Andrea Palasciano
MIRADA AL MUNDO

Un hospital para muñecas

Muy cerca de la plaza del Popolo, en el centro de Roma, se encuentra un establecimiento muy peculiar. Los romanos lo conocen como la “tienda del horror” por su extraño escaparate, pero para sus clientes es un hospital donde “curar” a sus queridas muñecas. Su nombre oficial es “Restaurici Artistici Squatriti: Ospedale delle bambole” y es un minúsculo taller de restauración donde los juguetes son tratados como obras de arte.

Muchos de los transeúntes que pululan por el casco antiguo de Roma no pueden evitar un cierto sobresalto al reparar en el escaparate del taller de la familia Squatriti. Cabezas, brazos y piernas aparecen apilados en el ventanal como si se tratara de la guarida de un descuartizador, pero en realidad esa curiosa visión anuncia la presencia de un taller de restauración de muñecas.
En su interior trabajan Federico y su madre Gesolmina, más conocida como Gelsy y que ha cumplido 80 años. En el diminuto local se apilan objetos de porcelana, de nácar, de papel maché e incluso de cera que necesitan una reparación. Marionetas, soldaditos de plomo, ídolos mexicanos y ánforas etruscas completan el panorama de un lugar en el que parece que el tiempo se ha detenido.

Federico se encuentra inmerso en restaurar un jarrón roto que pertenece a una importante colección privada, mientras señala que «reparamos todo tipo de objetos, tanto algunos que tienen un gran valor, como otros que tienen un valor únicamente sentimental».

Aunque los más variados objetos pasan por sus expertas manos, por lo que es especialmente conocido su taller es por la restauración de muñecas antiguas, que se han convertido en objetos de colección en Italia, «a pesar de que esta tradición no tiene tanta implantación aquí como en Francia o Alemania, ya que nosotros solíamos jugar con las muñecas en la calle».

Este ámbito del coleccionismo de muñecas es «todo un universo y existen infinidad de modelos, ya que tenemos de brazos fijos o con movimiento, ojos de vidrio o plástico... Las tenemos con cuerpo de porcelana o de papel maché», enumera Squatriti.

Su taller es uno de los últimos que sobreviven en Italia desde que abrió sus puertas en 1953. En realidad, su familia era originaria de Nápoles y se dedicaba al mundo del espectáculo durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el hambre y la pobreza empujaron al abuelo de Federico a aprender el negocio de la restauración en una época en la que la escasez obligaba a recuperar los juguetes en la medida de lo posible. Sus habilidades las fue transmitiendo a las siguientes generaciones de su familia, de tal manera que Gelsy y su esposo lo aprendieron del fundador del taller y a continuación, ellos se ocuparon de preparar a Federico, que tuvo que demostrar paciencia, ya que «me pasé siete años limpiando las espátulas antes de que mi padre me dejara pegar la primera pieza».

La espera mereció la pena, ya que Federico aprendió tan bien el arte de “curar” muñecas que en la actualidad atiende a clientes procedentes de lugares tan dispares como Londres, Tokyo, Nueva York o capitales de África, y entre los que figuran princesas, condesas, intelectuales, neurocirujanos, actores y hasta un ministro. Estas personas se presentan en su taller con objetos que para ellos son muy valiosos y entre los que han llegado a aparecer muñecas del siglo XIX. Uno de sus últimos clientes procede de Cerdeña, desde donde les llegó «una muñeca rota acompañada de una foto en la que aparece su dueña con ese juguete en 1932», señala divertido el restaurador.

Federico trabaja alrededor de doce horas al día, tiempo en el que llega a reparar entre cuatro o cinco piezas. Una vez restaurada la muñeca, se la hace llegar a su propietario junto con un libro en el que detalla el diagnóstico realizado al juguete a su llegada al “hospital” y las reparaciones que se le han realizado. Asimismo, el “doctor” Squatriti le traslada una serie de indicaciones sobre los cuidados que debe procurar a su muñeca

El restaurador asegura que un negocio como el suyo «solo es posible en Roma, porque existe una cultura de conservación, mientras que lo más habitual hoy en día es que si un vaso se rompe, lo tiramos y compramos uno nuevo; o se compra todo en Ikea sin plantearse la posibilidad de restaurar los muebles de los padres».

Sin embargo, a pesar del empeño que le ponen en el taller, no siempre es posible restaurar el amado juguete. Entonces es cuando termina decorando el famoso escaparate del taller o en sus estantes, a los que la familia Squatriti denomina “limbo”, ya que se resisten a tirar a la basura esos objetos que en su momento resultaron tan importantes para los pequeños que jugaron con ellos.