«Here, un hombre bueno»

Por remedio a la importantitis que prima en las ruidosas cabeceras de cultura, hoy ponemos la mirada sobre un estreno pequeñísimo, pero que llegará como agua de mayo para quienes os sintáis especialmente afectadas por el declive estacional. “Here”, aquí subtitulada con el coletazo medio explicativo de “Un hombre bueno”, es una película tan bonita, sencilla y gustosa que casi resulta paradójico que se alzara con el gran premio de la Sección Encounters del Festival de Berlín. Luego hizo ruta, desde Toronto a Zinemaldia pasando por L’Alternativa en Barcelona, y hasta hoy no ha aterrizado en carteleras. Sí, es un estreno discreto. Pero quienes la pudieron ver en Zabaltegi recordarán el color de sus imágenes: un dulzón que va encurtiéndose con los días y que mejora, diremos, como el arroz de ayer.
“Here” cae tranquila sobre la última jornada en Bruselas de un joven a punto de volver a su país. Stefan, así se llama este obrero rumano (y el actor que lo interpreta, Stefan Gota) que se despide de la ciudad repartiendo tuppers de sopa entre sus amigos y compañeros de obra. Es final de verano. El caldo lo ha cocinado con las sobras en su nevera: pimiento, puerro, algo de pollo… Mientras tanto, una joven micóloga deja el restaurante chino de su familia y se dirige tranquila al bosque, para recoger muestras de musgo. La suya es una labor de atención, de tacto. Los días de ella y de él son templados. Si sus caminos se cruzan será solo por azar, o por la gracia de un cine que nos empapa de cariño a quienes acompañamos/nos acompañan desde el otro lado de la pantalla.
Podréis decir que eso, para una película, es la nada. Sin embargo, uno: a veces la nada es exactamente lo que necesitamos. Dos, para un cineasta como Bas Devos a luz nunca ha sido la opción evidente. En “Violet” (ganadora de la sección Generation 14plus en Berlín) y “Hellhole”, sus dos primeras películas, el belga auscultaba las consecuencias de hechos horribles, situados inmediatamente fuera de plano. La muerte de un chico y un atentado se traducían en las miradas estupefactas de los testigos, en las habitaciones vacías que la cámara se dedicaba a escudriñar, sinuosa. Esas eran películas nocturnas, pobladas de fantasmas.
Luego, sorpresa: “Ghost Tropic” acompañaba a una mujer, empleada de mantenimiento, que perdía su parada al quedarse dormida en el último metro de la noche. La protagonista tenía que recorrer un buen trecho de Bruselas a pie, bien entrada la madrugada, pero la oscuridad profunda tras sus esquinas y parques no era tan amenazante como íntima, recogida, protectora. Pues bien. Solo Bas Devos, que prefirió el abrazo a la sombra, podría mirar hoy al día como un tiempo luminoso pero impermanente. Supongo que en su cine está ese encogernos que nos llega al salir del trabajo, ya de noche.

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