igor fernández
PSICOLOGÍA

Los juegos del hambre

Edurne acaba de llegar a casa y le cuenta a Jon, su pareja, que el sábado le han propuesto dar una charla en una importante reunión de profesionales. Hace un tiempo que Jon siente que Edurne cada vez está más centrada en su trabajo y la siente menos presente. Escucha la noticia como un nuevo riesgo y se defiende con sarcasmo: «Igual tengo que llamar a tu secretaria a ver cuándo tienes una tarde libre para estar juntos». Edurne se queda en silencio y enciende el ordenador. Cuando tenemos la sensación de que una conversación es peligrosa, cuando tememos que podemos ser dañados de algún modo o que vamos a perder algo, cuando nos sentimos vulnerables ante otra persona, entonces tomamos una postura defensiva. Las relaciones son al mismo tiempo una fuente de satisfacción, probablemente la más rica de la que disponemos, y una de riesgo. Quizá el riesgo físico, como el de la agresión, no sea el más habitual, quizá lo sea más el de no cubrir las necesidades básicas que nos proporcionan seguridad y bienestar, bases para el desarrollo personal en cualquier época de la vida. Y estas las cubrimos en las relaciones cercanas e íntimas que tenemos.

Cuando perciben este tipo de riesgo, las personas que han construido relaciones de intimidad sólidas toman la iniciativa para hablar de sus sensaciones, sus pensamientos sobre lo que está sucediendo y las necesidades involucradas, aunque es habitual que la primera estrategia sea una ensayada anteriormente, menos espontánea y actual; y me explico: En general, nos preparamos, tomamos acciones para protegernos de la hambruna de estímulos relacionales que anticipamos o que ya estamos viviendo, para tratar de recuperar el equilibrio. Por así decirlo, cada persona tenemos una manera preferida de posicionarnos ante nuestros amigos, nuestra pareja, nuestra familia, cuando notamos que alguno de ellos no está en sintonía y amenaza con alejarse. Entonces comienza el juego que, como decimos, es particular de cada relación, aunque hay formas comunes: contraatacar, hacerse la víctima, distraerse, mostrar signos físicos de estrés... En la escena con la que comenzábamos, es Jon quien teme perder algo y reacciona con una postura tangencial. No habla de sí, sino que se encarga de que Edurne note su desagrado, y subrayo este verbo, porque el objetivo en estos juegos no es dar la información de que algo no va bien, sino transmitir la emoción y que esta impacte. Emoción que tampoco es clara del todo (Jon probablemente también está triste, tiene miedo de lo que puede significar la distancia y está genuinamente enfadado por no poder hacer el impacto necesario para cambiar las cosas). Si uno de los dos no para la escalada, terminarán cada uno por su lado, en partes distintas de la casa, sintiéndose incomprendidos u olvidados por la otra parte. Por no hablar de la ausencia de celebración, lo que invitará también a Edurne a participar del juego, sintiéndose mal, en lugar de hablar directamente sobre qué está pasando entre ellos. A menudo, son estas situaciones cotidianas de carencia las que despliegan, por un lado, las debilidades de la relación y los manerismos de uno y otro para protegerse, y al mismo tiempo, albergan oportunidades para reajustarse y despertar de una situación que a menudo es repetida.

Hay oportunidad de dar un paso atrás y mirar con perspectiva cuando nos vamos acostumbrando a no acumular malestares, cuando compartimos lo que esperamos del otro y podemos negociar sobre lo que es posible y realmente queremos. Construir una relación íntima, de pareja o amistad, incluso familiar, también implica conocer nuestra manera de protegernos con el otro.