Conny Beyreuther
IRUDITAN

Una lágrima

Dos micrófonos, uno caído; tres hombres. A ambos lados, Gérard Briard y Patrick Pelloux consuelan a Luz, el autor de lo que los sobrevivientes pensaron que era la portada perfecta para lo que querían decir (y cómo) tras el atentado del 7 de enero contra “Charlie Hebdo”.

En una sala, sobre la cafetería de “Liberation”, aún en shock. Entre lágrimas y aplausos. Convertidos en héroes, a pesar suyo, de la libertad de expresión, incluso para aquellos que los odiaron por sus sátiras.

Se trataba de volver a la carga, aun diezmados, con el lastre de lo vivido, visto y perdido... y tratar de hacer gracia, dar que pensar. Sobreponerse. De 60.000 a tres millones de ejemplares.

Tarea inhumana, tras presenciar el asesinato de tus compañeros, el cumplir con el siguiente número.

Y no serán más fáciles los siguientes. Al contrario. Pese a la solidaridad. “Liberation”, “Le Monde”, “L’Humanite” o “The Guardian”, desde el otro lado del canal, les dieron cobijo, o apoyo, un ordenador, dinero o un hombro, traumatizados aún, sin tiempo a digerir nada, con medio mundo pendiente de ellos, con la campaña «Je suis Charlie» desatada, rellenando papeles para sacar material ya terminado de una redacción precintada por la Policía, con la cabeza en ninguna parte y el corazón roto, convertidos en símbolo real o fugaz, vivos por un retraso o un cumpleaños.

En su discurso “This is water”, David Foster Wallace dijo que es imposible no creer en nada y que cada individuo, grupo o asociación termina construyendo, al fin, su relato. Hacen falta herejes que pongan a prueba nuestras convicciones, nuestros sistemas operativos, nuestro cableado... Puede ser algo tan complejo y simple como la libertad de dudar, el derecho a provocar, a ser políticamente incorrectos, irresponsables de vocación con una cosa tan seria como el humor. O algo tan simple y complejo como una lágrima, la que dibujó Luz para la portada de “Charlie Hebdo” antes de soltar un grito y echarse a llorar.