Mariona Borrull
Periodista, especialista en crítica de cine / Kazetaria, zinema kritikan berezitua

El gran paso adelante de Carla Simón

Llúcia Garcia es Marina en «Romería», filme de Carla Simón que pasó por el Festival de Cannes y se estrena en las salas de cine el 5 de septiembre.
Llúcia Garcia es Marina en «Romería», filme de Carla Simón que pasó por el Festival de Cannes y se estrena en las salas de cine el 5 de septiembre.

Hoy conocemos el nombre de Carla Simón por los premios en Berlinale, donde ganó en 2017 el galardón a Mejor Ópera Prima con “Verano 1993” y el Oso de Oro por “Alcarràs”, en 2022, el primer Oso de una película del Estado español en cuarenta años. Incluso ha repetido como representante estatal en los Oscars. Pero no han sido los premios lo que de veras ha cimentado la carrera de la cineasta catalana hasta convertirla en la más estable de las voces del Nuevo Otro Cine Español. No los festivales, sino el público. Y más específicamente, el público catalán.

“Alcarràs” fue un auténtico fenómeno en el mal llamado territori (es decir, todo lo que queda fuera de Barcelona). Los cines de pueblo se abarrotaron, se montaron salas improvisadas en los teatros y cineclubes. Toda mi familia vio la película, que me recomendaron por ser delicada y «muy verdadera». Incluso yo lloré un poco. Así que, cuando el cierre de su trilogía autobiográfica se anunció para el Festival de Cannes, bajo el título de “Romería”, enseguida se desplegaron las expectativas. ¿Podía “Romería”, una película sobre Galicia en los ochenta, repetir el milagro económico y social?

Des-afortunadamente, un éxito igual resulta muy poco probable. Pero no por ser un film mediocre o fácilmente olvidable, sino por todo lo contrario. En “Romería”, Carla Simón cambia las cartas pulidas y bien dispuestas de su realismo rural por una narrativa en correspondencia entre la autoficción, el diario íntimo y el sueño. Juega una baza más imperfecta y afeada, valiente también.

Con la excusa de un papeleo, Marina (Llúcia Garcia) regresa a Vigo para encontrarse por primera vez con la familia de su padre biológico. Marina es técnicamente acogida con los brazos abiertos por una familia que, sin embargo, prefiere mantener los cajones del pasado bajo cerrojo. La chica les incomoda con sus preguntas y enseguida surgen roces donde antes había silencio. Hay episodios verdaderamente terroríficos, en especial después de que, guiada por el diario íntimo de su madre y con ayuda de sus primos, Marina descubra que la familia jugó un papel muy relevante en los últimos días de su padre.

Como en “Alcarràs”, Simón no dejará de retratar el afecto que puede gestarse en un hogar normativo, en que el habla es violenta. Hay alguna sobremesa que se alarga lo bastante para que alguien arranque a cantar, tocado por el anís… Pero olvidémonos de la empatía universal que mostraba en la de los melocotones: aquí se escucha solo a quien vive sin joder, esa es Marina. Y Marina está enfadada, cada vez más. Tanto, que invoca la fotografía expresionista de Hélène Louvart (habitual de Alice Rohrwacher), bien dispuesta a exprimir el verde más profundo y el rojo más hiriente de la costa gallega. Ante la rabia, la incomprensión y el miedo, dejemos que la herida sangre.