Hierbas, raíces y sombras

Nervaduras, raíces, fósiles, sutiles huellas que van dejando manchas en la superficie con el paso del tiempo. Vientos que determinan ritmos y que hablan a la vez de movimiento y quietud, de orden y caos. El contexto de creación y los elementos que nos rodean influyen en nuestras emociones y, en consecuencia, en el proceso de creación de una obra. El modo de vida que nos toca o que elegimos vivir nos determina. Las obras pueden transmitir momentos vitales muy concretos. ¿Qué pensamientos o energías se esconden tras esos gestos? ¿Qué combinación de factores hizo posible su creación?
Hasta el 16 de febrero podemos ver la obra del recientemente fallecido Juan Luis Goenaga (Donostia, 1950-Madrid, 2024) en el Museo de Bellas Artes de Bilbo. La exposición lleva por título “Alkiza, 1971-1976”, ya que se centra en una temprana etapa de su obra que se realizó en su caserío de Alkiza, una zona de Gipuzkoa eminentemente rural, cuya principal actividad económica ha sido históricamente la agricultura. Una muestra que se ha convertido en un homenaje al artista, pero que llevaba años gestándose con el creador y su comisario Mikel Letxundi.
En Alkiza, Goenaga estaba en permanente contacto con la naturaleza, a lo largo de sus paseos iba encontrando su personal forma de relacionarse con el lugar, empleando lenguajes y herramientas con los que ya venía trabajando. Partiendo de elementos reales como las ramas, la hierba, la tierra… crea imágenes poéticas de gran fuerza. Goenaga siempre ha estado muy interesado por los aspectos más primigenios de la pintura; el arte rupestre de las cuevas ha sido una de sus grandes referencias. Su taller se convertía en su propia cueva, donde buscaba reencontrarse con la materialidad y fisicidad, muchas veces trabajando sobre el suelo. Su obra guarda una gran coherencia estética que rige toda la exposición, mostrando su capacidad para fusionar lo personal con lo universal, lo microscópico con la inmensidad, conectando la etnografía, la pintura prehistórica, la mitología vasca y el paisaje. Visitando las salas, se crea una intimidad que nos hace reconectarnos con el paisaje; en algunas estancias priman los tonos oxidados, en otras, los húmedos grises y verdosos. La textura adquiere un valor importante, ya que se servía de materias densas para cubrir por completo el lienzo. En palabras del artista: «Necesito la fuerza sensorial de la tierra, palpar la tierra, tocarla».
Sus piezas son un constante proceso de experimentación y abarcan multitud de técnicas: la fotografía, que documenta sus acciones de Land art, la pintura al óleo, pero también las ceras, el gouache, las tintas, esmaltes, acuarelas o piezas más escultóricas con objetos recogidos. Pasado y presente se encuentran para, a través de una especial sensibilidad, ahondar en esos misterios que guardan los ecosistemas. La obra de Goenaga se explica a sí misma, promoviendo un consumo lento que nos haga disfrutar de la contemplación.
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