El verdugo infinito
Hay textos que solo pueden ser enunciados a través de un lenguaje que brota directamente de una herida abierta, o más bien de una herida que jamás cauterizará. Son escritos que, por lo tanto, únicamente deben ser recibidos por el lector con incomodidad y pesadumbre, ya que lo contrario significaría un agravio a su naturaleza íntima. Porque enfrentarse a la narración de las repetidas violaciones que sufrió de niña por parte de su padrastro la autora de este libro es una experiencia devastadora pero, al mismo tiempo, y ahí reside la enormidad y el absoluto mérito de este trabajo, es capaz de superar esa implicación personal para enhebrar un intelectual y moralmente complejo estudio global sobre los diversos condicionantes que a la postre sirven de acomodo a este tipo de actos.
Por tristemente repetida, la historia no deja de ser impactante: una vieja fotografía familiar que tras las sonrisas impostadas se agazapan llantos y duelos; un hombre de admirada condición que se transforma en un monstruo cuando cruza el umbral de la casa. Sinno no rehúye el lenguaje explícito ni los detalles malsanos, atreviéndose incluso a jugar con una ironía que desde el otro lado la recibimos como un gélido escalofrío, pero la mayor incertidumbre la genera cuando escarba con un atinadísimo olfato en la conciencia colectiva y en un entramado de costumbres, por donde desfilan desde “Lolita” a las canciones románticas de Johnny Hallyday, que sitúa a la víctima, ya sea consumada o propiciatoria, en un estado de indefensión moral que incluso le impulsa a buscar remotas culpabilidades propias respecto a la situación padecida.
Leyes, medios de comunicación, la inevitable fascinación por la psique del verdugo e incluso la búsqueda hegemónica del relato, artístico y humano, son piezas que construyen un áspero relato testimonial que en paralelo transcurre prácticamente como un ensayo que gira, desde diferentes órbitas, en torno a la relación entre dominación y sexo, la violación a menores como la culminación del poder ejercido sobre el eslabón más débil.
Haber salido viva para contarlo no supone ningún consuelo para la autora, más bien la apila junto a otras excusas que pretenden relativizar los costes de una tragedia que, como plasma este extraordinario e indispensable libro, es mucho más que una escabrosa noticia en una cabecera o la sentencia mediática emitida por un juez; significa la condena de morar eternamente en torno al filo de un abismo al que intentar no sucumbir.