve en política. La sociedad vasca se ha reconciliado en un porcentaje muy alto, algo que no se ve en la política formal. Ahotsak contribuyó a esa normalización.

Ahotsak recabó consenso internacional, apoyos en el Estado español, el empuje del movimiento feminista. Más de 5.000 adhesiones. Parece que respondió a una necesidad que existía en la sociedad. Totalmente. Me llamaba gente, muchos hombres, y me decían que nos preparaban la merienda y que hiciéramos la reunión en su casa. Existía un entusiasmo y un sentimiento de apoyo social que era el que nos animaba a seguir, a superar las dificultades, a creer que eso no tenía vuelta atrás.

¿Son necesarios este tipo de movimientos sociales incluso a día de hoy? Pues por supuesto que sí. Hay tantas cosas por resolver, tanto aquí en casa y como fuera de casa. Aquí hay una asignatura pendiente, la de llevar a cabo un mínimo común denominador sobre un relato compartido de lo que ha pasado en los últimos 40-50 años; un relato que sea complejo, que tenga matices, que no sea blanco o negro, que no sea excluyente, con la suficiente sensibilidad para poder recoger el 90% de lo que piensa y siente la sociedad vasca. Eso está pendiente y es necesario un movimiento común transversal que sea capaz de eso.

Más allá de nuestras fronteras, creo que está pendiente que haya voces que se unan en pro de la paz, por una política pacifista y no militarista, por una política que contribuya a denunciar todos los días lo que está pasando en Palestina. ¿Dónde están las mujeres relevantes? ¿Dónde están las mujeres significativas? ¿ Dónde están las mujeres que tienen opinión, que puedan ser tractoras de todo esto, para plantarse en el mundo con una única voz y decir ‘aquí estamos’? Para denunciar lo que está pasando en Afganistán, en Irán, para denunciar la vulneración más extrema de derechos humanos que están sufriendo tantas mujeres.

Ahora hay más mujeres en primera línea de la política. Sí, pero creo que más que estar en primera línea, lo que se necesitan son mujeres que contribuyan a cambiar las reglas del juego, a cambiar la manera en que se desarrolla la partida de la política. Si yo sustituyo a un hombre pero soy igual que él -desde el punto de vista de ejecutar esa política ortodoxa-, no cambia nada. Más que ocupar la primera línea, hay que estar ahí e intentar hacer otro tipo de políticas diferentes, arriesgadas y que conecten con la sociedad. Yo nunca estuve en la primera línea, quise ser secretaria general, pero me fue muy mal... pero hice lo que hice desde donde estaba, como parlamentaria de la última fila.

Ahotsak seguramente le quitó sueño y salud. ¿Cómo recuerda aquella época en su cuerpo? Fue muy intenso, difícil, pero muy emocionante. Me he quedado con lo positivo, que fue empatizar y reflexionar conjuntamente con otras mujeres, entenderlas. Me interesaba entender a quien podía estar más alejada de mis posicionamientos políticos, siempre hay razones que asisten a quien incluso es tu adversario político. Eso ha sido muy enriquecedor, ese es el principio.

¿Sigue tomando café con Jone Goirizelaia? Hace mucho tiempo que no, pero nos une una profunda amistad que será para siempre.