Iker Fidalgo
Crítico de arte
PANORAMIKA

Vanguardia

Un visitante capta con su móvil la obra «Jóvenes pisoteando a su madre», realizada en 1927 por Max Ernst que, junto a otras piezas del artista alemán, se puede ver en el Museo de Bellas Artes de Bilbo hasta finales de junio.
Un visitante capta con su móvil la obra «Jóvenes pisoteando a su madre», realizada en 1927 por Max Ernst que, junto a otras piezas del artista alemán, se puede ver en el Museo de Bellas Artes de Bilbo hasta finales de junio. (Marisol Ramirez | FOKU)

El arte contemporáneo, tal y como lo conocemos hoy, tiene su origen en las vanguardias históricas. A finales del S.XIX y principios del S.XX, se inicia un movimiento de ruptura con la manera de entender el arte y el mundo, y se inicia un periodo de constante renovación en las principales disciplinas artísticas. Una de las características de las vanguardias era su vocación rupturista: la intención de acabar con lo anterior y ofrecer una nueva manera de entender la creación. La radicalidad de cada nueva protesta requería de una militancia incansable y una defensa a ultranza de aquellos nuevos principios que debían regir el devenir del mundo. Esta etapa duró hasta el inicio de la II Guerra Mundial, tras la cual tendría lugar el proceso denominado como Segundas Vanguardias, que alcanzaría hasta los años setenta del pasado siglo.

Sin duda, una de las vanguardias más conocidas y referenciadas es el Surrealismo. El carácter de sus creaciones y la relevancia de algunos de sus componentes, han hecho del Surrealismo uno de los movimientos artísticos más integrados en la cultura popular. El manifiesto, creado por su ideólogo André Breton en 1924, fue el inicio de una fructífera andadura que unió a artistas como Dalí, Duchamp o Man Ray formando parte del movimiento antes de su disolución provocada por el estallido de la segunda gran guerra.

Uno de los nombres más relevantes del movimiento surrealista es el de Max Ernst (Alemania, 1891 - Estado francés, 1976). El protagonista de nuestra página de hoy pasa por ser el primer pintor elegido por Bretón para formar parte de su proyecto de vanguardia y, a día de hoy, su legado artístico posee un innegable peso en la historia y el presente del arte contemporáneo. Dentro del programa “La obra invitada”, el Museo de Bellas Artes de Bilbo presentó el pasado febrero “Max Ernst. París 1922-1928”. Con motivo de la cesión temporal de más de cincuenta piezas del artista alemán, dos salas de la pinacoteca bilbaina acogen esta muestra hasta finales del próximo junio. El conjunto de piezas recibidas incluyen desde dibujos, óleos e incluso dos “frottages”, una técnica gráfica creada por el propio artista que permite captar texturas de elementos tridimensionales sobre el papel a través del frotado con un carboncillo.

Las piezas de Ernst prometen no dejarnos indiferentes. Las formas de sus figuras y la gestualidad de su factura son en ocasiones inquietantes o nos invitan a un universo propio marcado por la convivencia de motivos oníricos y abstractos. La exposición, que tenemos al alcance de la mano, es una oportunidad para poder experimentar de cerca el proceso creativo de uno de los nombres más relevantes de su generación. Conocer el pasado nos ayuda a situar todo lo que vino después y, por tanto, la época a la que hoy pertenecemos.