Regreso al futuro

Las personas nos pasamos la vida anticipando el siguiente paso, lo hemos hablado aquí en muchas ocasiones; nuestra inteligencia tiene una querencia especial por cerrar los círculos abiertos de comprensión, por saber cómo van a terminar las cosas, o qué va a pasar mañana. En ello nos ha ido la supervivencia.
Así que, cuando nos planteamos un cambio vital de la escala que sea, pero suficientemente relevante, y además, tenemos la suficiente experiencia sobre nosotros mismos, nosotras mismas, es fácil que, antes de pasar a la acción nos planteemos grandes preguntas, de esas que van más allá de lo concreto, de esas que implican a la identidad: ¿encontraré algo con sentido si cambio de trabajo? ¿Será mi última oportunidad de tener pareja si dejo a esta persona? ¿Finalmente seré feliz cambiándome de ciudad o de casa? ¿Me sentiré satisfecho, satisfecha; feliz; realizado, etc. si doy el siguiente paso?
Y es que, a la hora de tomar decisiones relevantes, incluir lo que imaginamos que sentiremos ha demostrado ser evolutivamente útil, ya que la emoción guía nuestros pasos a la satisfacción de necesidades. El único problema en este caso es que estas preguntas existenciales, identitarias, esas que pretenden hacer balance antes de dar el paso, solo operan por el momento en el reino de la imaginación, del pensamiento, pero carecen aún de base. De hecho, la base que utilizamos es la de nuestra experiencia pasada, por lo que nos vemos atrapados en la anticipación de nuestros recuerdos, lo cual, nos sirve solo en parte. Anticipamos que, sabiendo lo que sabemos, con las experiencias vividas hasta ahora, obtendremos un determinado resultado de la nueva experiencia que vamos a afrontar; y, al mismo tiempo, hacemos un cambio para que pasen cosas diferentes…
Puede que nos sea inevitable, puede que nos pase automáticamente, puede que no toleremos muy bien la incertidumbre de asomarnos al precipicio de ese cambio relevante, pero es importante saber que gran parte de esas conclusiones las alcanzará nuestro ‘yo’ del futuro, es decir, quienes seamos después de haber vivido lo que nos estamos arriesgando intuitivamente a vivir, después de que la experiencia nos haya cambiado. Y entonces, probablemente miremos a nuestras anticipaciones de hoy como “aquello que pudimos ver de antemano”, pero que solo era parte de lo que vivimos después.
Por un lado, parecen malas noticias esto de no saber a ciencia cierta si tal o cual movimiento merecerá la pena, por otro, abrazarse a nuestras anticipaciones sin tener la experiencia, la sentida en el cuerpo, es abrazarse a un recuerdo, que nos mantiene en un circuito cerrado de autoconfirmación. Si tomamos decisiones esperando que suceda lo vivido anteriormente, ¿dónde queda la creación de un futuro distinto para nosotros, para nosotras?



