IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Incluidos somos más curiosos

En los últimos años las neurociencias se han nutrido de multitud de estudios sobre los cerebros en interconexión, cómo funcionan estos órganos cuando dos personas están una frente a otra y hablan o se miran. Y es curioso cómo sus visiones mutuas les cambian. Algo así como si nos pusieran unas gafas y tratáramos de describirlas sin quitárnoslas; simplemente están demasiado cerca... A no ser que otra persona se coloque frente a nosotros o encontremos un espejo.

‏A través de esta idea del cerebro interconectado y la de nuestra necesidad de esa conexión para ver, descubrirnos y crearnos, pienso en cuántos aspectos y procesos de la vida modelan nuestra forma de apegarnos a la gente importante que tenemos alrededor. Sin ir más lejos, el aprendizaje es uno de estos procesos. Si nos tomáramos un instante para tratar de recordar cómo fue o cómo es el contexto en el que aprendimos o aprendemos, y pensamos en los estilos que nuestros maestro y nuestras maestras han tenido a lo largo de nuestro desarrollo académico, seguramente podremos identificar modos y maneras muy diferentes entre los docentes que hemos tenido, o quizá generalmente homogéneos, dependiendo de la institución. Sea como fuere, lo más probable es que nuestra propia forma de pensar haya sido modelada no solo por el contenido de los estudios sino, sobre todo, por las relaciones al estudiar. En nuestro sistema, y echando la vista atrás, estudiar y memorizar eran poco más o menos lo mismo. El resultado que se esperaba del estudio era la réplica por parte del alumno del contenido de lo estudiado, quedando fuera de discusión el interés o la implicación. Se entendía como un mero llenado de contenidos que se suponía serían de utilidad para la vida del alumno en el futuro. Poco a poco nos hemos dado cuenta de que también se aprende a aprender, es decir, que junto con el contenido, aprendemos también del proceso, es decir, aprendemos cosas relevantes sobre nosotros mismos al interactuar con el material de estudio pero sobre todo con quién y cómo nos presenta ese material. Y quiero enfatizar el nos, porque una de las primeras conclusiones a la que llega rápidamente cualquier persona, no solo en rol de alumno, en una interacción con otra para hacer una tarea, es la respuesta a la pregunta ¿estoy incluida en esta actividad o no? Esta dependerá directamente de la relación que se establezca, que va a tener un gran peso en el modelado no solo de ese proceso de aprendizaje, sino de los que vengan a partir de entonces. Si la respuesta a la pregunta anterior es positiva, la sintonía del docente servirá como permiso para pensar un poco más, para hacer nuevas asociaciones y, en definitiva, crear nuevo aprendizaje. Si por el contrario notamos que no hay espacio para mi ritmo o mi interés, como alumnos, tendremos que elegir entre aceptar lo que nos ofrecen sin pensar sobre ello y, por tanto, sin apropiarnos del mensaje profundo o el aprendizaje más allá de los datos; o bien, desapegarnos tanto del contenido como del proceso de estudio para no sentir la desagradable exclusión de quien soy yo para convertirme en un rol, el de estudiante. Obviamente, la homogeneización es un precio que pagamos en la socialización, imprescindible para vivir dónde y cómo vivimos, y al mismo tiempo también es cierto que cuando esta unificación de procesos y contenidos es tal que no da espacio a la persona del alumno y, por cierto, tampoco a la persona del maestro, el proceso de aprender a aprender se empobrece y la pasión por conocer y recorrer el mundo se ve mermada. Y todos, absolutamente todos los humanos traemos la curiosidad en nuestra constitución.