Desinformación

Somos francamente vulnerables a los bulos, entre otras cosas porque precisamente a través del boca a boca hemos conocido cosas de los demás a lo largo de los milenios. Algo tan sencillo y aparentemente banal como esto, nos ha mantenido ‘informados’ de lo que pasaba alrededor. Más allá de las recomendaciones habituales, conviene, cada vez más, ser conscientes, no solo de las modalidades de desinformación posibles, o de las intenciones torticeras de unos y otros detrás de mensajes aparentemente neutrales, sino de nuestra vulnerabilidad de base a la hora de entrar por el aro.
Por ejemplo, el sesgo de confirmación es una de ellas. Se trata de nuestra tendencia a atender o creer en informaciones que apoyen nuestra manera de pensar o de sentir, porque se alineen con nuestras preferencias personales o grupales. Esto nos lleva a interpretar datos nuevos, noticias o hechos de tal modo que estos encajen en puntos de vista previos, incluso cuando los datos objetivos los contradigan. Esto se maximiza si la información viene de parte de ‘los nuestros’, del propio grupo de referencia personal, familiar, político, etc. Y es que dichos grupos ofrecen una sensación de pertenencia y comprensión que no se suele poner en duda fácilmente.
Huelga decir que, en este caso, el grupo hace de caja de resonancia. Un ejemplo de ello es que, cuando queremos comprar un producto, a menudo lo que buscamos son reseñas positivas al respecto, que confirmen nuestra elección.
Preferimos creer lo improbable antes que cuestionar nuestras asunciones previas o nuestra confianza en nuestros grupos de referencia, a veces sin darnos cuenta. Y es que, es más fácil procesar la información sencilla y comprensible, sin dobleces. Lo cual nos hace más vulnerables a ‘los -supuestamente- nuestros’ y menos abiertos al aprendizaje. Mantener el pensamiento crítico alerta nos hace menos vulnerables a ese respecto.
Otra de nuestras mayores vulnerabilidades es la apelación emocional, cuando alguien usa palabras o contenidos que tienen una carga emocional intensa, con el objetivo de influir en lo que creemos, o cómo actuamos, sin ofrecer datos sólidos o razones lógicas. De hecho, esa premura que se nos reclama para reaccionar, a menudo es un intento de manipulación emocional. Tomarse el tiempo para pensar, desactiva esa apelación emocional, esa reacción impulsiva que disemina un rumor, que no nos deja pensar o que secuestra nuestra atención. Y puede suceder bien por una emoción negativa o por una emoción positiva al respecto de la información que pretenden hacernos creer.
En cualquiera de los casos, conocer cómo funciona nuestra mente ante la información incierta, y cómo tratamos de hallar certidumbre, puede ser un seguro.
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