arturo f. rodriguez
PANORAMIKA

Propósitos

Entre los propósitos para el nuevo año deberían incluirse las buenas intenciones culturales, está claro. En este listado de objetivos estarían, junto a la ansiada rebaja del IVA, la búsqueda de eso que nos reclaman en otras actividades: sostenibilidad, diversificación o excelencia. La sostenibilidad en el «consumo» cultural podría entenderse como el apoyo y la participación en aquellas prácticas alternativas, independientes, de cercanía, en las que el enlace con los productores culturales es mucho más directo, fortaleciendo así el tejido artístico y cultural. Nuestro hábitat cultural necesita ahora más que nunca la protección de ciertos espacios, experiencias e iniciativas en un sentido casi ecológico. Nada más eficaz en este caso que la participación y la implicación en proyectos específicos de esos que, a poco que nos interesemos, están en nuestro propio barrio. Esto es, una implicación proactiva que superase la mera idea de «consumo».

Por otro lado, sería bueno entender la diversificación del consumo cultural como algo que es capaz de ofrecernos nuevos horizontes. Las nuevas propuestas escénicas o los territorios híbridos de las artes visuales nos ayudan siempre a entender el significado de la diversidad en la creación contemporánea. No podemos negar nuestra atención y nuestro «apoyo-consumo» a una nueva escena en la que se diluyen las disciplinas y en la que emergen nuevos y nuevas autoras de nuestro entorno que arriesgan con su trabajo. Más de una vez el rechazo viene dado por el formato de la propuesta o por la indeterminación de su temática, pero es preciso comprender que hoy la complejidad puede ser el mejor regalo de la producción cultural frente a lo previsible y lo convencional de los grandes éxitos de la cartelera universal.

La idea de excelencia unida al concepto de cultura puede ser un arma de doble filo, pero para este listado de buenas intenciones que nos proponemos cabe un breve ejercicio, una especie de GPS cultural que nos indique nuestro propio rumbo, porque aquí manda el gusto, sí, pero también la curiosidad y la audacia intelectual.

La escultura “La armonía del sonido”, del artista irlandés Maximilian Pelzmann, instalada en la fachada de la Basílica de Santa María, en Donostia, despierta todo tipo de opiniones entre los paseantes. La obra, que permanecerá instalada de forma temporal, nos facilita unas coordenadas bien interesantes, pues lleva hasta el espacio público (viniendo del espacio sagrado de la iglesia) un interrogante sobre nuestra capacidad para aceptar nuevas formas, nuevos desafíos. El carácter abierto de la ciudad y el tránsito cosmopolita de la calle 31 de agosto seguro que aceptarán el reto.

De otro lado, la exposición “¡Quieto todo el mundo! Comienza la movida”, de la sala Fundación Caja Vital de Gasteiz, repasa el movimiento cultural que marcó la década de los ochenta. Pero, lamentablemente, la revisión no solo cae en los tópicos, sino que anula toda forma crítica, evacúa toda perspectiva política, ignora episodios fundamentales y convierte la muestra en un amasijo incoherente de nombres, objetos y datos, entre los que se hace destacar por sus organizadores nada más y nada menos que el «verdadero coche fantástico».

Como si las entidades bancarias y financieras no nos hubieran tratado suficientemente mal, las formas culturales que nos ofrecen a través de sus mecanismos de enajenación resultan tan burdas como equívocas. Propósitos y despropósitos.